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Charlotte Van den Broeck: «El neoliberalismo ha acentuado el miedo al fracaso»

Charlotte Van den Broeck: «El neoliberalismo ha acentuado el miedo al fracaso»

La poeta belga Charlotte Van den Broeck realiza en Saltos mortales una aproximación a las vidas de trece arquitectos que decidieron acabar con sus vidas incapaces de asumir los errores de sus creaciones, una situación que la autora atribuye «al neoliberalismo, que acentúa ese miedo al fracaso».

La autora ha señalado en una entrevista con EFE que en el origen de Saltos mortales está su propia experiencia de cuando era adolescente, la vivida en la piscina de su pueblo, Turnhout (Flandes), una instalación que acumuló numerosos problemas y que acabó con su arquitecto colgándose con una soga de una tubería del sótano del equipamiento.

«En Turnhout encontré un rastro que me condujo a través de trece proyectos arquitectónicos con un denominador común: todos ellos resultaron fatales para sus arquitectos», señala Van den Broek, que durante tres años visitó todos esos «centros del fracaso» con el objetivo de «rehabilitar a esos arquitectos malogrados, devolverles el rostro perdido».

Partiendo del caso de su localidad natal, en 2015 en una visita a Austria, donde iba a hacer una lectura de poemas, tuvo conocimiento de que había sucedido algo parecido a lo de la piscina con la Ópera Estatal de Viena, que también se hundía en la calle y que acabó también con el suicidio del arquitecto.

«Comencé a pensar que a lo mejor existía algún tipo de conexión siniestra entre los proyectos del espacio público y la destrucción absoluta de uno mismo como una realidad más privada», indica Van den Broeck.

La autora no encontró un patrón común en los casos analizados: «A medida que me fui documentando, me di cuenta de que era un tema mucho más complejo, que no se podía reducir a una causa concreta, pero sí se puede deducir que en todos hay un miedo al fracaso, algo que en mi propio campo podría partir de la falsa idea de que vas a escribir el poema perfecto, lo que es ridículo, y además no es nada interesante buscar la perfección al escribir».

Sin embargo, ese anhelo, reconoce, existe y «ser perfeccionista, en cierto sentido, siempre viene acompañado del miedo al fracaso y en las vidas de estos arquitectos y en sus proyectos se observa una imagen ampliada de ese fracaso».

La poeta enfocó su libro como «una búsqueda ensayística» que no encaja en un género en concreto, que «combina el periodismo, la escritura de viajes, la autoficción y la investigación histórica».

Subraya Van den Broeck que si hubiera escrito sobre poetas mujeres habría encontrado muchas suicidas —Sylvia Plath, Anne Sexton, Virginia Woolf—, pero entraría en «un entorno que está muy marcado por el sesgo de género, por los estereotipos de género».

Recuerda que «desde el punto de vista histórico existe una larga historia de percepción de las artistas como hipersensibles, como histéricas, y en el otro extremo de esa forma binaria de pensar están los arquitectos heroicos, esas figuras masculinas que diseñan el espacio público y en el que durante siglos las mujeres quedaban excluidas, al menos en primera línea».

Sin embargo, asegura, las mujeres siempre han trabajado en la arquitectura, pero no tenían una plataforma para exhibir sus obras, y menciona el ejemplo de «Charles Mackintosh, creador de obras muy famosas, pero que trabajó con Margaret, su pareja, y ahora se empieza a saber que tuvo un papel importantísimo y que trabajaban en pie de igualdad en esas creaciones artísticas».

Para Van den Broeck, era importante «matizar esa masculinidad, ese tópico del hombre arquitecto heroico, investigando también la fragilidad de sus vidas emocionales» y aunque partió de una lista de 24 arquitectos finalmente seleccionó trece, «el número de la mala suerte, casi como si fuera un mal chiste».

A lo largo de los trece capítulos, Van den Broeck analiza casos como la iglesia de Saint-Omer (siglo XVII), San Carlo alle Quattro Fontane (siglo XVII), la Biblioteca Nacional de Malta (siglo XVIII), Villa Ebe (1922), Fort George (siglo XVIII), el Museo Kelvingrove (1901), el Teatro Knickerbocker (1917-1922) o el jardín de esculturas cinéticas Kempf (1978).

Desde un punto de vista técnico, la autora, que siempre había escrito poesía y nunca prosa, afrontó la escritura como «una acumulación de imágenes líricas, que curiosamente acaban elaborando una construcción, una metáfora de la arquitectura o del dibujo».

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