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Chema Alonso: «Los hackers son grandes lectores»

Chema Alonso: «Los hackers son grandes lectores»

Chema Alonso (Madrid, 1975) fue precoz para todo. Fundó su primera compañía a los veintiséis años. Entonces se cortó el cabello y vistió de traje y corbata. “Fui muy infeliz”, dice el hacker más importante de España, miembro del Comité Ejecutivo de Telefónica y experto en ciberseguridad. Conviene aclarar que para él los hackers son investigadores de seguridad y nada tienen que ver con los cibercriminales. Y así se lo ha hecho saber a la Real Academia Española de la Lengua.

Hijo de un obrero y de una empleada doméstica, Alonso es el mayor de dos hijos. Creció en el Móstoles de los años ochenta, cuando sólo existían dos canales de televisión. Curtido por el ejemplo de sus padres, comenzó a trabajar desde muy joven. Con apenas 15 años fue becario en una empresa informática y también impartía clases. Entonces ya era un lector avezado de cómics y de Julio Verne, que encarna su primer recuerdo de algo como una biblioteca.

"Además de alto ejecutivo encargado de los asuntos de ciberseguridad y datos del grupo liderado por José María Álvarez-Pallete, Chema Alonso es en sí mismo un personaje al que apetece asomarse"

Alonso fue el primer universitario de su familia. Sacó el grado técnico en informática, luego la carrera de Ingeniero en esa materia por la Universidad Rey Juan Carlos, así como la de Ingeniero Técnico Informático de Sistemas por la Universidad Politécnica de Madrid. Hoy es doctor, imparte conferencias vestido de superhéroe y se planta todas las mañanas en el edificio de Telefónica con su gorro de skater y un monopatín que lleva en el maletero de su coche.

Todo comenzó pronto en su vida. Después de fundar su propia empresa, Informática 64, y una editorial, 0xWord, Chema Alonso se incorporó a Telefónica en 2012 para lanzar el programa de gestión de talento joven en tecnología. En poco menos de un año su consultora fue adquirida por la multinacional y rebautizada con el nombre de ElevenPaths. Además de alto ejecutivo encargado de los asuntos de ciberseguridad y datos del grupo liderado por José María Álvarez-Pallete, Chema Alonso es en sí mismo un personaje al que apetece asomarse.

"Para saber descifrar, hay que aprender a leer, ya sean números o capítulos de una novela. Por eso Alonso va de Mary Shelley a Huxley, de Ibáñez a Pérez-Reverte y de Iron Man al Cid Campeador"

Lo prodigioso de este experto en datos no es su inteligencia ni su capacidad para contar de forma sencilla los asuntos más complejos. El verdadero atributo de este hombre que parece salido de la Seattle de los años noventa —viste siempre zapatillas, playeras y vaqueros— es su humildad, en todos los sentidos. No presume de lecturas ni de responsabilidades, aunque podría, porque de ambas va bien servido.  Alguien que comienza leyendo Dueño del mundo, de Verne, difícilmente se distrae o se obceca.

Para saber descifrar, hay que aprender a leer, ya sean números o capítulos de una novela. Por eso Alonso va de Mary Shelley a Huxley, de Ibáñez a Pérez-Reverte y de Iron Man al Cid Campeador. Su bitácora de lecturas aparece reflejada en su blog. Y es justamente de estos asuntos de los que habla en esta entrevista concedida a Zenda.

***

—Un hacker ha de tener la capacidad de descifrar. Eso exige ser un buen lector, ¿no cree?

—Debe serlo. La mayoría de los hackers son grandes lectores de literatura de todo tipo: ciencia ficción, aventuras, novela histórica. Una de las características a las que siempre aludo en las conferencias es el lado creativo que caracteriza a un hacker: al que no le da por literatura o escribir le da por tocar o pintar. Intentan llevar una idea al límite, incluso más allá de lo que pensó.

—¿Cuál es el lenguaje que emplea un hacker? ¿La matemática, la lógica…?

—La materia prima de un hacker es la algorítmica y la programación. Se trata de entender cómo funciona un sistema para aprender cómo programarlo. El lenguaje de programación es aquel que sirve para que la máquina haga las cosas que queremos. La algorítmica es una secuencia de instrucciones. Es una forma de hablar. La tecnología funciona con unos y ceros. A partir de eso creamos intermedios que se acerquen lo más posible al lenguaje natural de los seres humanos, el que usamos en la vida real, y que hemos creado para comunicarnos con las máquinas.

—La novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, cada vez parece más cercana al mundo al que vamos. ¿O acaso al mundo en el que ya estamos?

—Ese libro me encanta y lo he releído varias veces. Me gusta mucho, a pesar de que el final de Huxley es bastante triste y te deja apesadumbrado. Él estuvo tentado a cambiarlo para dar una visión más optimista. En esas páginas narró un futuro que estamos viviendo y aparece en temas actuales: la felicidad, por ejemplo. [Yuval Noah] Harari dice que la felicidad debe formar parte de la vida y Huxley habla de ella en relación a cómo poner las cosas en orden. Es un debate vigente en la cultura occidental.

 —“Usar los datos ayuda a que una sociedad luche con la avalancha de noticias negativas que nos llegan con los medios de comunicación”. Cita mucho Factfulness. ¿Manejar información nos hace mejores lectores?

Factfulness es un libro fantástico. El autor nos obliga a reflexionar sobre si los pilares sobre los que construimos nuestras opiniones son correctos. Al final, tomamos decisiones sobre la base de datos que nos llegan ya cocinados. Recomiendo mucho este libro a mis alumnos. Plantea cómo estamos sintiendo y actuando con una percepción errónea del entorno que nos rodea. Es un libro que me impactó: nos habla de cómo los datos nos ayudan a entender el mundo.

—Sus reflexiones sobre el proceso de “aprender a pensar” recuerdan mucho a aquel texto This Is Water, de David Foster Wallace.

—La lectura complejiza el pensamiento y permite entender las informaciones nuevas. Cada vez que lees, estás programando tu cabeza, estás expandiéndola. La comprensión lectora es ir al gimnasio del cerebro. Implica la capacidad asimilar conceptos y adaptarse a la vida. Lo veríamos si comparáramos nuestra vida actual con la de hace 15 años.

—¿Cuándo y por qué creó la editorial 0xWord?

—Surgió de una necesidad: no había buen material de libros acerca de hacking en lengua española. Animé a muchos hackers a que describieran los conocimientos que tenían sobre distintas materias. Después añadí cosas que a mí me gustan, como el cómic. A eso se añade el hecho de que los hackers tienen intereses creativos. Muchos escriben novelas. Así que 0xWord se convirtió en una editorial de nicho, vendemos 10.000 libros. La formamos en el año 2010. EN 2013 se constituyó como editorial independiente.

—¿Su biblioteca se restringe a una habitación? ¿O lo coloniza todo?

—La biblioteca es toda la casa: libros y cómics encima de las mesillas, una estantería en la zona de oficina y luego la buhardilla. En el salón, también. Me gusta tener libros en todas partes. Suelo reservar una habitación para cada cosa. Tengo incluso un salón de lectura, sin pantallas ni ruidos.

—En el confinamiento se daría banquete… ¿Qué leyó?

—Leí bastante. Era mi forma de trasladarme a otros mundos. En esos días leí todos los libros de Star Wars.

—Usted siempre viste con su gorro, zapatillas, vaqueros y camiseta… solo le falta sacar el monopatín.

—Lo hago a menudo. Es lo único que llevo en el maletero del coche. Cuando estoy en el garaje de Telefónica patino. Soy un chico de barrio de Móstoles: pantalones, camiseta y ya está. El pelo largo lo mantengo porque, de joven, era heavy. Cuando monté mi empresa, a los 26 años, me corté pelo. Vestía de traje y corbata. Fui muy infeliz.

—¿No tendrá un síndrome de Peter Pan?

—No, es por pura comodidad. Resulta práctico no tener pensar qué me pongo. Los vaqueros, las camisetas y las playeras no fallan.

—¿Y el gorro?

—Esa es una historia curiosa. No me lo puse hasta el 2006. Entonces daba conferencias disfrazado de cualquier cosa: de ruso, de superhéroe. Lo hacía para divertirme. El snowboard es una de mis aficiones, así que en un lanzamiento de Microsoft me lo puse, y desde entonces no me lo quito. Si no llevo el gorro, siento que es como ir a ver a los Kiss sin la cara pintada.

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

—Desde pequeño, los cómics me ayudaron a concentrarme. Siendo más mayor, mi madre me metió con las aventuras de los Hollister, luego con Gloria Fuertes y su Dragón tragón, o los cómics de superhéroes que mi madre nos compraba a mi hermano y a mí cuando se iba a trabajar y no nos podía dejar con nadie. Los leíamos juntos. Recuerdo que, a veces, nos sentábamos a leer en el cuarto de servicio donde laboraba mi madre. Con esos cómics íbamos luego a una tienda. Solo tenías que pagar 20 pesetas para poder cambiarlo por otro y seguir leyendo.

—Entonces lee usted desde muy joven.

—El hábito de la lectura fue mi compañero constante. Recuerdo que un día, justo antes de entrar en el instituto, mis padres compraron una enciclopedia que traía de regalo una colección de Julio Verne. Esos libros de aventuras y ciencia ficción me metieron de lleno en un universo nuevo.

—Así que Julio Verne es su primer recuerdo de algo como una biblioteca.

—En casa no teníamos tal cosa como una biblioteca. Tengo muy presentes los libros de Verne, porque los miraba con curiosidad. Estaban encuadernados. El primero que cogí y el que más llamó mi atención fue Dueño del mundo, donde Julio Verne describe un coche anfibio.

—Por lo que cuenta, su impronta lectora es materna.

—Sí, ella me dio oportunidad al comienzo con los cómics. Yo nací en los 70. Las opciones de ocio eran mucho más limitadas. Leer era —y es— vivir más por el mismo precio. Entonces era una forma de viajar sin tener máquina del tiempo o de ver películas sin tener dinero para ir al cine.

—En sus talleres insiste en cultivar la lectura, porque permite desarrollar aptitudes de concentración y razonamiento.

—Los que crecimos leyendo desarrollamos capacidades de atención. Podemos estar concentrados durante periodos más largos de tiempo y somos capaces de comprender cosas más complejas. Eso sí: hay que instaurar el hábito. La lectura es como el deporte: tienes que desarrollar el hábito. Tienes que entrenar.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi padre es obrero y mi madre se crió con las monjas. Fue sirvienta interna. Yo soy el primero de mi familia, tanto paterna como materna, que fue a la universidad.

—¿Existe un canon lector para Chema Alonso? ¿Unos libros predeterminados o alguna tendencia?

—Como buen Géminis, me gusta ir cambiando. Soy más de autores, aunque hay temáticas que me gustan mucho como la ciencia ficción, también determinado tipo de clásicos: Frankenstein o Drácula. Me gusta ver cómo la idea que tenemos de una historia no tiene nada que ver con la idea que se tiene del libro: Frankenstein era monstruo porque era feo, pero quería amistad. También me gustan los autores españoles, que son variados, desde Andreu Martín hasta Arturo Pérez-Reverte.

—¿Cree que usted resume la curiosidad del tipo renacentista? Porque cultiva muchos campos.

—Cuando me dieron el honoris causa, en mi discurso dije que la tecnología tiene que ser humanista y aún no lo es, porque deja a muchos atrás. Queda mucho camino por recorrer.

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