En 1995, entrevistando a Fernando Márquez sobre el Madrid de los años 80 para un coleccionable sobre la España finisecular, me comentó que “La movida fue grande porque no fue farisea”. Aquella afirmación de El Zurdo, que en la contraportada de El eterno femenino, el primer álbum de La Mode, uno de sus grupos de entonces, citaba a la Coco Chanel más aguda —“Que fastidio produce toda esa gente que quiere parecer inteligente»— me sorprendió. Estuve dándole vueltas mientras pensé en aquel tiempo, al fin y al cabo fue el del esplendor de mi ciudad, el de mi juventud y, de una u otra manera, he escrito sobre él en todas las redacciones con las que he colaborado. La misma buena disposición con la que Fernando Márquez, pese a lo afectado que pueda parecer, ha respondido a mis preguntas siempre que le he llamado ya es una demostración de la falta de fariseísmo de aquella edad de oro de nuestra ciudad y nuestras vidas. Otra de las pruebas irrefutables de la espontaneidad de aquel tiempo fue la noche en que conocí a Ana Curra.
Al frente de su formación de entonces, Los seres vacíos, era una de las protagonistas indiscutibles de El Foro, que decíamos a nuestra ciudad entonces. Reciente aún su paso como teclista por Alaska y los Pegamoides, la foto de la portada del primer álbum de la formación, titulado pomposamente Grandes éxitos, había proporcionado a todos una popularidad mucho mayor de la que ya venían gozando desde finales de los años 70 merced a iniciativas como Kaka de Luxe, la primera formación de El Zurdo, Alaska y algunos pegamoides: Carlos Berlanga, Nacho Canut… De Ana Curra, que ya era una chica mítica, se decía que se había unido a la banda justo cuando la escisión de Kaka de Luxe. Fue Carlos Berlanga quien, tras reparar en ella durante un concierto de los Zombies en El Sol de la calle Jardines, se interesó por su actividad musical. Salvo Berlanga, poca gente hubiera adivinado que aquella chica, estudiante de Farmacia, que acompañaba a sus hermanos a los conciertos de la nueva ola madrileña, también era una avezada estudiante de piano.
Y quien hubiera dicho que, cuatro años después, una Ana Curra ya mítica, famosa en toda España, no sólo en nuestra ciudad, iba a mostrar tanta buena disposición ante un diletante que quería realizar un video sobre ella. El diletante era yo. Me bastó hacerme con su teléfono mediante una amiga común, contarle mi proyecto y, al punto, como si fuera un gran realizador, un verdadero artista, me vi grabando su siguiente concierto en el Rock-Ola. La seguí con mi rudimentaria cámara del escenario a los camerinos, tan destartalados como el resto de la sala, pero muy acorde con el gusto de la época y descubrí a una excelente persona sin fariseísmo alguno. Simpatizó conmigo únicamente porque yo simpatizaba con ella.
Aquella también fue la noche en que conocí a Alberto García-Alix, su pareja de entonces. Mítico igualmente en nuestra ciudad, esos amigos comunes le habían puesto en antecedentes sobre mi afición a la fotografía y se puso a hablar conmigo de las técnicas del revelado y de la toma de vistas. Jack Kerouac congeniaba con la gente que acababa de conocer por la capacidad para el entusiasmo que demostrasen. Con aquella pareja, una de las más notables del Madrid de La Movida pero tan cercanos, sin afectación ante un diletante como mi menda, a mí me pasó algo parecido. Volví a verlos con cierta regularidad tras enseñarles el vídeo.
Creo recordar que entonces vivían en los aledaños de la calle Raimundo Fernández Villaverde. Una vez, bajando yo por una de sus aceras, me les encontré. Ellos iban en un ciclomotor por la calzada correspondiente —él no se había comprado aún su primera Harley— y pararon para saludarme. No me esperaba aquella cortesía. Eso de que dos notables de aquel Madrid se parasen para saludar a un diletante fue otro de los recuerdos que argumenté para rendirme a la observación de Fernando Márquez: La Movida fue grande porque no fue farisea.
Los fariseos fueron los comisarios de las primeras exposiciones que inspiró, quienes, por motivos espurios, olvidaron en sus nóminas a tantos protagonistas del Madrid de los 80. Los fariseos fueron quienes, por medro personal, se arrogaron el derecho de decir quien sí, y quien no.
Casi 40 años nos contemplan y el recuerdo de Ana Curra sintetiza y simboliza la grandeza de aquel tiempo, La Movida no farisea. Referente obligado del Madrid de los 80, con el mismo entusiasmo de entonces, ha puesto en marcha, a lo largo de todos estos años, distintas iniciativas musicales. Ya en los 90, a raíz de su reencuentro con El Ángel, poeta y guitarrista, organizó festivales poéticos. Para algunos es la reina del punk autóctono; para sus alumnos en el conservatorio de El Escorial, la profesora de piano. Para mí es uno de los recuerdos más entrañables y verdaderos del Madrid de los 80.
Coincidimos por última vez en uno de aquellos veranos de la Formentera de los años 90. Pero, incluso ahora que de todo hace tanto tiempo, cada vez que Ana Curra pone un dedito a una de mis publicaciones en Facebook me da una alegría.
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