Después de la prematura muerte de Rafael Chirbes en 2015 se han dado a conocer varias obras inéditas, una dura novela de soporte autobiográfico, París-Austerlitz, y sus Diarios en sucesivas entregas. Esta escritura voluminosa y apasionante se dilata desde 1984, cuando era periodista cultural y comentarista gastronómico pero todavía no narrador publicado, y hasta el 28 de junio de 2015, apenas mes y pico antes de su súbita desaparición, presentida, por cierto, en los apuntes finales de sus cuadernos. La primera salida de los Diarios, bajo el subtítulo genérico A ratos perdidos que abarca todos ellos, tuvo lugar en 2021 y se extiende a lo largo de 468 páginas de letras apretada hasta 2005. La siguiente arranca en marzo de 2005 y llega a julio de 2006. Ocupa 700 páginas. Y ahora mismo aparece el tercer y último tomo, cuyas 964 páginas se inician en enero de 2007. A riesgo de parecer prolijos, doy estos datos menudos porque revelan dos dimensiones básicas de A ratos perdidos: la continuidad de un trabajo básico y no secundario del autor y la dimensión monumental de una escritura esforzada y aun dolorosa que suma la impresionante cifra de más de 2.000 páginas.
Ya comenté en este mismo blog los tomos 1 y 2 y, dada la continuidad con el último, podría remitirme a lo ya dicho. Existen diferencias y variaciones entre ellos, pero no de tanto peso como para requerir ni descripción ni juicio distintos. La variación más notable reside en la importancia que ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo el elemento reflexivo. Se incrementó en detrimento de la pura notación crítica a partir de 2005 y desde 2007 constituye la tónica principal. También en este nuevo volumen se evidencia, aunque ya hubiera constancia de ello, la intencionada peculiaridad de este trabajo dietarístico. De ninguna manera se trata, contra lo más habitual en tal género de prosa, de una escritura ni privada ni confiada al espontáneo constatar las impresiones del día. Los cuadernos y moleskines, escritos con plumas, por las que Chirbes tiene una amorosa afición, son reescritos y depurados en ordenador, y ello con una clara perspectiva de su publicación algún día (de hecho, páginas sueltas aparecieron en prensa en vida del autor). Lo cual implica un control de lo que dice y, por tanto, una franqueza sometida a vigilancia y cálculo. A veces arranca y rompe bloques enteros de anotaciones. Además, no son en estricto sentido simples diarios sino libretas con carácter utilitario. En ellas anota observaciones que piensa utilizar en otros escritos, en novelas y artículos, según especifica. Se trata de cuadernos de trabajo —“desordenados almacenes de materiales”— de los que despoja esta vertiente. En fin, en no pocos momentos hace también incursiones teóricas en las características del diario como género.
La versatilidad y amplitud de horizontes de Chirbes hace que sus libretas abarquen una pluralidad de dimensiones. Encontramos desde su intimidad herida la literatura, suya y de otros, pasando por la ideología y la política concreta. Quizás el Chirbes íntimo sea lo más impactante de los tomos, y más de este último. Encontramos un ser desvalido y atemorizado, y no sin razón pues a sus múltiples problemas de salud expuestos con detalle y a su sexualidad de difícil satisfacción se añaden la percutiente inseguridad en su obra narrativa, incluso cuando el éxito le alcanzó de lleno, y la incertidumbre económica. Pero no es un Chirbes quejumbroso, si bien algo hipocondríaco, que se recree en sus aflicciones. Sus padecimientos están expuestos sin patetismo, con hondura de sentir, con verdad literaria, no referencial. Su relación con Paco, la persona que le atiende y cuida la casa, tiene una densidad y profundidad emocionales extraordinarias. Y el final del volumen, con sus negras premoniciones, ofrece un retrato acabado y conmovedor de una persona vencida por la vida.
Este retrato equivale a una novela que Chirbes bien pudo haber escrito pero no escribió, aunque atisbos de ella no faltan en las que hizo, porque ese tema del desbarrancadero que es la existencia tiene su dialéctica narrativa. Está en las intensas descripciones paisajísticas de su tierra natal —sobreabundantes de aromas y colores—, con el contrapeso de un fin del época, algo paralelo al declinar del autor, marcado por la especulación que destroza la naturaleza. Y se halla también en un refugio, el de la cultura, la pintura, contemplada con criterios personales, la música, sentida con emoción abocada el llanto, el cine, medio de desentrañar la realidad y no entretenimiento. Y además, la lectura, cultivada con pasión enfermiza todos los días y a todas las horas, pretexto con frecuencia para eludir el terror de la página en blanco de un texto en marcha.
Practica Chirbes una entrega compulsiva a la literatura y cae en las redes de una bulimia que refleja una asombrosa amplitud, en varias lenguas, de los clásicos grecolatinos a los contemporáneos, de los poetas y ensayistas a los narradores, en quienes, sobre todo, aprecia valores y méritos que entretejen una auténtica poética de la ficción, una teoría de por qué y con qué propósito se escriben, o deben escribirse, novelas. Las lecturas se sostienen siempre en una perspectiva sociológica y se atienen a su determinante opinión de que “un escritor —¡y, sobre todo, un novelista!— debe ser sismógrafo del tiempo que le ha tocado vivir”.
La independencia de juicio, condicionada por dicha poética, aparece en todo momento, y se aplica también a los escritores españoles, a quienes trata y sentencia con opiniones muy tajantes. Pero no hay malquerencia. Una objetividad analítica le lleva a poner francos reparos a gentes cercanas a él, incluso a quienes se considera herederos de su legado novelístico como Belén Gopegui o Marta Sanz. Las reservas literarias afectan a Almudena Grandes. Con Muñoz Molina se distancia por reproches de fundamento: le da rabia que enturbie su pulso de “extraordinario narrador, dotado como nadie” con “sus manías”, un querer enseñarnos lo mucho que ha viajado, lo mucho que sabe de cultura y de la modernidad americana. Sin medias tintas confronta con el “moderno irrealista” Enrique Vila-Matas, representante de “los partidarios de la literatura flotante, los defensores del puro lenguaje”. Un caso muy notable de su actitud en extremo escrupulosa aparece en las discrepancias con quien considera su maestro en las letras y por cuya obra teórico-ensayística manifiesta un absoluto respeto, el profesor y también narrador ocasional Carlos Blanco Aguinaga.
Los juicios adversos o negativos son con frecuencia rotundos: reniega del presunto interés de Guerra en España, de Juan Ramón Jiménez, cajón de sastre editorial con materiales de muy poco interés, achaca a El País ser “especialista en títulos insidiosos”, de Público no cree “que haya un periódico tan inmoral en España” y al crítico “trilero” Ignacio Echevarría “lo veo un poco —escribe— como marquesón estafador de película italiana”. El propio Chirbes comenta: “haciendo amigos”. Pero no ofrecen los Diarios un centón excluyente de censuras, literarias o literario-políticas, pues también menudean las admiraciones absolutas, las cuales se llevan la palma, entre los españoles de antaño Fernando de Rojas y Cervantes (“ayer terminé de leerme el Quijote con lágrimas en los ojos: sí, lloré otra vez”), o, entre los más cercanos Galdós, Galdós por encima de todo, y Max Aub.
La vertiente específicamente política constituye una columna vertebral de los Diarios. Nada nuevo que no sea lo esperable en Chirbes —viejo maoísta, informa, que se “reclama” comunista— se halla en este tomo. En enumeración expeditiva. La denuncia de la socialdemocracia y del PSOE, y sus “políticos de figurón”, como Rubalcaba, “nuestro Fouché de bolsillo”, gentes “que se subieron al carro hace treinta años y no se han bajado de él ni para echar una meadita en la cuneta”, ahora con la repulsa cerrada del “zapaterismo”. La derrota aplastante de los ideales de su generación izquierdista. Y el fraude de la Transición de la que “surgió una clase política tan corrupta como desvergonzada: es lo que da de sí el posibilismo llevado hasta sus últimas consecuencias”.
Este tercer tomo de los Diarios arroja el saldo de un Rafael Chirbes entero. Está el individuo en su intimidad doliente, bañada constantemente por el llanto. Está el escritor esforzado y dubitativo. Está el ciudadano encorajinado por la marcha política del país hacia horizontes contrarios a su ideología marxista. El resultado global es un relato denso, severo, oscuro y triste. En tantas páginas no aparece ni un brochazo de humor. Con esta materia palpitante ha escrito Chirbes una obra de valor excepcional, el gran dietario, el más importante, de toda la literatura española.
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Autor: Rafael Chirbes. Título: Diarios. 3. A ratos perdidos 5 y 6. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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