Carga Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) con una biblioteca a cuestas. Su vida literaria es un Kindle con cientos de libros almacenados en su memoria interna, desde los títulos que leía de pequeña hasta los que se lleva de viaje cuando está de gira. La cantante y compositora hace un alto en el camino en Madrid, en el Federal Café, lugar que utiliza como «oficina» para estos menesteres. De hecho, llega Christina con la guitarra (en su funda) al hombro. Entre otras cosas, anda terminando unas maquetas y en unos días viajará a Latinoamérica para continuar celebrando el trigésimo aniversario del que fue su primer disco, Que me parta un rayo (Warner, 1992). Servidos los cafés, el instrumento de seis cuerdas de Christina Rosenvinge se apoya descansando en el respaldo de una silla mientras ella comienza a hablar de los cuentos de su infancia.
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—¿Leer es el principio de todo?
—Probablemente sí. Yo creo que la imaginación se despierta leyendo, sobre todo.
—¿Cómo se te despertó a ti la imaginación?
—Aprendí a leer con los cuentos de (Hans Christian) Andersen. Yo era la más pequeña de la familia e iba un poco rezagada en el colegio. Mis hermanos me leían los tebeos de Astérix, mi madre me leía cuentos… Entonces hubo un momento en que se pusieron todos de acuerdo y dejaron de leerme los cuentos para que yo tuviera que aprender a leer, así que ya no me quedó más remedio (risas). En casa, los cuentos de Andersen; en el colegio, el primer texto que recuerdo que me impactó muchísimo fue Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.
—¿Por qué te impactó tanto?
—Es un texto maravilloso si lo piensas. Desde entonces tengo fijación con los burritos.
—¿Por qué crees que a los niños, en realidad, les gustan los cuentos crueles? Pienso en El patito feo, en La cerillera… Por ponerte ejemplos de Andersen.
—Muchos de los cuentos de los hermanos Grimm (Jacob y Wilhelm), de Las mil y una noches, son cuentos populares que se han ido repitiendo; los hermanos Grimm en realidad recopilaron los cuentos populares, no eran de su autoría, y en el caso de Andersen algunos son de su autoría pero hay otros que están inspirados, porque hay argumentos que se repiten. Incluso se repiten en todas las civilizaciones, lo cual es muy curioso.
—El canibalismo.
—Sí, y los miembros de la realeza que se transforman en animales. Es un mito originario. Lo escriben los griegos, pero también lo escriben las culturas precolombinas. Siempre han existido todos estos cuentos, porque son una narración sencilla que ilustra la naturaleza humana. Y como todos vivimos sumidos en la zozobra y en la angustia de entender nuestra existencia, los cuentos sirven para entendernos a nosotros mismos. Por eso existen desde el principio de los tiempos. Y los niños, a los que muchas veces minusvaloramos pensando que no pueden entender relatos complejos, los pueden entender perfectamente. Los cuentos que tienen sangre o una advertencia de peligro implícita en el relato son y han sido siempre especialmente útiles para advertir sobre los peligros del mundo exterior. Muchísimos cuentos empiezan con la muerte de la madre: Blancanieves y los siete enanitos, La cenicienta, Buscando a Nemo recientemente… Una vez leí un comentario sobre esto: en este caso concreto no hay sexismo, porque la madre tiene que morir para que se rompa la protección del hogar y ocurra la aventura. Es curioso que tiene que morir la madre y no el padre, porque parece que el padre no protege, sino que se casa con una malísima o abandona niños. En los cuentos la historia, la aventura de supervivencia, empieza cuando se muere la madre. Incluso con Marco, que tiene que ir a buscarla. La conclusión es que si hay madre no hay aventura.
—¿Te dabas cuenta de ello?
—En su momento no me daba cuenta de todo esto. Yo simplemente leía cuentos si los recibía. Mi cuento favorito de niña era La Reina de las Nieves, de Andersen, porque además es un cuento en varios capítulos, es una road movie. Gerda, una niña —ahí tienes un antecedente de la canción Voy en un coche—, tiene que atravesar varios países en trineo hasta que llega al Polo Norte para rescatar a su amigo Kay, que tiene el corazón helado en la fortaleza de la Reina de las Nieves. Este cuento me sigue gustando. Siempre he querido hacer algo con él.
—¿Es cierto que en un verano te llegaste a leer Chitty Chitty Bang Bang, de Ian Fleming, 15 veces?
—(Risas) Sí. Nos fuimos a un hotel en Málaga y no había llevado otro libro. Entonces lo que hacía era que empezaba ese libro todos los días y lo leía entero. Me decían: «¡Cuánto estás tardando en acabarte el libro!». Y en realidad lo había leído 15 veces todos los días que estábamos ahí.
—Chitty Chitty Bang Bang es un libro que Ian Fleming escribió para su hijo Caspar. ¿Escribir es dejar una herencia?
—Sí. Yo creo que uno escribe para entenderse a sí mismo, fundamentalmente. Creo que esa es la razón que hay detrás de todo. Todos los padres suelen escribir algo para los hijos. Yo también tengo cuentos escritos.
—Contaste una vez, durante un acto con Patricio Pron y Byron Espinoza, que con tus hijos cambiabas los cuentos.
—Tenía algunas estructuras repetitivas, porque a los niños les encanta la repetición, les crea seguridad. Una historia que siempre empieza igual y que acaba igual te hace tener por lo menos esas certezas, pues te ayudan a dormir en concreto, que es para lo que se usan los cuentos infantiles. Tengo varios cuentos escritos que en algún momento me gustaría publicar.
—Ya que hablamos de cambiar cuentos, ¿qué te parece que quieran reescribir la obra de Roald Dahl para que no ofenda?
—Es una barbaridad. Y sobre todo es pensar que la gente no es suficientemente inteligente. Supongo que entra dentro de toda esta corriente de analizar obras que ahora mismo no nos resultan moralmente aceptables. Es el caso de Lo que el viento se llevó, por ejemplo. A mí no me parece mal, y creo que es necesario ponerlas en contexto. Es decir, que vayan acompañadas de un prólogo que de alguna manera lo ponga en contexto. No sé si has leído la historia de todas las escenas quitadas de Lo que el viento se llevó. Es muy interesante lo que se eliminó para entender cómo evolucionó ese guion; se idealizaba de alguna manera la esclavitud, la forma de vida del sur, como una forma de vida aceptable, divertida, que se puede echar de menos, que es algo que creo que es censurable desde cualquier punto de vista. Por lo visto, las secuencias en las que se ilustraba la crueldad de la esclavitud fueron eliminadas porque se quería dar una versión edulcorada y no convenía que fueran demasiado ilustrativas.
—Tu padre tenía una visión muy idealizada de España y tú heredaste el gusto por la poesía de Federico García Lorca.
—Lorca fue fundamental en el hecho de que se mudaran a España. Yo estoy aquí por culpa del Romancero gitano, lo cual es muy bonito, pensar que la motivación de la migración de mis padres en el fondo fue la poesía. Mi padre en concreto tenía una visión muy idealizada de España.
—¿Qué leías en el colegio?
—En el colegio leía literatura española sobre todo.
—Recuerdo haberte leído decir que El sexo débil (Simone de Beauvoir) llegó a ti gracias a una profesora.
—Es verdad que yo iba a un instituto público (Ciudad de los Poetas) en una época en la que los profesores eran estupendos. Todos los alumnos que pasamos por allí lo recordamos con muchísimo cariño. Nos marcó mucho el profesor de literatura, la profesora de arte, el profesor de filosofía… De hecho, muchos de nosotros guardamos los apuntes durante años, y para que guardes los apuntes del colegio te tienen que haber marcado muchísimo. También había un ambiente en mi instituto que era muy avanzado para la época. Los alumnos participábamos en las decisiones, teníamos un grupo de teatro donde yo recuerdo haber representado la Commedia dell’Arte pero también a Tennessee Williams. A mi madre casi le dio un ataque cuando fue a verme y aparecí vestida con una combinación negra y como haciendo de alcohólico. Nos dejaban mucha libertad, y eso también propició que hubiera una generación que creció con una cabeza muy bien amueblada.
—¿Tener estos referentes ha sido una suerte para ti?
—Sí. Creo que es fundamental, y de hecho pienso que los profesores, de colegios de todas las edades y también universitarios, deberían cobrar el doble de lo que cobran, porque son una parte fundamental de la sociedad. El futuro depende básicamente de los profesores. Son un estamento de la sociedad que debería ser muchísimo más respetado y más valorado.
—Parece que ahora los profesores tienen la responsabilidad de criar a los hijos.
—A mí no me parece mal que los profesores aporten lo que no se aporta en casa. La cuestión es que los profesores no pueden estar sobrecargados. Tienen que tener menos alumnos y menos horas, precisamente para poder apoyar a los alumnos que se quedan detrás o para poder tener una formación en marcha, que es fundamental. Lo que no es normal es que cada vez que tú hablas con un profesor estés hablando con una persona que está absolutamente agotada y sobrecargada. Mi hermana Teresa es profesora. Conozco la situación de cerca en casa y a través de muchos amigos que tengo que trabajan tanto en la pública como la privada.
—¿Que un profesor esté quemado implica que no tenga tantas ganas de mostrar literatura?
—Un profesor quemado no desarrolla todo su potencial, fundamentalmente. Los niños necesitan no solamente aprender y memorizar, sino que es también un lazo emocional, y yo tuve la suerte de tener eso, sobre todo, en el instituto.
—¿Leías a Franz Kafka?
—Sí, pero eso era culpa de mi hermana Teresa. Yo me leía todo lo que había. Iba como un pollito detrás de ella, repitiendo todo lo que hacía, porque Teresa fue realmente la rompedora, la que trajo a casa la revista Star. Las cosas más transgresoras llegaban por parte de mi hermana Teresa y yo compartía habitación con ella además. Físicamente era muy parecida a Marianne Faithfull, iba de negro, era como una hippie elegante, misteriosa, que no hablaba demasiado, que escribía poesía… Era muy fascinante.
—¿Qué impacto tuvo en ti Kafka? ¿Fue más El proceso o La metamorfosis?
—La metamorfosis, para mí, siempre la he entendido como una metáfora de la adolescencia. Un día eres un ser humano y de repente te despiertas convertido en un bicho. Eso es exactamente la adolescencia. Te baja la autoestima a los pies, ya no encajas en el mundo y la gente te mira raro. Viene la soledad, el encerramiento en el cuarto…
—¿Y tú te has sentido así?
—Sí, siempre me he sentido poco integrada. Es verdad.
—Entonces, ¿vives en una metamorfosis constante?
—Lo que pasa es que el mundo de la música está lleno de bichos raros. De hecho, es muy raro encontrar gente normal. Lo que nos lleva a hacer música es precisamente nuestra incapacidad para adaptarnos al mundo.
—Pienso en Patti Smith y en Éramos unos niños cuando repaso tu convivencia con Ray Loriga mientras tú componías Que me parta un rayo y él escribía Lo peor de todo, cuyo título fue realmente una idea tuya.
—Bueno, había que cambiar el título. En su momento yo era la primera que leía los textos de Ray, sugería cambios, nos ayudábamos mucho el uno al otro… También nos conocimos muy jóvenes y aprendimos juntos. Y no solo éramos nosotros; en ese grupo también estaba Coque (Malla), Álvaro (Fernández Armero) y su hermana Coloma, que luego empezó a escribir… La unión de talentos siempre es buena para todos. Estar rodeado de gente que se parece a ti, que también está haciendo cosas, funciona como estímulo, te refresca, es abono. Por eso la generación del 27 existe. Si todas esas personas no se hubieran conocido entre ellas, si no se hubieran retroalimentado, probablemente todo eso no hubiera sucedido.
—¿Es mejor tener un buen grupo de amigos creativos o una buena biblioteca?
—Lo mejor es tener las dos cosas, yo creo. Antes de la pandemia te habría dicho la biblioteca, o la colección de discos, pero ahora creo que es la gente la que me incita a seguir haciendo canciones. En la pandemia se paró la vida y yo dejé de escribir y componer más de un año.
—Si tuvieras que elegir…
—Yo diría que los amigos.
—¿Por qué?
—Porque es muy difícil dialogar con un muerto. Es que tiene que haber diálogo para que tú te enriquezcas. Tener una biblioteca es un lujo, pero mucha gente que tiene una biblioteca solamente es receptora. Es más, te voy a decir una teoría que tengo y que el otro día lo hablaba con Ignacio Echevarría. Nuestros hijos tienen la misma edad y comentábamos hacia dónde iba cada uno, y entonces se dio la circunstancia de que su hija está estudiando Arte pero piensa seguir la estela de sus padres, que son cultísimos y que se han dedicado sobre todo al lado de la edición, el periodismo, el hablar… Y sin embargo, es muy raro que salga un artista de unos padres tan cultos. ¿Por qué? Porque yo creo que en el mundo de la música —es muy esclarecedor—, en el mundo del arte, de las artes plásticas, hace falta tener cierta ingenuidad. Eso lo dice también Patti Smith en el libro. Tienes que tener cierta ingenuidad para convertirte en artista. Si sabes demasiado y has leído demasiado da la sensación de que tú puedes aportar muy poco al mundo porque ya está todo dicho, porque lo que tú digas no va a ser tan bueno como lo que ya está hecho; te estás comparando con obras maestras. Sin embargo, cuando eres un ignorante todo lo que haces te parece novedoso, parece que eres el primero en el mundo al que se le ha ocurrido juntar tres acordes. Pero si ya sabes que todo eso existe, es muy difícil tener la arrogancia de pensar que vas a aportar algo nuevo.
—¿Hacia dónde van nuestros hijos?
—No lo sé.
—¿Y hacia dónde vamos nosotros?
—Tampoco lo sé. Me gustaría saber si otras otras generaciones han hecho profecías y si se han cumplido o si esta sensación de incertidumbre que tenemos nosotros es algo novedoso. Pero realmente, con los últimos acontecimientos que hemos vivido, el mundo ahora mismo va tan rápido y la sucesión de eventos es tan sorprendente que es muy difícil sacar conclusiones. Nadie se podía imaginar la pandemia, nadie se podía imaginar la guerra de Ucrania… Pero es que nadie se podía imaginar el impacto que han tenido los teléfonos móviles o la inteligencia artificial. ¿Qué va a ser de nosotros? No tengo ni la menor idea.
—Habrá que preguntárselo a la inteligencia artificial.
—De momento, la inteligencia artificial parece no ser tan inteligente. Ya veremos hacia dónde va.
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