He visto bajarse de Circular 22 a un tipo con abrigo Wenders que se parecía a un reflejo en la ventanilla de afuera de Vicente Luis Mora, su mirada seria y escrutadora desde su imagen al fondo del vidrio interior del metro nocturno que no admite viajeros de paso, sólo fantasmas. Y por supuesto a lectores convencidos de la magia creativa de la deriva, a bordo de un puzzle de escenas de vida en torno a emociones, a ideas, a relámpagos de imágenes que se narran rebeldes de conceptos. Hay también instantes fugaces en los que los personajes ofrecen una versión incompleta de sí mismos, y fotogramas de una realidad urbana y cotidiana que caza, piensa y deja fluir nómada Vicente Luis Mora. Es su mirada zurda con respecto a lo normativo y lo observado la que impulsa el movimiento de una escritura flâneur que transita y reconstruye el espacio existencial de la ciudad, sus ficciones y sus fronteras interiores. La auténtica protagonista, con nombres españoles, africanos, norteamericanos y sujetos a múltiples referencias literarias, de la que su autor traza la cartografía de todas sus variantes y posibilidades. Palabra de Calvino.
No es la Rayuela de Cortázar la que evoca Mora, aunque bien sabe que a lo largo de los veinte años de un tango ha cosechado grafitis, tendidos eléctricos, diálogos propios de Eric Rohmer —la pareja, los vacíos, la angustia, el deseo, la ruptura—, diarios de estrellas, cáscaras de plátano, notas mentales, bocetos a vuela pluma, estaciones de trenes en las que todos parecen sospechosos. Un material que evoca con diferente estilo y propósito las páginas del argentino, y al igual que en ellas en Circular 22 su autor hace a los lectores saltar de calle en calle, de historia en historia, de las que deja en sus manos la continuación de un conflicto, de una pregunta, de un encuentro, lo que acontece al personaje en los márgenes de lo que no cuenta, y que cada cual complete su secreto, su paisaje, su reflejo en su ciudad de las ciudades que el escritor distingue en cómodas, fugaces, cortadas, invisibles, inesperadas, vividas, imaginadas, escurridizas, un rumor atrapado en una fotografía. Da igual, son todas ciudades dentro de la literatura que es el aleph desde el que Vicente Luis Mora las mira, las convierte en texto, las circula, las maneja a modo de sujetos de un ajedrez en movimiento por el tablero de una ciudad de arena. Palabra de Borges.
Pero ¿qué sucede en ellas, en los escenarios por los que cruzan taxis o un padre le muestra la suya a su hijo en el comienzo del libro, con la expectación de descubrir otro cielo igual de grande bajo el cielo? ¿Existe una trama que vincule al viajero convertido de repente en revisor de un metro circular; al ladrón de un poema en la M30; al tipo que tiene dudas sobre su Nikon; a Ingrid, que necesita la certeza del amor romántico; al poeta que acaba de comprarse un libro de William Carlos Williams; a la princesa de Primark; al hombre que sale de su casa para comprar aire; a la chica que trabaja en una planta procesadora de alimentos en Nueva Jersey; al escritor de una novela cumbre para un único lector? ¿Trata Circular 22 de la vuelta al mundo en veinticinco años sin salir de muchas metáforas de Dublín? No piensen los lectores en Joyce. No está, no se le espera. Tampoco aguarden un desenlace al estilo de Ballard, de Foster Wallace o de Baricco. Aunque si hay algo del otro Ulises que vaga sin un destino de regreso por todas estas islas de ciudad, lo más cercano a la polifonía de las ciudades que atrapa como mariposas de Nabokov que luego deja escapar, a sus figurantes de ficción, reales y del yo entre las líneas de sombra del autor, es Makbara de Juan Goytisolo. El mundo como medina y como zoco. El discurso de la ciudad y sus idiomas. Palabra de Barthes.
A Vicente Luis Mora no le interesa la escritura que surfea, la que tenga un alma que pueda medirse por los aplausos que cronometra un profesional de La Scala de Milán. Para sus libros busca y aguarda lecturas que interroguen su manera de ensanchar el concepto de la literatura, su heterodoxia frente al no lugar del horizonte o al horizonte abierto de la historia/historias que se cuenta cuando a lo real y a lo vivido y al extrañamiento se les mira a conciencia y con oído. Los porqués de sus elecciones de una escritura llena de pasillos por los que se escabulle cambiando de género, haciéndoles juegos de ilusionismo a sus lectores. Pero no crean que es difícil leer a este autor, si se liberan del corsé de la dificultad dejándose llevar en libertad. Gozarán entonces de cómo Vicente Luis Mora teje la narración con narraciones que son puentes, barrios, espacios urbanos, perfiles de criaturas parecidas a las de Hopper, y cuyas retículas anuda con diálogos naturales, diálogos que construyen a los personajes, diálogos espejos en los que uno puede reconocerse, diálogos que le dan vigor a la narración de un telar sobre lo humano, la soledad, la vida, el azar y los extravíos. Palabra de Penélope.
No puede faltar en Circular 22 la pasión experimental del escritor que domina los juegos intelectuales del intertexto que funde en este libro por el que pasea a Walter Benjamin, a W. T. Vollmann, a Ricardo Piglia, a Adorno, a Bachelard, a Lévi-Strauss, a Ben Marcus “un libro que no excluiría a nadie”, a César Aira “viajando todo el tiempo se lograría la novela infinita”. Cada uno de ellos, cada cita, a modo de placa de una calle, de una glorieta, de una esquina a medias, de las direcciones por las que transita el escritor de la novela que lleva una ciudad dentro —igual que cada uno de nosotros— y se divierte con la exploración metódica y a la vez espontánea de todas sus posibilidades celebratorias, con el movimiento sincrónico de los personajes que la recorren, sin olvidar el humor en sus propuestas, en sus sugerencias —¿quién en una ciudad conoce a L’Isle-Adam?—. La duda es el dado que lanza en su apuesta literaria acerca de las caras del azar, el cuestionamiento de todo y el enfoque, por ejemplo, sobre la importancia de los borradores y de la literatura secreta que albergan las papeleras. Una vez más, al igual que en toda su obra, el magma de Circular 22 es su estilo en la manera de explorarse a sí mismo a través de la indagación sobre la literatura del siglo XXI, la obra abierta y la escritura en presente del yo en uno de los últimos capítulos. A esta literatura sobre la literatura lo mundano, lo social, la cultura tampoco se le escapa ni es mera serpentina. Su mirada crítica es lúcida, en ocasiones un escarpelo frío, y brilla entre las sombras de lo mundano del arte, los museos, la telebasura, el urbanismo, la droga, el trabajo, el turismo, los informes de lectura editorial, YouTube, lo estético, el periodismo, el cibermundo. A todo lo real y lo fantástico le toma el pulso de manera breve, concisa, contundente, anecdótica a veces, profunda muchas, y con la brújula de una escritura inteligente, poética en su epidermis, filosófica en su envés, y muy gozosa en su divertimento creativo de escribir jazzísticamente. Palabra de Satie y de Perec.
Vicente Luis Mora toma todas las calles de todas las ciudades en este libro multilector. Una para cada género y dirección. Lo vemos haciéndolas suyas, invitándonos a ser sus cómplices transeúntes. Lo atisbamos sin vértigo contemplando la ciudad desde el vértigo alto de una terraza, detrás de la ventanilla de un taxi. Desaparece. Y aunque nosotros creamos que hemos terminado de leer la historia y el libro acaba, en realidad él sigue a bordo del tren y lee por encima del hombro de otro viajero el libro que lleva en sus manos, y en cuyas páginas un niño en la calle Brack juega a la pelota. Redonda, inquieta, como Circular 22.
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Autor: Vicente Luis Mora. Título: Circular 22. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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