Desde la cubierta del correo La Palma, Miguel de Unamuno divisaba los paisajes de Fuerteventura, un territorio de destierro que el escritor, a golpe de sonetos, situó en la literatura universal con versos que empoderaron al majorero, castigado por el hambre, la sequía y al señor territorial de turno.
Los biógrafos de Unamuno Jean-Claude Rabaté y Colette Rabaté explican a Efe desde Francia que «antes de ser confinado Unamuno había iniciado desde los 15 años en la prensa una lucha despiadada contra la monarquía de Alfonso XIII, el ejército, Miguel Primo de Rivera y sobre todo un general a quien nadie conoce hoy, Severiano Martínez Anido, quien lo persigue hasta el triste otoño de 1936, y una Iglesia fosilizada», recuerdan. Esta lucha, indican, «la continúa a sonetazos, pues la poesía es un arma, un arma de resistencia y un desahogo». Los versos los acompaña de comentarios en prosa, que permiten contextualizarlos donde la «violencia de esta prosa es extrema y en la que estalla contra un trío infernal (rey, Primo de Rivera y Martínez Anido) y donde tiene el deber de incluso insultar a un pueblo demasiado servil que a veces colabora con el Directorio».
Un día después de llegar, Unamuno escribió una carta a su mujer, Concha, en la que se lee: «La isla es de una pobreza triste; algo así como unas Hurdes marítimas. Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Se parece a La Mancha. Pero no es tan malo como me lo habían pintado. El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura». Durante los cuatro meses que permaneció confinado, el escritor encontró en Fuerteventura «un oasis en el desierto de la civilización» y llegó a marcar en su mapa los puntos de Playa Blanca, el peñasco «al que solía ir a soñar» y Montaña Quemada, como lugares donde le gustaría tener el descanso eterno. La isla fue una revelación; recorrió su geografía en coche o a lomos de un camello; se interesó por sus topónimos, su historia y paisaje; también por su flora, repleta de «enjutas aulagas» y «resistentes tabaibas» y por su fauna, simpatizando con «la descarnada o esquinuda» camella. En Fuerteventura descubrió el mar «o la mar» y simpatizó con el majorero, un hombre de sobriedad bíblica que se alimenta de «pan en esqueleto», que es la pella de gofio.
«Para Unamuno, Fuerteventura y su gente constituyeron una verdadera revelación», asegura a Efe el catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna Marcial Morera. Afirma que «Fuerteventura, por su paisaje desnudo, desprovisto de hojarasca o vegetación encubridora y del ruido de lo que él consideraba la superficial historia, y su mar le permitieron entrar en contacto directo con la divinidad». Días antes de que se cumplan cien años de su llegada a Fuerteventura, el filólogo comenta que la interpretación que hizo Unamuno de Fuerteventura y de su gente significó «la liberación de los prejuicios tradicionales, que presentaban a la isla como una especie de lugar maldito, como un infierno para desterrados». Y a sus gentes como «unos incorregibles holgazanes, que se pasaban la vida dando sablazos a diestro y siniestro y viviendo del cuento, en lugar de trabajar para pagar los quintos al señor territorial de turno y los diezmos a la iglesia. Digamos que don Miguel subió la autoestima de los majoreros, los empoderó, como se dice hoy con anglicismo de última hora».
El profesor se atreve a asegurar que, desde el punto de vista de las actitudes, no es descabellado decir que existen «dos etapas radicalmente distintas en la historia de Fuerteventura». El 4 de julio de 1924 se firmó un Real Decreto por el que quedaban indultados Miguel de Unamuno y Rodrigo Soriano. Un día más tarde fue promulgado. El 9 de julio abandonó Fuerteventura a bordo del bergantín L’Aiglon para continuar un año de autodestierro en París y cinco años y medio en Hendaya (Francia). A bordo del vapor holandés Zeelandia rumbo a Lisboa con destino al puerto francés de Cherburgo, Unamuno escribe unos versos con los que se despide de la isla:
Raíces como tú en el Océano
echó mi alma ya, Fuerteventura,
de la cruel historia la amargura
me quitó cual si fuese con la mano.
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