Comentaba un amigo el otro día, quizá con un punto de resignación, que sólo leía novela negra. Y cuando uno intentaba contraargumentar apelando a las ventajas de la dieta variada y los diversos frutos de que nos provee el árbol frondoso de la literatura, se puso serio y cortó por lo sano: “Pero, ¿tú vas a librerías? ¡Si es que no hay otra cosa!”
Efectivamente, algo de eso pasa. Como esas algas que de repente colonizan un río o un estanque, la novela negra y sus distintas manifestaciones (thriller, policíaca, de misterio…) han cubierto mesas y anaqueles, ocultando todo lo demás. Tapar a los clásicos, o la poesía, no habrá costado mucho trabajo, pero, ¿qué fue de la novela histórica, hasta hace nada reina de los expositores? ¿Y del ensayo político / social, que aquí siempre ha tenido su público? Ocurre también que la novela negra se camufla y ya no se presenta sólo en formatos reconocibles: portadas duras, tonos oscuros y contrastados. La editorial Impedimenta está editando literatura policíaca con carátulas tan delicadas que parecen diseñadas para algo de Jane Austen o Iris Murdoch. Siruela, otro tanto…
Y, sin embargo, tanta abundancia no se compadece con una mayor capacidad de seducción del lector. Sentimos que determinados subgéneros —la novela nórdica, los italianos— se han ido fosilizando, y los autores nuevos que van apareciendo aportan poco respecto a los clásicos que abrieron el camino. Así Sjowall-Wahloo o Mankell carecen de epígonos que se les acerquen, a pesar de que no debe haber sueco o islandés —o eso parece— que no se gane la vida escribiendo en clave noir. Y, con la muy destacada excepción de Carlo Lucarelli, no queda sino lamentar la cantidad de tiempo perdido intentando encontrar algo salvable entre la plétora de italianos que nos han caído del cielo en los últimos tiempos. Tendrían que volver a nacer —varias veces, y preferiblemente en Sicilia— para ser dignos de encenderle el cigarrillo al maestro Camilleri.
Abundancia, además, sin variedad. Porque no ayuda la patente similitud entre las novelas, cuyo patrón se suele repetir machaconamente: el protagonista —detective o policía— es un tipo duro, con pasado sombrío… no están ahora de moda los investigadores de corte intelectual y modales refinados, tal Ellery Queen o el Lord Peter Windsey de Dorothy Sayers. El gusto por el juego de ingenio, donde las piezas de la trama encajaban con precisión, como en un rompecabezas, parece haberse perdido. También se impone la crudeza en las descripciones y el sexo a la vuelta de cada página, mientras la ironía se ha volatilizado. Todo ello, en fin, hace que los viejos aficionados al género estamos un tanto estragados… pero los muchos años de adicción no permiten así como así darse de baja, así que, iterum iterumque, volvemos a esas librerías por si el dios de la novela negra, que de tanto en cuanto tiene buenos detalles con los que le invocan, nos da una alegría.
Pues bien, este es el caso. En los pocos días que llevamos de año han aparecido nada menos que tres títulos interesantes de autores españoles. Dos de ellos, los de Sergio Vila-Sanjuán y Leandro Pérez, ya han sido glosados en esta página. Corresponde ocuparse del más reciente: A menos de cinco centímetros, de Marta Robles.
Marta Robles es una solvente periodista que tiene una larga y variada trayectoria en esto de los libros: ficción, reportaje, crónica, biografía. Si no llevamos mal la cuenta, le faltaba solo poesía y, precisamente, novela negra… que ahora acaba de tachar de la lista (para los versos suponemos que no hay prisa). Y como tiene oficio y se nota el mucho trabajo que hay detrás, el resultado está a la altura.
Armando, escritor de éxito y bon vivant. Misia, bellísima mujer, de ojos color violeta y pasado oscuro, esposa de un magnate de la prensa. Roures, un detective que antes fue corresponsal de guerra. Katia, joven periodista argentina. Cuatro amantes muertas. Una biblioteca inalcanzable. Una discoteca exquisitamente seleccionada. Escenarios escogidos con esmero y sutilmente desvelados… todo bien engastado en una narración bien trabada que se despliega de manera implacable, y en la que el lector queda atrapado de tal manera que, antes de darse cuenta, ha consumido más de la mitad de la novela.
A menos de cinco centímetros tiene muchas cosas buenas, especialmente, la propia historia, sugerente y densa, y los personajes, efectivos, con secundarios que suman, matizan y sirven para resaltar los aspectos sórdidos, fundamentales en la trama.
Bienvenida, pues, la pareja Roures–Robles —¿no es lo mismo?— a la casa de las negras paredes.
Autor: Marta Robles. Título:A menos de cinco centímetros. Editorial: Espasa. Venta: Amazon y Fnac
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