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Cinco poemas de «Donde la carne ya no siente», de Phil Camino

Cinco poemas de «Donde la carne ya no siente», de Phil Camino

Excusatio non petita y un agradecimiento manifiesto

Mi respeto por la poesía me ha llevado toda la vida a sentirme desamparada ante lo que considero un arte mayor. Supongo que hay poesía buena y mala, pero para mí, en mi entendimiento tan poco académico, hay versos y palabras que siento que no fueron escritos para mí y los hay que me han sabido llevar «donde la carne ya no siente».

He escrito muchos poemas a lo largo de mi vida, siempre los tildé de malos, sin preocuparme en realidad de si lo eran o no, porque nunca me atreví a considerar esa faceta de mi escritura como algo importante sino como lo que es: la medicina más natural de que dispongo para nombrar el mundo y apaciguar el alma. Dice Jorge Guillén en un texto que le dedica al escritor Gabriel Miró: «Una obra literaria se define tanto por la actitud del escritor ante el mundo como por su manera de sentir y entender el lenguaje. Las palabras del escritor son a veces justas, a veces pobres». Esas palabras de Guillén me permiten hoy acercarme a mis poemas con más serenidad, como cuando entro en un templo, con enorme respeto por el lugar pero con la conciencia de que allí encontraré silencio y quizás una mano tendida. Yo no escribo eso que son capaces de hacer aquellos a los que he colocado con justicia en las cumbres de la literatura: Baudelaire, Lorca, Antonio Machado, Rubén Darío, Neruda, Emily Dickinson o Eunice Odio; yo saco de mí las palabras que han dado sentido a las cosas que me han sucedido o que observo desde una ventana que se empaña cuando lo hacen mis ojos o el cielo nuboso de mi querida Cantabria.

«Hay que saltar del corazón al mundo», hagamos caso a Huidobro. Cuando Fernando Gomarín, que sabe que escondo en mis cajones estos secretos sin confesión, me pidió que se los mostrara para publicarlos en la Sirena del Pisueña, mi reacción fue de perplejidad. Para estar en un catálogo junto a José Hierro, Julio Maruri o Ángel Sopeña, entre otros, sólo puedo alegar una cosa a mi favor: que lo escrito aquí tiene la honestidad de lo que nunca fue pensado para ver la luz ni para que otros se acercaran a ello. Es mi lenguaje oculto, «a veces justo, a veces pobre». Ordenado únicamente por el pensar y por el sentir.

Mi agradecimiento por este regalo en forma de precioso libro que me han hecho Fernando y el Ayuntamiento de mi querido valle es proporcional al pudor con el que lo muestro. Pero si en algún sitio podían ver la luz mis palabras tenía que ser en esta colección, nacida a la vera del río Pisueña que baña esta tierra que tanto quiero, algunas de mis palabras quedarán adheridas a sus hojas como el musgo lo está a las piedras del río. Y eso me hace muy feliz.

Amarga es la duda

¿Por qué amor mío
te empeñas en brillar en los luceros?
¿No ves que aniquilan
los suaves matices del alba?
¿Cómo pedirle al rayo
una ofrenda de plata
si persiste en entregar su oro?
¿Por qué la luz
no deja ver las formas?

Breves ensayo sobre el dolor

II

Te he dado la vida a medias.
Otras manos,
te han llevado lejos de mis besos,

de mi olor,
de mis caricias que no te puedo dar.
Te he dado la vida
a medias.

Sola en aquel lugar que te mantiene viva y yo con mi llanto.
¿Y por qué a veces la vida es así?
¡Tan cruel y miserable como un beso de hiel!

Conmigo morirías…

¡Si soy tu madre!
Te he dado la vida a medias.
Pero no temas, hija
que la otra media vida
ya es nuestra para siempre. 

Breve ensayo sobre el dolor

IV 

Oigo cantares que sollozan y roces de manos oprimidas,
que enjugan las lágrimas de amor.
Las muertes se han cumplido y la lucha desvaneció
en un llanto de silencio.
En la triste noche,
sólo quedan miradas incrédulas, desvalidas
que afrontan el pesar;
de los corazones cosidos.
Oigo pasos trémulos, que cruzan puertas sombrías de luz
para verla, la veo
eterna
ojos y boca de serenidad.
Sobre ellos dejo caer un beso
como quien deja caer un barco en el mar,
rozando la piel con la brevedad y el peso eterno
de las madres redimidas.

dear EMILY…

Cuando miro y veo, tras la ventana,
caer el granizo
desde el más allá,
desde los cielos perdidos en el gris de nuestra melancolía,
siento que cada pequeño pedazo de hielo
es esquirla de mi alma
golpeando contra el suelo
que no sabe dar respuestas.

(De: Últimos poemas)

Hay un deseo que nace donde la carne ya no siente,
donde se agarra el alma
a lo invisible.
Allí las bestias se callan,
enmudecen su lamento
en el silencio amaestrado.
Hay un deseo que no es
de la piel,
ni de la boca.
Sólo de un lugar que nadie conoce, en el que
como una bestia con fiebre,

palpita el pobre corazón humano.

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Autor: Phil Camino. Título: Donde la carne ya no siente. Editorial: La Sirena del Pisueña.

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