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Cinco poemas de El paraíso está en la tierra, de Eduardo Martínez Rico

Cinco poemas de El paraíso está en la tierra, de Eduardo Martínez Rico

Muchos de estos poemas son poemas de amor, pero todos, también éstos, trascienden esta condición para alcanzar lo inaprehensible, lo que tal vez sólo la literatura, la poesía, puede expresar. Eduardo Martínez Rico siente que escribió estos poemas en otra época de su vida, y aunque los reconoce plenamente siente también que fue otro el que los escribió. 

A continuación ofrecemos cinco poemas del libro El paraíso está en la tierra (Ediciones Azimut), de Eduardo Martínez Rico.

*****

AMOR

Son tus olas sonrisas

del mar en las estrellas,

amada mía.

 

Son tus olas reflejos

de las dunas

que me nacieron,

mía amada.

 

Tus olas son como anillos,

azules en constelación,

que me abrazan,

cintura perla,

tuya,

en los días de blanca

maroma,

de tierra rota,

de flojo porvenir.

 

Amada mía.

 

De flojo porvenir…

 

Mi amada.

 

¿Y cómo eran tus olas

el día que te abandoné?

 

Cómo eran…

 

Amada mía.

 

Mis olas eran brillantes

Lunas,

no en la noche,

no en la noche

porque contigo

imposible es la noche,

franja de espuma.

 

Mi amada.

 

Imposible es la noche…

 

Ve, mira,

una blanca paloma

ha cruzado el Norte,

yo confundido,

y me ha traído hacia ti,

princesa de las noches,

los días, las lunas,

las tierras, los soles…

 

Amada mía.

 

¿Los soles?

 

Los soles

y mi corazón púrpura,

roto por ti,

amor.

 

Paloma,

llévame a lo más alto de tu nombre,

para ser anónimo.

llévame lejos,

mitad mito,

mitad nadie.

 

Amada.

 

Nadie.

 

Compartir contigo,

sí, contigo,

lo que la soledad

clama en su desierto,

amor mío.

 

Sí, mío amor.

 

Amor.

 

Contigo.

 

Mío amor.

**

BESO

Un beso es una prueba,

roca santa y pura,

de música

armoniosa.

 

Un beso

es un desafío,

roca leve y matutina,

de verdad y engaño.

 

También de engaño.

 

Música

es tu nombre,

amor mío,

tú que sabes todos los nombres,

los nombres todos.

 

Música,

como un escalofrío,

tú que añades

a la jungla vida,

y al desierto esperanza.

 

Van y vienen las notas,

en el desafío,

y yo te amo,

niño, pero más que niño,

el día que me hiciste,

Beso,

en forma de beso,

para cantar tu cabello,

tu rostro blanco,

tu figura esbelta.

 

Un beso es una prueba,

un desafío.

Un beso es una puerta,

y tú la más bella de todas.

 

Beso, prueba, desafío,

Música…

eso eres tú, amor,

no de sombra,

amor de nieve y de roca,

de mar nunca en calma,

de lago espiritual.

 

Amor, dime amor,

y dime beso,

dime todo

para ser contigo

en el último día del ocaso.

Beso, amor,

música,

siempre música.

 

Siempre tú.

**

LÁGRIMA

Horizontes áureos

dicen tu nombre,

ave espantada

en mil vuelos de verdad.

 

¿De verdad?

Sí, de verdad.

 

Oh tu nombre

encadenado a la lucha,

firme, recta,

del olor de la espuma.

 

¿De verdad?

Sí, de la espuma.

 

Grandes son tus dones,

ya que como humo los soñé,

paraíso de terciopelo.

 

¿De terciopelo?

Sí, de terciopelo.

 

Y sincera tu bondad

que maneja mi impotencia

y acarrea, dos pálpitos.

 

¿Dos pálpitos?

 

Sí, dos pálpitos.

 

Y arrastra,

oh, sí, arrastra…

toda una odisea de suspiros.

 

¿De suspiros?

 

Sí, de suspiros.

 

Oh, tú, lágrima mía.

 

Sí, Lágrima.

**

HOJAS DE ACANTO

Para Laura

 

Ya Penélope recibe lo que tanto tiempo

esperó impaciente:

hojas de acanto en fina caja

de manos del que fue rey de Ilión,

aunque las leyendas lo ignoren.

 

Ya Penélope deja de sufrir el tanto dolor

como llevó consigo:

una diminuta hoja de plata,

siempre cubierta por empuñadora de oro,

remate de rubí,

para marcar el punteo

del sudario del que fue rey de Ítaca,

que las leyendas subrayan.

 

Ya Ulises vuelve a su isla,

peñón en lo alto del Mare Nostrum,

vestido de mendigo,

y ciego, y pastor de cerdos,

y tantas cosas como fue.

 

Ya Ulises mira en redondo

en la sala de banquetes de su palacio:

los pretendientes en algarabía,

Telémaco apocado en un rincón,

navegado el Mare Nostrum,

la vuelta al mundo

en los ojos de una mujer.

 

Ya Ulises, en la justa,

empuña su único arco

y a todos aventaja,

sereno,

clavando una flecha,

una única flecha

para cada uno,

en la cabeza, los brazos,

las piernas,

de los pretendientes

de su mujer.

 

Ya Penélope termina de destejer

su sudario,

y mira a Ulises, sonidos del olfato,

y se une a él en una noche sin fin.

 

Y se quitan los restos de tanta guerra,

tanto viaje, tanto Cíclope, tanta sal del mar,

de batalla sangre, tanto destejer y tejer

de dioses y hombres,

tanto tejer y destejer

de no mirar a los pretendientes

ni al ojo del Cíclope

ni a las sirenas del mal.

 

Y Telémaco sólo es orgullo para sus padres.

**

DESPUÉS DE LA AVENTURA

Para Luis Alberto de Cuenca 

 

Te estás afeitando

después de la aventura.

Tienes magulladuras

por todo el cuerpo,

incluso has perdido

muchos cabellos

de los golpes.

 

El último amor

te ha dejado una estela

de fuego

en el estómago.

 

El Grial, el Arca,

Las Calaveras de Cristal…

qué más da.

Todo pasa

y deja su agujero.

 

Te quitas la espuma

de afeitar de la cara

y sueñas

con una esposa,

con un coche familiar

y otro perro Indiana.

 

Abres los ojos

Y despiertas:

“No”.

 

Vas al salón

en albornoz

Y lees a Homero

Y a Aristóteles.

 

Vuelves a soñar:

con un avión,

la cazadora de cuero,

el látigo y el sombrero,

la mujer

de la aventura.

 

Ya no eres joven,

pero qué feliz eres.

—————————————

Autor: Eduardo Martínez Rico. Título: El paraíso está en la tierra. Editorial: Azimut. Venta: Todostuslibros  

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