Mientras continúa la guerra en Ucrania, la vida en Europa no cesa, y la mayoría seguimos haciendo lo de siempre: en mi caso, leer y escribir. De las últimas novelas a las que le he hincado el diente, La última noche de Libertad Guerra, de Leandro Pérez, cobra un especial relieve en el contexto actual. Esta ucronía que explora lo que hubiese podido ser la España de la Transición si hubiera triunfado el golpe de Tejero, es un grito a favor de la libertad política que no puede sino resonar con connotaciones poderosamente contemporáneas en nuestras conciencias. La he disfrutado mucho y sé que su autor la considera su cima literaria y superior a las dos anteriores novelas, las de Juan Torca. No obstante, me reconozco muy fan de Torca y echo en falta al héroe al que nos tenía acostumbrado este autor burgalés. Bien, pero no te olvides de Torca.
Manteniéndonos en lo histórico pero pasando a los veteranos, tengo una debilidad por la escritura de Jorge Molist. Cuando le leo, la experiencia es sumamente extraña: tengo la sensación de que, si tuviera que novelar algunas de las escenas que él describe, las novelaría igual. Coincidí con Molist en el festival de novela histórica de Úbeda y simpatizamos, y recuerdo una gran velada charlando con él y con Soto Chica, otro buen conocedor de tiempos pretéritos. Pero sé por experiencia que eso no quiere decir nada: a veces un tipo que te cae estupendamente es, en lo literario, la cosa más opuesta a ti que quepa imaginar: nunca sabes qué autor esconde la persona que tienes delante. En el caso de Molist, a la simpatía se aúna la sintonía estilística: me encanta cómo escribe y lo percibo, en la ficción, como un hermano mayor. Prométeme que serás libre es la última novela que he leído del catalán y su recreación del universo mediterráneo del siglo XV es magistral.
De regreso en el presente, no conocía a Paco Gómez Escribano y he leído las dos últimas novelas que ha publicado en Alrevés. Tanto Cuando los muertos gritan como Cinco Jotas me han dejado un poso de enorme satisfacción. Si Molist despierta en mí al escritor culto que llevo dentro, Paco despierta al macarra. Su manejo de la jerga de barrio es tan perfecta y natural como solo puede tener quien la ha vivido. La jerga no se puede impostar, o se nace con ella y se está impregnado de ella, o se la desprecia y se la odia. Gómez Escribano recrea el universo de los manguis de Canillejas con el único lenguaje posible, y el resultado es convincente y emotivo. El final de Cuando los muertos gritan me ha puesto los pelos de punta, y el Banderines, en Cinco jotas, es uno de los mejores personajes de novela negra que he encontrado recientemente.
Para terminar mis recomendaciones, lo que más me ha deleitado de todo lo leído el mes pasado ha sido Panza de burro. Sé que llego tarde y que debí haber leído la novela hace un año, pero es mi manera de funcionar: me gusta dejar pasar el tiempo antes de meterme con esos textos que te dice tanta gente que debes leer. La lectura es más fría y está menos condicionada por filias y fobias. En todo caso, me alegro de haberlo hecho así porque la he disfrutado sin interferencias, y reconozco que me ha encantado la frescura y el desparpajo de Andrea Abreu. Tiene un primer capítulo para enmarcar que nos introduce a bocajarro, con una prosa sensorial y auténtica y con un maravilloso acento canario, en el universo isleño de dos jovencitas muy particulares. Me ha parecido la voz más singular y potente de lo que llevo leído en este 2022. Enhorabuena a Barrett por haberla publicado. En los tiempos que corren, con una proliferación tan exagerada de títulos (¡cuánta falta hacen los prescriptores válidos!), novelas así son como un oasis en medio del desierto. Sigue habiendo joyitas literarias en el mercado actual, y Panza de burro, desde luego, es una de ellas.
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