Clara Campoamor, de viva voz. Entrevistas 1925-1936 (editorial Renacimiento), de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra es la continuación natural de los dos libros de artículos periodísticos publicados previamente: La forja de una feminista (2019) y Del Foro al Parlamento (2021). Aquí, la voz de Clara Campoamor es captada directamente por los periodistas, que con más o menos precisión y literalidad la reproducen. Son, en definitiva, trazos vivos de su temperamento y de su biografía de los que Zenda reproduce uno de ellos.
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Santiago de la Cruz
Hablan los políticos
Clarita Campoamor es una terrible anticlerical
Asegura que conceder enseguida el voto a la mujer
consolidará la República y niega el peligro «femenino»
del cura, al que califica de «peligro nacional»
Informaciones, 26 de diciembre de 1931, p. 10
LAS MUJERES TIENEN CRITERIO PERSONAL
Clarita Campoamor, nuestra flamante diputada, es muy simpática y es… Clarita.
Clara, no. Imposible decirle: «¡Hola, Clara!». Hay que llamarla Clarita. «¿Qué tal, Clarita?». «Oiga usted, Clarita». Y ella acepta sonriente el diminutivo. Y lo estimula.
Todo en ella es diminuto, menos el cerebro.
Diminuta ella, sus ojos, sus manos, hasta el gracioso bigotito bien poblado, pero diminuto en gracia al hábil recorte del más puro estilo inglés con que le limita: al norte con una nariz chiquita, pizpireta; al sur, con una boca de labios finos, fríos; y al este y oeste con una cara redonda y, en conjunto, armoniosa y simpática.
CLARITA ES UNA MUJER… ¡MUY MUJER!
Clarita está orgullosa de su bigotito. Una vez decía: «Mi hermano se parece mucho a mí, pero tiene menos bigote que yo».
Nos encontramos en el bar del Congreso, donde los diputados y ministros acuden a refrescar sus gargantas. Pedimos café. Clarita saca del bolso dos cigarros, y fumamos.
Clarita fuma como una mujer. Y tiene una feminidad insinuante, que quiere disimular —sin lograrlo— con sus frases secas, cortadas, un tanto bruscas. Habla con un chulísimo acento madrileño. Es, clavada, clavada, la castiza maestra de un taller de flores artificiales. ¡Es mucha mujer, Clarita!
—¿Por qué se ha dedicado usted a la política?
—Porque nos han dejado, ¡por fin! —me dice—, y porque lo considero un deber.
—¿Quién se lo impedía antes?
—La sociedad. Ni a mí ni a ninguna mujer nos permitían ingresar en los partidos políticos. Antes de la dictadura, ningún partido español toleraba a las mujeres en sus organizaciones. El mismo Partido Socialista, y conste que esto lo digo nada más que como ejemplo demostrativo, el Partido Socialista, que fue el que primero propició la igualdad de derechos para ambos sexos, tenía a las mujeres apartadas, sin intervenir en sus asuntos, arrinconadas en una agrupación exclusivamente femenina.
LAS MUJERES EN LA POLÍTICA
—Durante la dictadura —continúa Clarita— se vio la necesidad de que las mujeres ayudásemos a combatirla, y nos fueron, no solo tolerando, sino a veces hasta solicitando nuestro concurso. Entonces formé parte de una Agrupación Liberal Socialista, que no tardó en deshacerse por falta de unidad de criterio en sus componentes. Y me afilié al Partido Radical, a la vez que pertenecía al grupo Acción Republicana, que cuando se convirtió en partido abandoné también.
—¿Cuál es su color político en la Cámara?
—Soy diputada de la minoría radical, y pertenezco a la Comisión de Constitución.
EL CURA, PELIGRO NACIONAL
—¿Qué efecto le ha producido el ver que, al tratarse del voto de la mujer, la minoría a que pertenece haya votado en contra de usted?
—Lo único que lamento, por ellos y por todos los demás, es la falta de preparación del hombre español para ejercer la justicia respecto a la mujer. Me basta con que hayan reconocido, en principio, el derecho de la mujer a votar. Lo que ha sucedido es que han creído ver un peligro que, le aseguro, no existe en absoluto.
—¿No cree usted en el peligro de los consejos del cura desde el confesonario?
—Es un error eso de pretender que el cura sea un peligro exclusivamente «femenino». Si existe ese peligro, hay que convenir en que es un «peligro nacional», porque yo siempre he visto en las iglesias tantos o más hombres que mujeres. Y si ellas van a los confesonarios, también acuden los hombres, y escuchan la misma voz e idénticas sugestiones.
CATOLICISMO Y CLERICALISMO
—Hay que convencerse –agrega con sincero acento fervoroso– de que España es el país menos católico, pero el más sujeto al prejuicio. No es el catolicismo, que no existe, nuestro defecto, sino el clericalismo. El clericalismo nos ha gobernado hasta ahora y, por eso, por la sumisión del que manda, ha tenido la máxima influencia en todos los ambientes.
—¿Dónde es más peligroso el cura? ¿En la capital o en la aldea?
—En la capital, desde luego. Todas esas asociaciones de roperos, Acción Católica, beneficencia, etcétera, son semilleros de clericalismo, y en ellas mandan los curas, con absoluta arbitrariedad, a las señoras.
—¿Y esto continuará con el nuevo régimen?
—No, porque esas asociaciones van desapareciendo poco a poco, por fin. Y en cuanto a la acción del cura rural, no solo no es perjudicial, sino que es perfectamente humana, sensata y hasta de tipo comunista.
EL VOTO FEMENINO SERÁ EQUILIBRADO
—Entonces, decididamente, ¿la mujer debe votar enseguida?
—En cuanto haya elecciones. Ha sido una habilísima oportunidad política el conceder el voto a la mujer. Este régimen nuevo tenía que hacer ese acto de justicia a la mujer, y ello ha de influir mucho en su consolidación. El retrasarlo hubiera descorazonado a todas las mujeres que influyeron en la medida de sus fuerzas para el advenimiento de la República.
—¿Qué pasará en las próximas elecciones? ¿Se dejará sentir el efecto del voto femenino?
—Únicamente por el mayor número de votos. Se duplicará el censo de votantes, y no pasará nada más. Ni a un lado ni a otro se inclinará la política.
—¿Y en lo sucesivo?
—¡Ah! Eso dependerá de la propaganda que se haga por unos y por otros. El partido que más ventajas ofrezca para el engrandecimiento de la patria y para lo que constituyen los derechos de la mujer se llevará el mayor número de votos. Por mi parte estoy organizando diversos actos de propaganda con el fin de preparar a las mujeres para su importante misión. ¡Y ya verá cómo la desempeñan perfectamente, a conciencia, mejor que muchos hombres!
EL FEMENISMO ESTIMULARÁ A LOS HOMBRES
—¿Cree usted que votarán muchas mujeres?
—Al principio, probablemente, no acudirán todas. Pero luego, sí. Hace falta, y no solo a ellas, sino a los hombres también, y en igual medida, despertar el espíritu de ciudadanía: hacer comprender la obligación de enterarse de cosas que hoy se ignoran, y poco a poco haremos de nuestro país uno de los que ostenten mayor conciencia ciudadana, que es la base y principio de su grandeza.
—¿Cuál será la mayor ventaja del voto femenino?
—La de que servirá como estímulo para educar al hombre cívicamente –me responde Clarita, que no deja pasar ocasión para disparar sobre el sexo contrario, precisamente por su feminidad, por su sensibilidad netamente femenina.
—¿Y habrá muchas mujeres diputadas?
—No creo que llegue a haber muchas, porque la política, la pequeña política, exige mucho sacrificio y una dedicación constante.
LAS MUJERES TIENEN CRITRERIO PERSONAL
—¿Convendría, sin embargo, que hubiese muchas diputadas?
—¡Hombre, muchas, muchas, no! Pero hacen falta unas diez o quince para que establezcan el necesario equilibrio en los debates. Que la Cámara tenga el espíritu de un solo sexo es, sencillamente, monstruoso.
—Sin embargo, Clarita –me atrevo a insinuar–, ya se ha visto que estando en la Cámara solo dos mujeres, usted y Victoria Kent, han estado en desacuerdo en el primer debate en que han intervenido…
—Eso solo demuestra –me dice rápidamente– que las mujeres tenemos criterio personal… –y se queda sonriendo con ademán triunfante.
MUJERES DIPUTADAS DE TODAS LAS ESFERAS
—De venir más mujeres diputadas al Parlamento, ¿qué clase de mujeres deben ser? ¿Gente de carrera, profesionales, mujeres del pueblo?
—¡Todas, todas! Todas son útiles para formar el país, todas son necesarias, ya que todas forman la unidad nacional, y las leyes necesitan las sugestiones de todas las esferas sociales. Las mujeres del pueblo, especialmente, son las que considero más preparadas para esa labor. El Partido Socialista tiene en sus filas muchas ya entrenadas en estas cuestiones, y debe presentarlas con orgullo y traerlas a la Cámara. Su labor constructiva ha de resultar eficacísima; ya lo verán…
—¿Volverá usted a ser diputada?
—Haré lo que mi partido crea conveniente. Pero creo que mi labor ha de ser más útil en la propaganda, en la organización de las mujeres y en el bufete, que con todo esto lo tengo casi abandonado.
(Santiago de la Cruz)
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Autor: Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra. Título: Clara Campoamor, de viva voz. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros y Amazon
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