Cómo es posible que el mundo editorial, ese campo de siembra de tantas historias, no haya sido a su vez historiado, convertido en objeto de la propia ficción. Abundan las novelas que transcurren en escenarios del cine, la televisión o el periodismo, pero no tantas se despliegan en el ámbito de la propia industria hacedora de libros, como si un pudor extraño cohibiese a aquellos que tan pródigos se muestran con cualquier otro oficio menos con el suyo. Y qué oficio más literario el de la literatura, cuajado de odios, celos y pasiones animales. Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) supo verlo y hoy nos presenta un libro acerca de escritores a la greña, plagiarios y derrotas, Los pecados de Marisa Salas (Planeta).
Hay mucho de mí en Marisa Salas. A mí me han ocurrido otras cosas, pero he vivido su decepción, sus celos, falta de apoyo… Todos los escritores han sentido cosas semejantes. En realidad, incluso los que tienen un éxito estratosférico se sienten así. Somos muy vulnerables emocionalmente, tal vez porque las emociones forman parte de nuestro trabajo. No podemos enmascararlo, escribimos para gustar.
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—Despliega en su novela una intriga diabólica en un escenario tan importante como poco conocido, la industria editorial. ¿Cómo prendió Los pecados de Marisa Salas?
—Un día, de pronto, me acordé de mi primera novela, Piedras preciosas, publicada en 1989 y se dispararon de nuevo todos los sentimientos que viví entonces. ¿Y si no hubiera sido capaz de terminarla? ¿Y si no hubiera salido adelante? ¿Y si después no hubiera escrito nada más? Y entonces imaginé a dos variantes de escritora, la que no logra éxito alguno al principio, que es lo normal, y la que sí lo consigue, que es lo excepcional. Acababan de nacer las dos protagonistas de mi novela, Marisa Salas y Carolina Cox. Faltaba el impostor, Luis Isla.
—Su novela es también la arqueología de un mundo perdido, ¿no le parece? Cuando una opera prima de éxito podía vender fácilmente centenares de miles de ejemplares y hoy apena logra con suerte despachar unos cientos.
—Me encanta lo de la arqueología de un mundo perdido. Es así. Si yo ahora quisiera publicar mi primera novela… no sabría hacerlo. Internet lo ha cambiado todo. Los editores se sienten más atraídos por alguien con muchos followers, escriba o no. Cuando yo empecé era una escritora que mi editorial debía construir, encontrar sus lectores. Pero ahora hay quien ya los tiene. Parece extraño, pero el mundo editorial me resulta hoy completamente ajeno. No lo comprendo. Yo hoy no sería escritora.
—Los celos entre escritores son tan furibundos como fascinantes y existe una larga tradición de odios sarracenos entre ellos.
—¡Pero ahora se los callan! Recuerde el Siglo de Oro o, más recientemente, las tortas entre escritores de los primeros años de la democracia. Entonces esos celos furibundos se materializaban. Ahora, sin embargo, somos muy educados y muy amigos todos. Pero los celos siguen ahí, por más que nos engañemos. No es fácil digerir el éxito de los demás.
—Parece increíble que a Marisa Salas le cueste tanto recuperar su primera novela publicada, pero la gente desconoce que la industria editorial funciona así. A usted, ¿le han avisado alguna vez que iban a destruir ejemplares de sus libros? ¿Qué sintió?
—Uff, la primera vez me sentí hundida, pensaba que querían destruirme. Luego me lo explicaron, que le ocurría a todo el mundo, que los almacenes tenían que dar cabida a nuevos libros… Y lo entiendes. Pero cuando te lo vuelven a hacer te sigue sin gustar. Antes, como ocurre en mi novela, es que no existían apenas registros y, aunque parezca increíble, hay libros publicados hace tan solo unas décadas que se han perdido para siempre.
—El plagio es la piedra angular de Luis Isla en Los pecados de Marisa Salas. Y no es un plagio precisamente sutil, sino desvergonzado, brutal, que conserva hasta las erratas del original. ¿Cuánto plagio cree que abunda en la industria editorial actual?
—A ver, es que es un asunto muy complejo. ¿Cuántas veces nos quedamos con una frase que luego replicamos porque nos llegamos a creer que es nuestra? Otra cosa es el plagio en sí. ¿Qué le ocurre hoy al escritor de mi generación, aquel que ha pasado por el túnel oscuro? Tenemos conciencia de qué es plagio y qué no lo es. Pero los escritores más jóvenes no tienen ni idea, pueden plagiar alegremente sin que les importe. Están muy acostumbrados a cortar y pegar.
—Hablemos de editores, con un importante papel en esta novela. Después de más de veinte años de carrera literaria, ¿cómo ha evolucionado el oficio?
—Llevo muchos años en esto, pero en realidad sólo he trabajado para tres sellos, Debate, Alfaguara y Planeta, siempre con editores a la antigua usanza. Yo entrego mi manuscrito completo, nunca entrego ningún adelanto antes, luego me dicen qué les parece, me sugieren algunas comas y nunca me han modificado nada sustancial. Tal vez no sea lo habitual, pero todo depende de a lo que se preste el escritor. He tenido la suerte de contar con auténticos editores artesanos.
—Acaba de tomar posesión del sillón X de la RAE, «la letra del enigma», como la ha llamado en un discurso en el que defiende el papel de la literatura como máquina del tiempo. A veces se critica a la Academia como un feudo de gente mayor que no están muy atentos a, como diría Juan de Mairena, lo que pasa en la calle.
—¡Es la letra que a mí me va! Y le digo que claro que están atentos en la Academia a lo que pasa en la calle. Trabajan muchísimo, y yo espero aportar lo que humildemente pueda en mis dos vertientes, como escritora y como filóloga. ¿Mayores? Pues mire, yo he hablado con muchos ya, y serán mayores, ¡pero qué cabezas!
—Y si pudiera viajar en una máquina del tiempo a visitar a la joven Clara Sánchez que iniciaba sus primeros pinitos literarios, ¿qué consejo le daría?
—Ninguno. A la joven Clara Sánchez había que dejarla cometer todos los errores que cometió. Y que comete ahora. No cambiamos, eso es un timo, nos adaptamos, sí, pero fundamentalmente siempre somos los mismos.
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