El pasado 24 de agosto, falleció a los 90 años, en Francia, el escritor Michel Butor. Representante del movimiento literario de vanguardia ‘Nouveau Roman’, Butor recibió reconocimiento internacional por su obra La modificación, novela ganadora del Premio Renaudot. Matías Serra Bradford realiza en Ñ de Clarín una aproximación a la figura literaria desaparecida.
La novela más conocida de Michel Butor –La modificación– pertenece a una época –los años 50– en que la literatura aspiraba a una densidad de la que hoy por poco se avergüenza. Butor cayó bajo el paraguas llamado nouveau roman, una etiqueta común para frutos de muy distinta especie: Alain Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Robert Pinget, Nathalie Sarraute, Claude Simon, Samuel Beckett. Menos cómico que Beckett, más apresable que Pinget, más antojadizo que Simon, Butor era con Sarraute de los miembros más sigilosos de esa división de tímidos audaces que publicaba en Editions de Minuit, bajo el estricto escrutinio de uno de los editores más notables del siglo pasado, Jérôme Lindon.
Los de Butor eran experimentos controlados –en este sentido, ya algunos de sus índices son elocuentes– y lo que buscaba, al igual que Burroughs o Arno Schmidt en otros terrenos, era que el muro que dinamitaba por medio de sus procedimientos no cayera sobre la realidad sino del lado de la obra. En La modificación, el lector es el protagonista obligado: a él se dirige el narrador, que lo describe y lo crea, lo arma y lo rearma. Butor parecía creer que casi todas las novelas tendrían que tener para su autor una cualidad alucinatoria. Sobre la obra del pintor y poeta Christian Dotremont apuntó: “En la nieve se ve muy bien cómo el trayecto puede convertirse en escritura: puedes trazar palabras con el dedo, un bastón, o simplemente caminando.” Butor entendía la página en blanco de frente y de dorso, y en sus capas intermedias. (El arte nunca estuvo lejos de su mano, como exégeta y como practicante). Acaso por eso es que fue un crítico fenomenal. En su repertorio cupieron Victor Hugo, Verne y Roussel, pero también Donne, Pound y Joyce, cada uno apreciado en sus cuádruples fondos, y Butor evidenció que un gran crítico desmiente con sus textos el segundo lugar que le atribuye a la crítica con respecto a la ficción. Por nobleza es injusto con su oficio, y por delicadeza no puede evitar contradecirse.
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