“Claro que la infancia no se fue. ¿Adónde iba a ir?”, dice San Agustín. Si no se fue, debía estar en alguna parte; en los paisajes, en los rostros, en las calles desnudas. Eso es lo que fui a buscar durante el proceso de escritura de La travesía de las anguilas, porque volver al barrio quería decir, también, volver a ese puzle incompleto que es la memoria. Mi nombre es Albert Lladó, y nací y crecí en Ciudad Meridiana, un barrio de la periferia de Barcelona que se construyó en los años sesenta —época del alcalde franquista José María de Porcioles— en unos terrenos que estaban destinados a ser el nuevo cementerio de Collserola, proyecto que se descartó por la mala calidad del suelo. En vez de los muertos de Barcelona pusieron allí, sin ningún servicio básico, a personas que, por su bajo nivel adquisitivo, no podían vivir en el centro de la ciudad.
Yo nací justo en el último bloque de la ciudad. Si cruzabas la acera te adentrabas en una especie de bosque indómito, y estabas ya, de hecho, en el Vallés Occidental. Al principio pensaba que mi madre no nos dejaba cruzar la calle para no abandonar del todo la ciudad. Pero la ciudad hacía tiempo que ya nos había abandonado a nosotros.
Como Italo Calvino, con Las ciudades invisibles, quería escribir un último poema a la ciudad, a mi ciudad invisible, porque, como sabemos, desde las zonas fronterizas es, precisamente, desde donde no se perciben las fronteras. Y, por lo tanto, desde donde podemos dibujar nuevos mapas de vida en una metrópolis que nos quiere cómplices, y protagonistas, de sus simulacros y de sus franquicias.
Hoy, Ciudad Meridiana es una de las zonas con más desahucios de España, y que a muchos os sonará, simplemente, porque, hace pocos años, en la esquina de mi edificio, colocaron un gigantesco letrero que dice “Bienvenidos a Barcelona”. Se puede ver desde la carretera. Dan la bienvenida, desde la esquina de nuestra propia casa, a una ciudad que para nosotros era tan extranjera como para el conductor que cruza los interminables nudos de la Carretera Nacional que separa el barrio del resto del mundo.
Lo que quería compartir ahora con vosotros, lectores de Zenda, no es tanto la trama de la novela —para eso siempre estará el libro—, ni siquiera el desafío creativo que supone escoger un narrador cuasi omnisciente o uno en primera persona, ni tampoco las dificultades de dotar de claroscuros a los personajes. Lo que me parece interesante que podamos compartir son las preguntas que surgen inmediatamente después de querer crear un juego de lenguaje —que puede ser una película, una novela o incluso una fotografía— para narrar una ciudad invisible como la de mi infancia. Todos tenemos nuestra ciudad invisible.
Sin duda, el gran riesgo —y el que yo he intentado evitar en todo momento— es caer en las trampas de la nostalgia (a través de una especie de folklorización de la pobreza) o, justo lo contrario, aumentar el estigma (a través de tópicos y estereotipos) de una comunidad que ya sufre suficientemente el aislamiento institucional. Lo importante, para mí, es atreverse a caminar esas ciudades invisibles como lugares de conflicto y, por lo tanto, de acción directa. Lugares donde la identidad cerrada (la de una ciudad, la de una comunidad) salta por los aires y surgen nuevas cartografías posibles.
¿Cómo sería un pensar del afuera? ¿Qué relación existe entre la literatura y la periferia? ¿De qué manera podemos narrar e interpretar los márgenes sin resignarnos a la marginalidad? María Zambrano afirma que “escribir es defender la soledad en que se está”. Y es verdad. Pero es una soledad que se comparte. Mucha gente cita ese fragmento de la pensadora, pero olvida otro que también pertenece al mismo artículo: “Hay cosas que no pueden decirse, es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir”.
Lo invisible de una ciudad, de un cuerpo, de un deseo que justo está naciendo. Ése es el verdadero making of de La travesía de las anguilas. Su pulsión más inefable.
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Autor: Albert Lladó. Título: La travesía de las anguilas. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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