El 18 de noviembre de 1951, el periódico norteamericano The New York Times publicaba una reseña de las Novelas breves de la autora francesa Colette, firmada por Katherine Anne Porter. En ella, Porter realizaba la sonora afirmación de que Colette “es el mejor escritor francés de ficción vivo; y lo era mientras vivían Gide y Proust”.
La objetividad y lucidez de Katherine Anne Porter sin duda emanaba del hecho de ser ella misma autora de novelas. Y así, situaba a Colette en plano de igualdad con André Gide y Marcel Proust, sin reparar en el género como insuperable punto de distinción. Cierto es que Colette se lo ponía un poco más fácil de lo que hubiera supuesto mencionar a otras autoras. En la mayor parte de su carrera no utilizó los frecuentes subterfugios femeninos de publicar anónimamente o bajo un seudónimo masculino, y tampoco hacía uso de su nombre completo, para que el nombre de pila no indicase inequívocamente que se trataba de una obra escrita por una mujer, con las etiquetas y preconcepciones que eso activaría en la mayoría de los lectores de la época. Firmaba sus obras solo con su apellido, rompiendo con la tradición y reivindicando un espacio propio libre de juicios previos para su voz autorial. Una distinción que marcaba la singularidad de Colette desde la misma portada de sus libros, y que preparaba ya para encontrarse con lo que sería una narración completamente personal e inconfundible en las propias páginas del texto.
No en vano Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) es una de las autoras más inclasificables e inimitables de todos los tiempos. Aunque su escritura fue denostada por algunos críticos contemporáneos por liviana o superficial, no parece una aseveración justificada si se repara en que llegó a ser la primera mujer en presidir la prestigiosa Academia Goncourt, fue nominada al Premio Nobel de Literatura, obtuvo la Legión de Honor francesa y a su muerte, se le dispensó un funeral de Estado.
Colette contrajo el primero de sus tres matrimonios contando solo 16 años con Henry Gauthier-Villars, 13 años mayor, un escritor y crítico varias de cuyas obras, escritas en su mayoría bajo el nombre artístico de Willy, salieron de la fértil pluma de la propia Colette. La diferencia de edad en las parejas de la autora fue una tendencia constante en su vida, que alcanzó su culmen en su relación con su hijastro Bertrand de Jouvenel, de apenas 17 años, cuando ella ya alcanzaba los 40.
Y ese tema que conocía por propia experiencia, del desafío y deconstrucción de las convenciones sociales que desaconsejan parejas desiguales, centrado principalmente en las diferencias de edad aunque también explorando otros factores como la posición social, la educación o las riquezas, se aborda recurrentemente en innumerables ocasiones en la obra de Colette: Chèri, El quepis, La mocita, El pimpollo… siendo Gigi la más conocida en el imaginario popular, por haber sido llevada a los escenarios de Broadway, consagrando a una jovencísima debutante Audrey Hepburn, elegida personalmente por la propia Colette, y a las pantallas de Hollywood por Vincente Minnelli, pocos años después de morir la autora, obteniendo hasta nueve Oscars. Para no dejar dudas en el lector, en el relato La mocita se desvela explícitamente la vinculación personal de Colette con el motivo de la diferencia de edad en las parejas que plasma abundantemente en su producción: “¿No fue a los dieciséis años cuando usted misma se declaró enamorada de un hombre calvo que, a los cuarenta, aparentaba tener más del doble?”.
Al tratarse de una autora tan bendecida por el éxito y tan de moda en vida, el paso del tiempo podría haberla despojado de su atractivo y reducirla a una extravagancia de nuestros bisabuelos que evocar al visitar algún museo, pero nada más lejos de la realidad: su carisma enigmático se ha amoldado perfectamente a los cambios de ciclo histórico, y su aureola no ha dejado de brillar. En el contexto de este perenne interés que sigue suscitando su figura, cuya biografía ha sido llevada a la pantalla por última vez en fecha tan reciente como 2018 con la memorable interpretación de Keira Knightley, Acantilado acaba de publicar una cuidada edición de El quepis y otros tres relatos de Colette: La mocita, El lacre verde y Armande, todos ellos de indudable interés y con los que se avanza hacia el objetivo de saldar la deuda que la lengua española tiene contraída todavía a día de hoy con Colette, ya que no todas sus obras pueden encontrarse traducidas al español.
Los cuatro relatos compilados en este volumen de Acantilado, bellamente traducidos del francés por Núria Petit, ahondan en los temas icónicos que identifican a Colette en la literatura universal, por lo que resultan atractivos tanto a modo de lectura iniciática para quienes nunca se hayan acercado a la autora, como para producir deleite a quienes ya han disfrutado de otros de sus títulos con anterioridad. En ellos, Colette es no solo la narradora, sino además un personaje, testigo presencial de los hechos o confidente e interlocutora de quien los ha vivido y ahora realiza la confesión que se convierte en el hilo argumental del relato. Colette se muestra manteniendo una relación de iguales intelectualmente entre hombre y mujer con esos amigos especiales con quienes mantiene un compañerismo y una intimidad que se revela con más peso emocional y dialéctico que puramente físico. Así, se reivindica como mujer moderna, abre brecha para quienes vendrán después, y suscita cuestiones de enorme calado que pocos se habrían aventurado a enunciar entonces: “No entendía aquel extraño rigor exclusivamente masculino aplicado a una inocencia que solo se exige a las mujeres” (El quepis, p. 44).
Es la tenue línea divisoria que se traza intencionadamente entre realidad y ficción, verdad y mentira, lo socialmente aceptado y la hipocresía, la sinceridad y el disimulo, y por encima de todo la sublimación del elemento autobiográfico, que hábilmente convierte a la autora Colette en una celebridad por sí misma y la hace asomar en cada una de sus páginas, no al modo de la firma de Hitchcock con sus fugaces apariciones inconexas de la trama en sus películas, sino enseñoreándose y dominando a sus personajes mediante el artificio de introducir comentarios y conclusiones propias si el personaje coge alas en su confesión, para que el lector no pueda olvidar su presencia constante como núcleo del que irradia todo su universo narrativo.
El factor autobiográfico fue ya la fuente de la que bebieron las cinco novelas de la serie Claudine, con las que Colette se dio a conocer en el mundo editorial del cambio de siglo con un éxito incontestable y arrollador, sin parangón en la literatura francesa, con ventas de centenares de miles de ejemplares, desarrollando en la protagonista a su alter ego cuyas experiencias de infancia y adolescencia reciben forma literaria en los primeros títulos, y la plenitud y el ocaso de su atípico matrimonio conforman los libros finales de la saga.
En El quepis y los tres relatos que lo acompañan aparecen conductas femeninas y reflexiones sobre la mujer adelantadas a su época, dentro de una atmósfera en la que rezuma el choque generacional de un pasado profundamente divergente con la modernidad que despunta, imparable. Las modas, el machismo social tan extendido que apenas se percibe, una perspectiva a lo Nabokov que edulcora la inducción de moral dudosa a la iniciación amorosa de quienes apenas llegan a una adultez incipiente, el mundo editorial y los talleres de artistas diseccionados con una verosimilitud casi cruel, todo ello aderezado con la ironía y la distancia necesarias para que el sufrimiento y el drama humano subyacentes no resulten insoportables, y siempre huyendo de lugares comunes en la expresión, valiéndose de connotaciones audaces, comparaciones sorprendentes y metáforas que fluctúan entre la irreverencia y la subversión.
Es Colette en estado puro. Travesura y hondura a partes iguales. “Cuando uno habla de sí mismo, solo se nota el cansancio al acabar”, dice Chaveriat en La mocita. Pero es fácil constatar que Colette aún no ha acabado de hablar y sus chispeantes palabras, lejos de cualquier atisbo de agotamiento, siguen aportando frescura aunque El quepis fuera escrito en 1943. Y así, tras la lectura de estas 130 páginas, cerrar el libro no consigue apagar la permanencia del persistente eco de su voz.
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Autora: Colette. Traductora: Núria Petit. Título: El quepis y otros cuentos. Editorial: Acantilado. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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