En las páginas de 40 reflexiones para una cuarentena diversos profesionales del periodismo, la historia, la economía o la política, entre otros, expresan desde un clima de reflexión personal su propia percepción de la crisis que estamos padeciendo. El objetivo es donar lo recaudado con esta obra a la sanidad española. Este es el relato que Javier Santamarta comparte con los lectores zendianos.
Ya ni siquiera miran con extrañeza el que no se entre en el garaje. Lo que supone que otro día más no van a ir tumbados en su asiento trasero preparado con su manta y su red de seguridad. Ya se habían hecho a la rutina del paseo al alba, tras un brevísimo trayecto en el coche, a la Senda del Horizontal de San Lorenzo de El Escorial, a la falda del arboreto Luis Ceballos. Sin embargo, el sentido es el contrario desde hacía ya semanas. Hacia las atronadoramente silenciosas calles del Real Sitio. Los dos schnauzer miniatura, un veterano negro y plata de doce años, y uno blanco de sólo tres, salen por las rejas del metálico portón de diferente manera. El joven, lanzándose dado un tirón hacia el cercano árbol. El mayor, queriendo zafarse de la correa para volver a donde sea menos a otro paseo con la puñetera correa. Para eso se hubiera quedado en el centro de Madrid, donde no podía andar sobre yerba, ladrar a las vacas, o darse alguna delicatesen de bostas de caballo.
Su dueño les da un pequeño tirón con las correas para indicarles que la cosa sigue yendo de paseo urbano de árbol en árbol, mientras él sigue como ausente escuchando por los cascos de su celular convertido en radio, las noticias en que el monotema vírico se solapaba entre declaraciones oficiales, tertulianos supraexpertos, y cifras deprimentemente anónimas de personas muriendo diariamente, y que sí tienen nombres, por supuesto. Aunque conocidos sólo por quienes no han podido ni llorarlos junto a sus ataúdes. Y con la ausencia de su amo y unas calles anormalmente vacías. Completamente vacías. Absolutamente vacías… el veterano Zar y el bisoño Nikon, se pusieron a hablar entre ellos sin que nadie les escuchara. Siquiera su distraído propietario.
ZAR: Odio tener que pasear con correa… Qué absurdo…
NIKON: Sí. Así no hay manera de correr y de disfrutar de tantos rastros que tenemos. Y encima a tu paso…
ZAR: A mi paso a mi paso… —gruño Zar entre sus canosas barbas—. A ver si te crees que no vas a llegar a mi edad… ¡Y entonces ya veremos quién renquea!
NIKON: Por cierto, ¿no te parece extraño tanto silencio? Y además, qué pasa que no nos encontramos con nadie desde hace días?
ZAR: La verdad es que ya no oigo apenas nada. Como no me vengan los olores a barlovento, es que no veo ni a nuestro amo. Y eso que cada día le noto más enorme. No me extraña con lo poco que anda y lo que engulle últimamente.
NIKON: Pues vamos más solos que esa noche que le dio por meterse por el bosque de la Herrería el día de la superluna —le decía mientras hozaban morro con morro en un alcorque—. Aunque para mí que eso que olimos eran jabalíes, pues las personas tan bien no huelen.
ZAR: Pues la verdad es que se anda de maravilla sin tanto bípedo pensándolo bien… ¿Qué habrá pasado?
NIKON: Ni idea, pero no me hace nada de gracia esto —mirando en derredor y comprobando que no había animal ni de dos ni cuatro a la vista ni al olfato.— Ninguna.
ZAR: Tú lo que estás es jodido porque no puedes hacerte el machito delante de esa perra mestiza que te hacía ojitos —le respondió con vieja sorna.
NIKON: ¡Pues no te creas que debe de estar mejor aquí nuestro amo! —y acercándose como a olerle la oreja—. Yo creo que a nuestro bípedo le molaba su dueña.
ZAR: ¡Si él ya es un lobo solitario! Como lo era yo antes de que tu aparecieras, blanquito.
NIKON: ¡Pues a solitarios no nos va a ganar nadie a este paso! Oye, ¿tú crees que es que se han marchado todos? Porque rastros recientes sí que pillo —comentaba metiendo el hocico en un orín que había junto a la calzada.
ZAR: No sé… ¿Se estarán muriendo los humanos? La verdad es que si se fuera —mirando con ojos que parece que nunca miran y siempre lo hacen con amor, a su amo—, me daría mucha pena. Yo creo que me moriría también…
De pronto Nikon pega un tirón a la correa convirtiendo al trío en una especie de ruleta, al ver a una serie de gatos que, altivos, seguían observando sintiéndose seguros al saber que los perros iban atados.
ZAR: ¡Por San Roque! —bufó el veterano—. ¿Quieres dejar a esos petulantes en paz?
NIKON: A lo mejor ellos saben algo —y seguía tirando intentando zafarse de la correa—. Estos siempre andan tramando cosas y metiendo sus bigotes de casa en casa.
ZAR: Si saben no creo que nos lo digan. Siempre han ido a su bola. Se creen ellos los dueños de todo. Van de independientes y las normas se la pasan por el arco de sus patas.
NIKON: Pero ante algo así… ¿no sería mejor unirnos? No sé, compartir cosas. Ver qué podemos hacer entre todos.
ZAR: Se ve que aún eres un joven idealista… Somos perros. Y ellos gatos. Y cada uno somos como somos. Y lo que somos. No se puede evitar —sentenció Zar.
NIKON: Pues qué pena… A lo mejor algo igual ha pasado con los humanos, y entre unos y otros, al final se han quedado todos solos… o abandonados.
ZAR: ¡Qué cosas dices! —y entrando de nuevo en el portón hacia la casa—. ¡Otra vez que no ha dado tiempo a hacer caca, vaya mierda de paseo!
NIKON: Yo ya si no me aguanto, sé de un par de sitios donde me hago el pis cerca del mueble de la tele sin que lo note.
ZAR: ¡Serás…! Entre los que van a su bola, los que meáis fuera de donde debéis, y los que no podemos ni cagar, la verdad es que añoro la vida de antes— y echando un vistazo a las absolutamente vacías calles—, la verdad es que espero que todo vuelva a ser como antes.
NIKON: ¡O mejor! —ladró meneando cuál látigo su rabo.
ZAR: ¡Que San Roque te oiga! O quien sea…
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Autor: Varios autores. Título: 40 reflexiones para una cuarentena. Editorial: Samarcanda. Descarga el libro AQUÍ (libros.cc)
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