En los bosques de Richardson, Alaska, las cabañas tienen las ventanas bajas para que el cazador que descanse dentro de ellas antes o después de revisar sus trampas pueda permanecer muchas horas sentado mirando hacia fuera mientras se toma un té. Y afuera lo que hay es la nieve que invariablemente cae, que se desplaza y se amontona para después ser pisada o aventada de nuevo hacia delante. Esos son los libros que más se lee en un lugar así, anuncia el poeta John Haines, que años después de vivir allí, paciente y aislado, se convertiría en laureado profesor universitario. Lo dice en las primeras líneas de este volumen que es como una de esas ventanas de las cabañas de Richardson, atalayas a ras de suelo a un acontecer que ya no parece posible ni en este tiempo ni en este mundo. Porque todo en estos textos tiene como un aire lunar, la ingravidez glacial de una travesía extraterrestre en la que se suceden unas pocas misiones básicas y algunas conversaciones triviales de cantina. Pero es todo eso básico y todo eso trivial lo que justamente otorga a estos pasajes su gran magnetismo.
De estas prosas nos subyuga ese paseo de tres días relatado con precisión taquigráfica hasta la cabaña del Banner Dome que es como la esencia de un libro que captura la esencia de la Alaska más salvaje. Nos horroriza asimismo el relato despojado y de apariencia banal de la progresiva congelación de un hombre que en un descuido ha caído al agua. Y nos asquea, al tiempo que nos hipnotiza, ese otro cruel ritual de la muerte de los animales que no han llegado a perecer del todo en sus trampas. Todo ello y muchas otras historias, trabajos y propósitos, los hilvana Haines con aliento de western crepuscular para recordarnos una y otra vez que “la vida aquí es la misma haga sol o hiele, es la misma en el vigoroso fluir de la sangre y la savia de las cosas que en su descomposición y su repentina muerte”.
Son textos redactados muchos años después de suceder lo que en ellos se relata y que por lo tanto aprehenden lo esencial, la huella emocional más remota de esos casi cinco lustros, año arriba año abajo, que el autor pasó en casi completa soledad alimentándose de la carne de los animales que cazaba y del agua de los hielos que pacientemente descongelaba cubo a cubo. Pero no por ello estamos ante un texto de nostalgias y ensoñaciones, ni de sublimaciones o trascendentalismos. De hecho, lo más espiritual que podrá el lector encontrar en estas páginas es la quema ritual de las púas de puercoespín que precede a su despiece y degustación, para deleite de los perros. “Un sacrificio ocasional dedicado a la memoria de un espíritu ancestral de los bosques, con unos elementos mínimos y fundamentales: la hoguera encendida con ramas, el humo blanco y amarillo de olor acre elevándose desde las púas quemadas, el cubo a un lado y el hacha limpia y preparada.” He aquí, pues, un ejemplo, un necesario ejemplo, de escritura de naturaleza con más naturaleza que escritura que, gracias al rescate propiciado por Volcano Libros, debería iluminar a partir de ahora al autor patrio, si lo hubiere, de este tipo de relatos.
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Autor: John Haines. Título: Las estrellas, la nieve, el fuego. Editorial: Volcano Libros. Venta: Amazon
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