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Cómo acabar de una vez por todas con una maldición bíblica

Cómo acabar de una vez por todas con una maldición bíblica

La maldición bíblica con la que quiere acabar Pia Pera es la del trabajo y, en particular, la del trabajo en el huerto, tal vez la más antigua, o sin tal vez. Por eso propone acercarse al huerto con alegría, situando en él o cerca del él, al menos, un banco. También se puede situar una mesa, como la que usó Voltaire para pergeñar sus textos finales, pero no pide tanto. De hecho, defiende la ascesis, la filosofía de prescindir de cosas. A ella invita el huerto, como a muchas más que componen una filosofía total de la felicidad. Al huerto se debe acudir con alegría, insiste, lo que no quiere decir que no tenga pegas, y Pera no las esconde. Enumera unas cuantas en un capítulo de este libro —a ella lo que más la deprime es tener que usar la desbrozadora— pero, sobre todo, enumera sus virtudes.

"El huerto nos enseña los beneficios de vivir en comunidad. Así, toda planta está afectada por lo que sucede fuera: plagas, vientos, luz"

Pia Pera nos relata en primer lugar cómo se acercó ella al huerto. Nos devela que fue una necesidad desde niña, tener un trozo de tierra en el que pudiera reinar la armonía y la belleza. Descubrió, más tarde —una vez abandonada su carrera académica, ésta también llena de hojarasca, aunque de otro tipo, de papers inútiles más bien—, que el huerto le permitía además escapar de sí misma: “Caemos en una telaraña de palabras de la que somos incapaces de escapar. Para salir de un estado de ánimo difícil tenemos que salir, literalmente, de donde estemos. […] La mente se relaja cuando practicamos alguna actividad física. […] Volver al cuerpo nos ayuda a distanciarnos de la mente. […] Le impide atormentarnos con sus problemas, que no son necesariamente falsos, pero sí están magnificados. […] Cuando nuestras únicas actividades son mentales, corremos el riesgo de ahogarnos en un mar de irrealidad”.

"El huerto sí proporciona alimentos, belleza, pero también orden. Trabajar la tierra es trabajar el alma. Así entiende Pera el Ora et labora de los benedictinos"

Esta virtud, por sí sola, ya debería ser suficiente en un mundo definitivamente tomado por los problemas de salud mental. Pero Pia Pera enumera algunas otras. El huerto nos enseña los beneficios de vivir en comunidad. Así, toda planta está afectada por lo que sucede fuera: plagas, vientos, luz. Del mismo modo, la autosuficiencia es una fantasía: uno debe limitarse a cultivar lo que mejor se le da y comprar el resto. De esa manera, también se hace comunidad, en este caso humana. Paralelamente, a menudo es también necesaria una valla, que separe el jardín de las acometidas de los roedores. Debe lograrse el equilibro entre una dosis de libertad y una poda de vez en cuando para que la vegetación no se ahogue en su propia anarquía. Después de todo, nos recuerda Pera parafraseando a Simone Weil, “la primera necesidad del alma […] es el orden”. El huerto sí proporciona alimentos, belleza, pero también orden. Trabajar la tierra es trabajar el alma. Así entiende Pera el Ora et labora de los benedictinos. Y lo primero que uno debe pretender cuando empieza a cultivar un huerto no son patatas, guisantes o lentejas, sino belleza. Aunque aremos la tierra, advierte Pera, “no debemos olvidar que estamos en un jardín al que nos gustará ir sin saber por qué”.

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Autor: Pia Pera. Traductor: Juan Manuel Salmerón Arjona. Título: Las virtudes del huerto. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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