Acabo de publicar mi cuarta novela. El olor del miedo, con la editorial Planeta y también he terminado la adaptación a largometraje de una de las anteriores, La huella del mal. Ahora toca completar la financiación para rodarla durante el 2024. Se daría una situación muy especial para mí, ya que sería el autor de la novela el guionista, junto a Victoria Dal Vera, y el director de la película, algo bastante inusual.
Existe un eterno debate sobre qué es mejor, si la novela o la película. El tópico es decir que siempre la novela, pero hay que tener en cuenta que hay un porcentaje alto de largometrajes que provienen de una adaptación en los que nadie o casi nadie conoce el texto original.
Y tal vez se nos olvide que películas como Psicosis, Tiburón, Desayuno con diamantes, El graduado, La naranja mecánica, El padrino, El resplandor, El cartero llama dos veces, Cuenta conmigo, El silencio de los corderos, Parque jurásico, Memorias de África, Las amistades peligrosas, Forest Gump o No es país para viejos provienen de un libro.
Vivimos una época en la que los productores audiovisuales buscan novelas para adaptarlas tanto a series de televisión como a películas. No es una tarea sencilla, sobre todo cuando se producen diferencias entre el autor de la primera y los guionistas de la segunda. Los escritores suelen querer que sea muy fiel a su texto para que los lectores no se enfaden, pero los guionistas entienden que son dos lenguajes distintos y que durante ese proceso pueden morir personajes y surgir nuevos, eliminar subtramas o idear otras que no aparecen en el manuscrito original.
Pero ¿qué pasa si adaptas tu propia novela?
Yo he sido guionista y director de series y películas antes que escritor. Cuando publiqué mi primera novela en 2017 (Círculos. Ed. Suma de letras) llevaba ya más de 20 años escribiendo para la televisión. A día de hoy, he publicado cuatro novelas y me siento tan escritor como guionista, pero ¡los periodistas y críticos conocen mi pasado!
“Tus novelas parecen guiones de televisión”
Pues mira, no. Los guiones son fríos y concisos, sin muchos detalles. Si explicas demasiado cómo es la luz de una escena al director de fotografía le sentará mal, y en rodaje hará lo que crea conveniente. Si detallas en exceso el decorado, la directora de arte se molestará. Al escribir un guion sugieres lo imprescindible, pero sin adornarte: McPherson entra en un edificio elegante y moderno, con grandes cristaleras. Amanece. Y poco más. A partir de ahí vendrá un equipo de más de 80 personas que tomará las decisiones que den vida a lo que tú has escrito. Porque los guiones no están pensados para ser leídos y disfrutar de ellos, sino como una herramienta de trabajo.
De hecho, no es nada fácil leer guiones e incluso puede ser algo tedioso.
Las novelas, ni que decir tiene, son otro género. No habrá actores que se miren a los ojos y se digan te quiero con un rayito de luz de atardecer que les ilumine el pelo. John Williams no pondrá la música, no habrá un zoom a los ojos, ni el escenario estará construido de verdad…. Cuando escribas, estarás solo, sin un equipo que te acompañe, frente a la imaginación del lector, que es una herramienta poderosa. Y con eso es con lo que hay que trabajar.
Pero es cierto que mis novelas son visuales. Vivimos en un universo interrelacionado en el que la gente lee, tiene Instagram, Twitter (incluso Threads) y ve series y películas. Y yo vengo del campo de la imagen. En mis novelas necesito que el aspecto visual sea relevante. En La huella del mal, la excavación de Atapuerca, sobrecogedora, el cortado en la montaña, la tierra rojiza, los bosques burgaleses… En Donde haya tinieblas, las diferentes iglesias, una con pinturas murales espectaculares, otra excavada en un risco… o en El olor del miedo, un zoológico moderno con unas instalaciones que te transportan a África.
En todo caso podría decir que escribo más como director de cine que como guionista. Recuerdo que de niño pretendía quedarme todas las noches a ver la película que ponían en televisión, pero mi madre, con toda lógica, me mandaba a la cama, por lo que me quedaba a medias de las historias. Al día siguiente me llevaba al colegio y mientras caminábamos me contaba el final, supongo que un tanto adaptado a mi edad. Algo así hago yo en mis novelas. Al escribirlas es como si “viera” a mis personajes, los escuchase, contemplase por donde se mueven y solo tuviera que transcribirlo para que el lector, en su mente, lo descodifique y “recree” la historia que le cuento. No quiero que la lea, sino que la reproduzca en su imaginación. Muchos lectores me comentan que lo viven así, sin yo haberles explicado mis intenciones. Es como si pasease con ellos de camino al colegio y les contase la película que no vieron la noche anterior.
Pero entonces, ¿es fácil adaptar tus novelas al cine?
Pues sí y no.
Sí, porque parten de ese intento de experiencia visual leída. Eso aporta unos escenarios que tienen posibilidades de ser fotografiados y unos ambientes descritos que sí dan pistas al director o al fotógrafo de la película. Tienen un ritmo semejante al audiovisual, unos diálogos naturales bien trabajados y unos personajes que pretenden ser de carne y hueso.
Pero no es tan sencillo.
La huella del mal tiene más de 570 páginas y un guion cinematográfico no debería superar las 120. Mejor incluso si son 110. Una parte fundamental de la adaptación fue realizar el esquema de sucesos sin los cuales la historia no se entendería. Lo imprescindible. Para reducir tanto la historia, o más bien, para contar lo mismo pero de otra manera, hacían falta algunos criterios:
¿Qué es lo diferencial de La huella del mal? Que es un thriller ambientado en un entono de yacimientos arqueológicos. Por lo tanto… No cabe lo que no tenga que ver de manera estricta con la prehistoria. Solo con ese punto de vista se reducía más de un 25% la trama y daba coherencia y unidad al relato. Pero también se eliminaba a algunos de los sospechosos, aspecto a tener muy en cuenta.
Emociones vs acción. Durante la lectura de una novela las emociones internas de los personajes son pura acción dramática, casi diría que es lo que te mueve a la lectura por encima de lo que sucede. En el cine, esas emociones pueden ser un clip de veinte segundos, una expresión de un actor… pero no estructuran la película. Un policiaco necesita acción, que pasen cosas, poner en riesgo físico a tus personajes, no solo emocional. Por supuesto, no es todo o nada, pero el peso en lo audiovisual debe recaer más en la acción que en la literatura donde incluso puede resultar farragosa de leer. ¿Habéis intentado narrar una pelea a puñetazos?
Cambio de presencia de algunos personajes. ¿Quién lleva la acción? La huella del mal está centrada en las investigaciones de los policías, los seguimos a ellos según encuentran pruebas que denotan que detrás hay gente violenta, pero no resulta necesario ver cómo se cometen esas barbaridades. Sin embargo, en la película esas acciones generan intensidad, dinamismo, peligro. Funciona ponerse también desde el punto de vista de los sospechosos, ver qué hacen o lo que esconden. Y así llegamos a los jóvenes estudiantes de la excavación obsesionados por la prehistoria. Ese grupo nos da secuencias impactantes que no voy a revelar y que en la novela solo se intuyen. El cambio de punto de vista en la narración entre unos y otros genera ritmo y tensión.
Concentrar la trama. En la novela hay dos tiempos y dos localizaciones. El presente arranca con el descubrimiento de un cadáver actual en un yacimiento prehistórico. Ya hubo un crimen similar en el pasado en otra excavación. En el guion no hay dos emplazamientos, no hay espacio para que los personajes vayan y vengan. Aquí, ese asesinato anterior fue cometido en el mismo entorno que el segundo. Solo con ese cambio, la trama se reduce, se simplifica, resulta más inmediata, tiene más fuerza, la gente del pueblo está más angustiada y aumentan los sospechosos.
Los flashback de la novela se han reducido. Y ya no son narrativos, no hay espacio para contar en qué se equivocaron los investigadores o a quién interrogaron. Solo se conservan porque son emocionales, tienen relación directa con lo que inquieta a los personajes. Son flashes de instantes en los que sufrieron y que ahora, al repetirse la situación, reviven. Sin ellos, la trama se entendería, pero no se sentiría la historia de la misma manera.
Esto me dio una versión inicial que tenía ritmo y se entendía. Pero era algo fría, por lo que en un segundo momento trabajé junto a Victoria Dal Vera en dar espacio a los personajes, que no fuesen muñecos que llevasen la trama, que tuvieran la profundidad suficiente; eso necesitaba páginas, buscar secuencias que los definieran, actitudes, silencios, aunque no avanzase el relato.
Una vez estuvimos conformes, decidimos revisar los posibles sospechosos. No en balde, se trata de un policiaco y jugar con el espectador es fundamental. Como he dicho antes, al quitar lo que no estaba relacionado con la prehistoria, se nos cayeron dos y se simplificó la investigación. Sin embargo, al juntar las localizaciones de los crímenes, otro aumentaba su relevancia con respecto a la novela. Aun así, hacían falta más y había que elegirlos sin añadir personajes a la película. Con pequeñas adaptaciones de secuencias, sugerencias de miradas y matizaciones en los diálogos pudimos sacar a la superficie a un par de sospechosos de los que no se recela en la novela, que sustituyeran a los que habíamos perdido por el camino. Nos pareció que, ahora sí, todo funcionaba.
Pero el guion estaba largo, aunque tampoco tanto como nos temíamos al empezar. Cada página en rodaje cuesta dinero, no es como en la novela, el papel es mucho más barato. Era el momento de pelar. Y ahí yo soy más duro que mi compañera, ella ha sido la gran defensora de la novela en este proceso. Para cortar, la mejor manera, en mi opinión, es verla ya como película y no como guion, tratar de imaginarla, cerrar los ojos y ver pasar las secuencias, intuir cómo unen unas con otras, qué se puede contar de otra manera que simplifique la trama. En este proceso logramos quitar unas cuantas páginas y dejarlo en las 112 actuales sin que se resintieran los personajes, y se aumentaba el ritmo en momentos en los que era necesario.
Se lo dejamos leer a otras personas ajenas al proceso. El resultado está siendo muy bueno. Incluso mi mujer, tras leer el guion, me dijo que le gustaba más que la novela. Al principio me molestó un poco y pensé en dormir en el sofá, pero tras reflexionar, creo que en el momento en el que nos encontramos es una muy buena noticia. Mi mitad guionista está satisfecha.
¿Va a ser verdad que no siempre es mejor la novela?
Ya me diréis.
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