La editorial Nórdica empieza este 2022 regalándonos una impecable edición de Memorias de una novelista, un relato extenso —o novela muy breve— de Virginia Woolf, magníficamente traducido por Blanca Gago. Un título en el que su autora apenas necesita cincuenta y cinco páginas para desglosar tanto una vida como la posibilidad de su narración.
Así pues, este libro se nos cuenta a través de la exégesis atenta de otro libro anterior y, gracias a este cervantino artificio, se nos plantean cuestiones que atañen tanto a lo filosófico («¿qué derecho tiene el mundo a saber de un hombre o de una mujer?») como a las particularidades y hasta exigencias estéticas y estructurales del hecho literario: «Si la señorita Linsett viviera aún, cabría preguntarle por la metodología empleada al dividir la vida de su amiga en capítulos». Incluso se pone en duda que la correlación entre años, páginas y contenido sea la correcta, dejando en el aire la cuestión —entre ontológica y metaliteraria— de cuál es la extensión que requeriría cada una de las etapas de nuestra vida:
«La señorita Linsett apenas se detiene en la familia durante las treinta y seis páginas con que despacha los primeros diecisiete años de la biografiada».
La mirada de la narradora se asoma a la biografía escrita por la señorita Linsett con el mismo espíritu crítico que parece querer despertarnos, animándonos a cuestionar la veracidad de las voces que narran las vidas ajenas y recordándonos que no somos por completo lo que los demás creen ver, pero tampoco lo que decidimos mostrar. Además, se incide en la dificultad para comprender en su profundidad a quienes nos precedieron, aludiendo al tiempo que dista a menudo entre el tiempo de la enunciación y el de nuestra lectura: «Para nosotros, lectores contemporáneos, la dificultad radica en saber qué pretendían».
No apreciamos esa distancia en este caso, donde la brillante prosa de Woolf nos interpela desde las primeras líneas con una narración en la que vuelve a destacar su dominio de la elipsis y de la construcción evocadora, hasta el punto de que el hecho más sobresaliente de la vida de su protagonista es, precisamente, el que no se cuenta:
«El acontecimiento más interesante en la vida de la señorita Willatt resulta un misterio debido a la nerviosa mojigatería y las tristes convenciones literarias de su amiga».
Gracias a la sutileza con que se dibuja tanto a la señorita Willatt como a su amiga y biógrafa, la señorita Linsett, esa ambigüedad queda desentrañada por nuestra imaginación, convirtiéndonos así en el cuarto y último biógrafo de esta historia, junto con el hermano (la fuente), la amiga (la escritora) y la narradora (la comentarista).
Esta última, al hilo de su revisión del trabajo de la señorita Linsett, no solo consigue retratar al mismo tiempo a dos mujeres —que encarnan, a su modo, dos actitudes muy diferentes ante la vida—, sino que este juego de espejos también le permite reflexionar sobre el hecho literario y hasta reivindicar la narrativa de las autoras que la precedieron:
«George Eliot y Charlotte Brontë son autoras de muchas novelas de esa época, pues ambas revelaron el secreto de que el material precioso que compone los libros se extrae de lo personal, de los cuartos y las cocinas donde viven las mujeres, y se acumula en cada tic-tac del reloj».
No es fácil revelar ese secreto de lo personal. Ni buscar la verdad que se acumula, como escribe Woolf, «en cada tic-tac del reloj». Pero ella sabe hacerlo de manera sobresaliente. En estas Memorias de una novelista despliega, una vez más, su amplio dominio de la técnica narrativa y demuestra su capacidad para adentrarse en ese territorio confuso de las esperanzas insatisfechas, de la inseguridad que nos paraliza y de la insatisfacción que invalida nuestros logros. Las vidas de la señorita Linsett y la señorita Willatt no solo se reflejan entre sí, sino que interactúan con las nuestras, invitándonos a buscar respuesta para los interrogantes que salpican las páginas de esta obra.
Al acabar la lectura es muy probable que no hayamos dado con nuevas respuestas, pero sí con saludables incertidumbres. Cerraremos el libro convencidos de que la vida —la nuestra o la de cualquier otra persona— es más compleja que la que pueda ofrecernos cualquier biografía y caeremos en la cuenta de que, como dice la propia Woolf, todos acabamos siendo «irreales en el papel». Pero esa irrealidad es, a su vez, la que engrandece y da sentido a la literatura, pues solo desde su trampantojo verbal logramos atisbar una parte de lo que en verdad sí somos.
«Es más fácil escribir sobre la muerte, cosa muy común, que sobre una vida», afirma Woolf. Y quizá por eso Memorias de una novelista sea una lectura tan recomendable, porque nos lega un ejemplo excepcional de cómo hacerlo.
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Autora: Virginia Woolf. Título: Memorias de una novelista. Editorial: Nórdica. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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