Como escritor, la duda es lo que me mueve, y toda duda lleva aparejada una pregunta. Todas mis novelas han nacido de una pregunta y, como no podía ser menos, El deseo de los accidentes también.
Cada día pasábamos por un edificio moderno, todo de cristal, un cubo inmenso, perfecto, con un mástil enarbolando una bandera de España en la puerta. A su lado, un cartel con letras enormes de acero brillante: COMISARÍA. Por la puerta de cristal había un continuo trasiego de personas uniformadas, policías de servicio que llegaban o se iban. En aquel tramo de acera siempre había policías a los que, educadamente, saludábamos mi perra y yo cada mañana.
Un día llegó hasta allí una furgona de la UIP, Unidad de Intervención Policial, los antidisturbios de toda la vida. Mi perra y yo pasábamos a su lado justo cuando la puerta lateral se abrió y salieron cinco tipos enormes pertrechados con protectores rígidos, porras, escudos, cascos y fusiles. Detrás, en último lugar, salió una mujer muy joven, de veintipocos, con cola de caballo, tan protegida como sus compañeros. Parecía una niña, hasta llegué a compararla con mis hijas. A la cintura llevaba pistola, walkie, esposas, porra, guantes y demás elementos que le daban un aspecto robótico. Venían de trabajar, cansados, sucios, manchados de harina, algo de pintura, huevos reventados y, seguramente, escupitajos. Fue en ese momento cuando me hice una pregunta: ¿Llegarán ahora a sus casas y hablarán del trabajo con sus parejas? Y, por último, me hice la pregunta clave: ¿Y si esta chica quisiera ser madre? ¿Es compatible la maternidad con el trabajo de antidisturbios? ¿Maridan bien los porrazos con los biberones?
A partir de ahí empezó todo.
Cuando tienes una idea, te obsesionas con ella y pones todo el empeño en abastecer la libreta con miles de notas hasta que llegas a conformar una somera trama. Todo nace de las personas, de manera que elegí a aquella joven antidisturbios, la saqué de la realidad, y le compliqué la vida. La casé con un profesor de historia, la hice atravesar una fase de desencuentro, la hice ser madre y el primer día de trabajo después de la baja maternal, hice que algo saliera mal.
Es entonces cuando entro en lo que más me hace disfrutar como escritor: mostrar al lector todo lo que no se ve. Me adentro en la cara oscura de un matrimonio abocado a la ruptura, saco a la luz el cuarto trastero donde se esconden los miedos, los rencores, las mentiras… la farsa que todos acarreamos con discreción, y trato de unir en un espacio físico-temporal a un grupo de personas a las que el azar y la casualidad les hacen chocar. Así, junto a Blanca y Alberto, aparece una bióloga irlandesa, una periodista de local, un arquitecto de relumbrón, un guardia jurado fanático de Motörhead, una artista mallorquina, un abogado con trajes sastre, una psicóloga policial… y todos ellos pivotando en torno a un accidente que desencadena otros más.
Hay que aprender a distinguir de antemano a aquellas personas que suman y aportan de aquellas otras que nos van a dar problemas. La teoría es fácil, pero llevarlo a la práctica no lo es tanto, y gracias a eso los escritores tenemos abastecida nuestra labor creativa. Blanca tiene problemas, muchos, pero el principal es que no sabe gestionarlos. Como escritor, es un personaje muy goloso porque me permite viajar por su mente. Es la típica persona que, no sabiendo enfrentarse a las dificultades, se refugia en sí misma, sin compartir nada. Acumula tanta negatividad que lo que se genera es odio. Es decir, busca la solución en el perjuicio ajeno. Necesita hacer daño para aliviarse.
Y lo consigue.
Como veis, me gustan las historias en la que pasan muchas cosas, por dentro y por fuera, y para escribirlas pongo en práctica lo más importante, tanto en la literatura como en la vida: la empatía.
Lo demás es trabajo y oficio.
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Autor: Rafael Caunedo. Título: El deseo de los accidentes. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros y Amazon
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