Todos los escritores tenemos nuestras obsesiones recurrentes. Una de las mías ha sido siempre el libro prohibido, destruido o censurado; las mecánicas que llevan a prohibirlo, destruirlo o censurarlo; la gente que se juega el tipo por proteger los saberes. Esa obsesión me llevó hace años a inventar la Biblioteca Invisible, una sociedad secreta que se dedicaba a salvar esos libros para que, en tiempos más amables, pudieran disfrutarse. Sin embargo, no terminaba de ubicarla en una narración, y por lo tanto era una de esas historias que uno piensa pero jamás cuenta. Los libros que no se escriben podría ser otra de mis obsesiones.
Como era la biblioteca universitaria la que estaba siendo purgada en ese momento, descubrí a los bibliotecarios que la unificaron y trasladaron a la Ciudad Universitaria. Cómo muchos estaban participando de la modernización de las bibliotecas, de favorecer el acceso de los libros al pueblo. Tina, por lo tanto, se convirtió en bibliotecaria; en estudiante para bibliotecaria después, porque necesitaba que esos primeros años en Madrid estuvieran marcados también por un ansia de descubrimiento y un anhelo: trabajar en la Biblioteca Nacional.
Muchos de los bibliotecarios, archiveros y voluntarios que habían tenido alguna vinculación con la modernización de las bibliotecas o la unificación de los fondos universitarios participaron del salvamento del patrimonio bibliográfico y artístico español durante la guerra civil. Hubo gente que en la realidad hizo lo que mi ficticia Biblioteca Invisible hacía: rescatar los libros de la ignorancia y de las llamas. Tenía que hablar, al menos, de algunos de ellos. El ángel de los libros que se metía en las trincheras a rescatar libros de las balas. La archivera que cruzó la frontera con una maleta de treinta kilos llena de fichas. La bibliotecaria que salvó a un compañero sacerdote.
Cuando Tina entró a participar de este salvamento, empezó a ser importante todo aquello que iba a perderse muy pronto, en cuanto Franco ganase la guerra, y que estaba metafóricamente en aquellos ejemplares que ardieron en el 39. En realidad todas las pistas estaban en ese listado que condenaba por razones misóginas, políticas, religiosas, y también que quería hacer un mundo con una épica más realista. Los románticos que ardieron y sus fantasmas tenían que tener un hueco en La biblioteca de fuego. Quizá lo último que obtuve fue el título, cuando me di cuenta al corregir que todas las transformaciones de Tina habían tenido que ver con el fuego. Que todas las transformaciones que sufrí al escribirla tuvieron que ver con el fuego.
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Autora: María Zaragoza. Título: La biblioteca de fuego (Premio Azorín de Novela 2022). Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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