La última reina es fruto de mi pasión por rastrear en el mundo de esa especie desconocida, las casas reales, que muchos denuestan y a otros les parecen divinas. Yo suelo mezclar ambos sentimientos. También los géneros literarios; así, La última reina no es una biografía al uso; tampoco es una crónica periodística ni un ensayo político; no es una novela histórica ni un cuento; sin embargo algo tiene de todo ello. He seguido los impulsos de la narración, lo que pedía en cada momento. Calma y ensoñación, denuncia, preguntas, recreaciones musicales o relato histórico.
Todo surgió de mi empeño por observarles, sus gestos, miradas, actitudes y no solo los brillantes de las tiaras que reposan sobre las sienes reales. Cuando el 18 de junio de 2014 en el salón de columnas del palacio real, el rey Juan Carlos firmaba la abdicación de la Corona de España sobre la mesa de las Esfinges, su mujer, la reina Sofía, se giró levemente y fijó su mirada sobre él y el documento que reposaba sobre el histórico mueble. Fue un instante, lo que dura una rúbrica. No pude evitar imaginar qué pensaría en ese momento una mujer defensora de la tradición real, convencida de que un rey finaliza su reinado en el lecho de muerte. ¿Qué escondía esa mirada de enorme tristeza: pena por acabar un periodo de luces de una manera tan drástica? ¿Descanso y paz porque esa firma suponía salvar la Corona de su hijo? ¿Quizá retrocedió cincuenta años atrás, cuando llegó a Zarzuela junto a su marido con una misión: recuperar la Corona de España? ¿Regresó a los años duros, vigilados y controlados por los hombres del dictador; a noviembre de 1975, a los días en los que recuperaron la Corona, o a la difícil etapa de la transición, cuando debieron asentarla en una sociedad poco proclive a la monarquía? ¿Revivió en esos instantes los años de mieles, ese tiempo en el que la institución era la más valorada del Estado? ¿Recorría, quizá, su vida en esos breves instantes?
Así comienza La última reina. No podía hacerlo de otro modo. Tras esa mirada encontré una historia, la de una reina, la de su familia, la de sus ancestros, la de este país.
No ha sido un libro fácil de escribir. La actualidad pesaba como una losa sobre las líneas que iba escribiendo, sentía la amenaza constante de que mi protagonista también sucumbiera en el caos. Otro motivo de desazón era el hecho de indagar en el alma y poner la voz de un narrador a un personaje vivo, aunque desde el principio sabía que no iba a inmiscuirme en asuntos de alcoba o desafíos amorosos. No era mi objetivo destapar infidelidades o traiciones matrimoniales. Nunca tuve espías en palacio ni nadie bajo las camas regias para contarme aventuras con las que llenar las páginas. Tampoco las quería. Solo me importaron las relaciones adúlteras cuando esas sentenciaron la institución, o más bien, cuando pusieron fin a una época dorada de la monarquía española: los años del juancarlismo.
Como esas no serían mis fuentes y debía diferenciar el relato de las biografías publicadas hasta el momento, fue inevitable mirar a la serie británica The Crown, su virtuosismo para entrelazar la psicología regia y la crónica periodística. Opté por ese camino y traspasar los muros de palacio, caminar por sus pasillos o jardines, sentarme ante el tocador de la reina, abrir sus cajitas e intentar averiguar qué guardaban, qué recuerdos contenía cada una de ellas; escuchar la música que envolvía las estancias de palacio. ¿Qué pensó en las horas previas a la abdicación de la Corona de España? ¿Qué sentía al intuir que el mundo que habían construido con tantas renuncias personales caía hecho pedazos? ¿Cómo aceptar que la lujuria y la avaricia podían dar al traste con la corona que había de heredar su hijo? ¿Cómo admitir una familia real hecha añicos?
La narración en tercera persona cuenta con un personaje ficticio, un fotógrafo —Manu Gómez—, que me ayuda a construir el alma de la princesa y el de la reina. Su cámara va a captar todo lo que el protocolo les impide confesar, porque los reyes solo hablan a través de sus gestos. Manu Gómez, que sigue sus avatares durante toda su carrera profesional, es también el que ayuda al narrador a palpar la realidad social española. Es la ficción basada en experiencias personales. Para crear el contexto histórico y político con el que ella interactúa he recuperado periódicos de todos estos años. Los diarios y revistas griegas me facilitaron documentación sobre el auge y caída de la monarquía griega, los funerales del rey Pablo o las catástrofes provocadas por fenómenos geológicos. Parte de la historia española de aquellos años la he recuperado de crónicas de prensa; del NODO (el Noticiario Cinematográfico Español); de los archivos de RTVE, la serie La Transición, e incluso los primeros capítulos de Cuéntame cómo pasó.
Mientras escribía sobre la reina Sofía y leía documentación que relataba los episodios de su familia, descubría a personajes que me invitaban a seguir sus biografías: la abuela Victoria Luisa de Prusia, hija del último káiser alemán, cuya boda revolucionó el Berlín previo a la Primera Guerra Mundial; o la primera reina de Grecia, la Gran Duquesa Olga Konstantínovna de Rusia, que llegó a la corte helena con sus joyas y sus muñecas. María Bonaparte, abuela de la gran amiga de la reina Sofía, Tatiana Radziwiłł, ella misma un personaje apasionante. O el abuelo Hannover, que escribió notas de despedida a todos los conocidos antes de pasar a la otra vida. Ellos también están en La última reina, como lo están Massiel, los últimos fusilados del franquismo, o la leyenda de los niños desaparecidos de las Minas del Horcajo. La vida real y la realidad de la vida.
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Autora: Carmen Gallardo. Título: La última reina. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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