¿Al sol o a la sombra? ¿Las altas temperaturas favorecen la concentración o, por el contrario, la disipan? ¿Puedo fumar y leer a la vez? En las cálidas fechas estivales, esta clase de cuestiones asedian al lector. Desde dominicales, revistas saludables y publicaciones médicas, sin contar todo tipo de webes, se le aconseja leer de manera relajada, no vaya a perder alguna neurona. Estas circunvoluciones no han querido faltar a la tradición. En España, las temperaturas superan sin dificultad los cuarenta grados y una dilatada experiencia nos ha proporcionado certezas que pudieran, tal vez, resultar de utilidad al querido lector.
1.- La primera es que en el exterior conviene ponerse gorra. También conviene tener a mano agua; es en los meses estivales cuando el celtibérico botijo revela su grandeza junto a las baldas de la biblioteca personal de cada cual. Servidor dispone de un botijo exótico y literario en sus posesiones de Cahill, donde el verano está resultando aterrador. El otro día alcanzamos los veinticinco grados. No sé donde vamos a ir a parar. Ahí abajo, en Inglaterra, incluso se está secando el green.
2.- La segunda es que lo que hay que leer es libro, no monsergas. Un libro de imprenta encuadernado como Dios manda y con cien o con mil páginas. A finales de los años sesenta, una “canción del verano” ya alababa las alegrías que proporciona la compañía de un libro en la playa.
Vacaciones de verano para mí.
Caminando por la arena junto a ti.
Hoy te tengo a-mi-la-do-i soy feliiiiiz.
3.- La clase de tropa se ducha, los caballeros se bañan. Uno tiene mucho leído en la bañera. Llena de agua y degustando un martini seco, la bañera desafía esa moda siniestra de la ducha de vestuario cuartelero que parece haberse adueñado de las revistas de decoración. ¿Alguien puede imaginar a Alejandro Magno duchándose? Marco Antonio gustaba de leer en la bañera y Cleopatra, de hecho, se encaprichó de él cuando una tarde en Alejandría lo sorprendió leyendo a Aristóteles en una portátil de oro. Nota: Plutarco no lo consignó porque era un soso.
4.- Leer bajo un denso emparrado es muy agradable, sobre todo si de él cuelga una bota de vino. A falta de emparrado, siempre se puede recurrir a un techado de uralita, pero no es lo mismo. En las huertas de la feraz vega granadina, a orillas del Darro o tal vez del Genil, hay emparrados centenarios que proporcionan horas de felicidad inefable al lector. Las hojas sabias de la parra generan una brisa que menea alegremente la bota y refresca el vino. Éste debe tomarse levantando el artefacto todo lo que permita la longitud del brazo y siempre con una inclinación de 45º sobre el terreno a fin de que el chorro, impulsado por la gravedad, entre limpio en la boca y, rebotando en el fondo de la garganta, genere una miríada de pequeños diamantes que alegren la campanilla.
5.- La charleta. Hace como dos mil años, el hispano-bilbilitano Marcial, que no calatayudano, elogiaba la charla, los libros, el praderío, el pórtico, la sombra y los baños, según traducción de Juan Fernández Valverde y Francisco Socas en Alianza. Marcial, que era un sibarita, tenía una posesión tosca y rural frente a las soledades del Moncayo, potente serrijón, y a la caída de la tarde se reunía con otros colegas a departir en el pórtico después de haber pasado el día refugiado en la lectura, la meditación y, al decir de algún rijoso, el fornicio.
6.- Los baños de río, mar o piscina, siempre cortos y frecuentes. Nada más grato que el chapuzón al aire libre en los meses caniculares. Entre lectura y lectura, el alma se serena, el cuerpo se esponja y la mente se dilata más allá del horizonte. Servidor, que nunca ha sido precisamente un atleta, tuvo durante años la humorada de participar en la travesía a nado de la Laguna Negra de Urbión, literario paraje inmortalizado por don Antonio Machado en su romance de La tierra de Alvargonzález. El evento tiene lugar el primer domingo de agosto desde tiempo inmemorial y congrega a todos los nadadores de los contornos. Clubes riojanos, navarros, aragoneses, castellanos y hasta de la lejana Cataluña suben con un libro en el morral a las fuentes del Duero a desafiar el
agua transparente y muda
que enorme muro de piedra,
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.
En fin, que feliz verano, corazones. Y ojo con las insolaciones.
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