A ver cómo cuento esto.
Ahora todo se hace online o por teléfono, y pobres las almas de aquellos que no se entiendan bien con Skype, Google Meet, Zoom y la madre que los parió. Ya he escrito en otras ocasiones, en esta misma revista, sobre las múltiples capacidades que deben tener los escritores del siglo XXI. Que el trabajo no termina en el punto y final de nuestra novela, ojalá, sino que el mercado editorial exige que las destrezas de los juntaletras vayan mucho más allá que la de tener inventiva, tenacidad y una buena narrativa.
Ya tampoco basta con que los escritores estemos constantemente presentes en las redes sociales y ofrezcamos un contenido de calidad a nuestros seguidores, sino que ahora también es conveniente tener un set con una buena cámara, un micrófono de última generación y un par de focos que ofrezcan una iluminación óptima para los bolos telemáticos que nos surjan. Contar con una buena tarifa que asegure una conexión estable a internet también es importante, no vaya a ser que haya cortes en la retransmisión y nuestra cara quede congelada en las noticias de TVE con un ojo cerrado, la nariz arrugada y la lengua medio asomada. También se recomienda practicar, desarrollar cierta habilidad para mantener una actitud digna y profesional mientras se debate por videoconferencia en televisión con el pantalón del pijama puesto.
Por ejemplo, situaciones que pueden darse en este tipo de promociones virtuales: durante una entrevista para Onda Cero por Skype, comentaba que El corazón de los ahogados es una novela que ha estado once años dando vueltas a mi cabeza, que desde que pisé por primera vez la isla de Alborán a mis diecinueve años ya me enamoré de aquel diminuto trozo de tierra, su faro y su pequeño cementerio de tres tumbas, cuando la pantalla de mi ordenador se volvió completamente negra.
De repente, sin avisar.
Estuve varios segundos así, con la boca abierta reflejada en la oscuridad del monitor, hasta que me di cuenta de que el ordenador se había apagado por completo. Coño, y el anillo de luz que me quitaba la sombra de este lado de la cara también había muerto. Bajé corriendo las escaleras de mi casa mientras me cagaba en todo lo cagable. El corazón como una campana. De un vistazo rápido al cuadro de luz vi que los plomos estaban subidos, y poco más se me puede pedir en cuanto a conocimientos de electricidad doméstica. Cerré los ojos para intentar pensar y descubrir qué cojones estaba ocurriendo cuando escuché desde la ventana a un vecino conversar con otro:
—Quillo, qué pasa, sa io la lú en to la calle, ¿no?
Lo único que pude hacer es agarrar el móvil, aprovechar el 3G, e intentar escribirle un mensaje a la periodista que había dejado tirada en medio de la entrevista y explicarle que se había producido un corte de luz en todo el barrio. Aún seguía escribiendo cuando el teléfono empezó a sonar y a vibrar en mi mano. La aplicación del WhatsApp desapareció para dar paso a un número desconocido. De Santiago de Compostela. Fui corriendo hasta el escritorio, donde tenía la agenda con las diecisiete entrevistas programadas para ese día. El número que me llamaba era la Cadena SER, claro. Los treinta minutos destinados para la videoconferencia con Onda Cero se habían agotado y la Cadena SER estaba al otro lado de la línea para iniciar su entrevista concertada vía telefónica, a su hora, como un clavo. Con un movimiento de tobillo, como el que se sacude la pernera, espanté a Peter para que se quitase de mi lado. Ahora no, Peter, ahora no, que se me cuela el ruido de las patitas cuando te mueves por la casa en el audio del directo. Y menos mal que no ladras. Respiré profundamente, me olvidé de la entrevista que había dejado a medias, de perdidos al río, y respondí con calma y tranquilidad, como si me encontrase en el sofá con un té recién hecho.
Con la promoción de esta novela he descubierto que soy de esos que prefieren el cara a cara y dialogar a la antigua usanza. Me encuentro mucho más cómodo en un estudio de radio que dando vueltas erráticas por el salón de mi casa con el teléfono pegado a la oreja durante horas. Prefiero el calor de los focos y las sillas incómodas de los platós, comunicar con las manos y los gestos, mirar a los ojos del periodista y establecer una conversación natural. Sin todos esos ceros y unos de intermediarios. Me encanta viajar en taxi mientras miro por la ventanilla una ciudad nueva y desconocida que no me va a dar tiempo de visitar, más que en esos viajes furtivos entre los estudios de radio y televisión. Disfruto coincidiendo con los lectores en las presentaciones y las firmas organizadas por las pequeñas librerías, de los abrazos, los besos y un buen apretón de manos, antes que de ese choque de codos rígido y frío, de tuétano.
Escribo estas líneas mientras me encuentro navegando por el Mediterráneo en el buque de asalto anfibio Juan Carlos I, donde acabo de recibir la llamada en la que me adelantan que próximamente estaremos en la Feria del Libro de Madrid, en el Festival Gata Negra, en el Encuentro Literario Luz de Letras, en la Feria del Libro de San Fernando, en CórdoBlack, en Bahía Negra, en la Semana de la ONCE y en otros eventos que iremos cerrando en las siguientes semanas, ahora que viene la buena época de ferias, festivales y saraos culturales. No puedo evitar preguntar si será de forma presencial o también se organizará todo de manera telemática. Al otro lado de la línea mi editora se ríe, por lo que quedo mucho más tranquilo al saber que tendré la oportunidad de poder daros las gracias en persona.
No puedo estar más agradecido por el cariño y la generosidad que estoy recibiendo en el lanzamiento de esta novela por parte de los medios de comunicación y, por supuesto, de los lectores. A diario recibo decenas de mensajes, reseñas y fotografías de El corazón de los ahogados a través de las redes sociales y a uno solo le queda quitarse el sombrero y aceptar que las nuevas tecnologías son una herramienta maravillosa que han llegado para quedarse. Que esto de las videoconferencias y la presencia virtual, a fin de cuentas, permite que muchos de nosotros nos sintamos menos solos cuando nos vemos obligados a aislarnos por la maldita pandemia, o incluso cuando hay mucha distancia entre nuestros seres queridos, a lo que suelo estar bastante acostumbrado. Que hay que adaptarse, actualizarse. Que la vida es cambio, y punto. Que vivimos tiempos extraños donde las guerras, las pandemias o la escasez de materias primas están a la orden del día. Y la filosofía en los colegios, ¿para qué? ¿Acaso queremos que las nuevas generaciones se formen para tener un pensamiento analítico? Ahora lo que triunfa es lo artificial y lo digital, lo inmediato. Todo lo queremos para ya, sin tardanza, y cuánto más breve sea este artículo, mejor.
Magnífica tu experiencia con tu nueva novela Daniel.Los nuevos tiempos todo es tecnología aunque es mejor un abrazo y una tertulia presencial.Me gusta mucho cómo escribes en Zenda y tu nueva novela magnífica.Gracias por todo.