¡Atrapados en una maldita ratonera! Así es como se debían de sentir los soldados canadienses que desembarcaron en Dieppe. No había ni un solo centímetro de terreno seguro. Cada guijarro de las playas estaba al alcance de ametralladores, artilleros y francotiradores. La muerte acechaba a los infantes canadienses a cada paso que daban.
El fuego de artillería, el ruido de los disparos y los lamentos de los heridos desquiciaban a quienes trataban de avanzar tierra adentro. A sus espaldas, las lanchas de desembarco llegaban con más tropas. Carne de cañón enviada al matadero. Las aguas se tiñeron de rojo y los tanques Churchill no eran más que chatarra humeante sobre los guijarrales. El alambre de espino y los muros de hormigón habían convertido la playa en una trampa hermética de la que era imposible escapar.
La juventud de Canadá, el mayor tesoro de una nación próspera, era aniquilada sin piedad. Aspirando la fetidez de la cordita y el hedor de la pólvora, con el corazón latiendo desbocado, los infantes trataban de encontrar refugio en medio del caos. Las vidas canadienses eran segadas por la guadaña de la muerte, que resonaba con el estrépito del tableteo de las ametralladoras y con el tronar de los cañones. En pocas horas, las bajas aliadas habían superado los cuatro mil hombres.
Cada vez que leía sobre Dieppe, me estremecía. Hombres cargando estérilmente contra las defensas alemanas, sin poder avanzar siquiera unos pocos metros. ¡Un holocausto! Y en aquella sangrienta jornada, los comandos tenían un papel crucial: robar una máquina de cifrado Enigma.
Precisamente quería narrar una historia sobre los comandos en la Segunda Guerra Mundial. Buscaba crear un grupo de personajes tan peculiares como extraordinarios. De la mano de estos hombres, pretendía acercar al lector al mayor conflicto bélico que ha sufrido la Humanidad. Para conseguir que el público conectase con los protagonistas, traté de hacer de ellos un grupo de hombres conflictivos e irreverentes. De ahí el título de la novela: Indeseables. Pese al carácter problemático de estos comandos, la lealtad y la camaradería están por encima de cualquier diferencia. Cuando las balas silban, no hay discrepancia que importe, ¡son auténticos hermanos de armas!
Quien lea la obra se sentirá como si los destellos de los disparos pasasen a su alrededor, inmerso en el fragor de la batalla, acompañando a los comandos en las operaciones especiales más arriesgadas. Pero más allá de la acción del campo de batalla, hay algo con lo que siempre disfruto: sumergirme en la mente de un soldado. Eran muchas las dudas que corroían a los combatientes: ¿Sobreviviré? ¿Y si quedo horriblemente mutilado? ¿Llegaremos siquiera a poner un pie en tierra? ¿Volveré a ver a mi familia? Esas eran las tribulaciones que atormentaban a quienes combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Cada día de supervivencia era un triunfo, un pulso ganado a la muerte.
Hasta el más valiente de los soldados experimentaba el sudor frío antes de la batalla, dolores de estómago, náuseas o ganas de hacer sus necesidades. Incluso los más veteranos, hastiados de la barbarie, alcanzaban su límite y se derrumbaban.
En la época más negra que ha vivido la Humanidad, cuando Gran Bretaña, el último baluarte de la democracia resistía en solitario ante el nazismo, un pequeño grupo de hombres contribuyó a mantener elevada la moral británica. Se trataba de los comandos. Sus acciones, audaces y en ocasiones suicidas, causaron estragos en las retaguardias alemanas y mantuvieron el espíritu de lucha.
Pero para narrar esta historia, no solo necesitaba unos hombres extraordinarios, acción y un marco histórico apasionante. Las historias de guerra cuentan hechos desgarradores, por lo que en medio de semejante tragedia, el humor, el amor y la esperanza de un mañana mejor ayudarán a nuestros protagonistas a luchar hasta el final, cueste lo que cueste.
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Autor: David López Cabia. Título: Indeseables. Editorial: Círculo Rojo. Venta: Amazon
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