A veces pienso que estoy en esa edad en la que se cumple la feliz frase atribuida a Gil de Biedma, «ahora que de casi todo hace ya veinte años», y aunque ese hallazgo sea una hermosa exageración, fue hace más de veinte años cuando publiqué en Plaza & Janés Mi precio es ninguno. Era una novela negra, más que policiaca, de acción y no de investigación, con un aire a western y en la que el humor, las canciones populares y los diálogos rápidos jugaban un papel central. Se inspiraba en las obras de Hammett, Chandler o Ross Macdonald, aunque exagerando algunos de sus rasgos, algo que veía más como un homenaje que como una parodia. El alcohol, el tipo duro y de vuelta de todo, las pistolas y una chica despampanante llamada Elsa eran algunos de sus inevitables ingredientes, trasladados de Estados Unidos a Madrid.
Disfruté muchísimo mientras la escribía, y además me dio posteriormente la alegría de que fuera traducida a varios idiomas. Al poco de haberla publicado empezó a rondarme la idea de recuperar a Máximo Lomas, el protagonista cínico y romántico, y narrar alguna otra aventura suya, después de haberle dejado poco menos que destruido. Esa idea cobró renovadas fuerzas cuando Mi precio es ninguno quedó descatalogada. Pensar que Max y Elsa ya sólo podían encontrarse en librerías de viejo me dolía, por mucho que ese fuera el sitio más indicado para mi héroe descreído y lector, siempre tentado por seguir la máxima epicúrea del “Vive oculto”.
Por fin, en 2016, entregada en Siruela Como los pájaros aman el aire, tuve esa sensación que a veces nos impulsa a los tímidos o indecisos: “Ahora o nunca”.
Y me puse a escribir su continuación, Demasiado no es suficiente, en la que el papel de García pasa a ser desempeñado, de alguna manera, por un enano, Demian, y en la que quería incluir el incendio del Windsor, un edificio importante en el cielo de Madrid y, desde luego, en mi familia. Según iba escribiendo la secuela, de forma tan gozosa como en la primera entrega, iba comprendiendo que necesitaba explicar también de dónde venían Max y Elsa. Al fin y al cabo, Mi precio es ninguno comienza con su reencuentro, después de una turbia historia vivida unos años antes. Y me encontré así con que no sólo quería presentar a mi editorial mi nueva novela con la condición de que debía rescatarse la primera, sino que también debería incluirse en el paquete la precuela.
De modo que acabada la secuela me puse a escribir la precuela, Yo fumo para olvidar que tú bebes, con algunas líneas marcadas por los datos aportados en Mi precio es ninguno: Max era guardaespaldas en el País Vasco, donde tenía por compañero a García, y en Madrid se enamoraba de Elsa, que tenía una hermana pequeña, Rosa. Fui incluyendo mucho de lo que se decía de las andanzas anteriores de Max y Elsa. Como no veía claro cómo encajar algunas cosas, secundarias pero importantes (en una novela los detalles son tan importantes como el grueso), corregí también Mi precio es ninguno, pequeñas pinceladas que matizaban el tono o que ajustaban las piezas.
Y pensando que, en el fondo, había vuelto a escribir una historia de amor, algún día, en mi casa, o tal vez en un café, encontré el arranque para una serie, cuando ya había escrito dos de sus novelas:
“La conocí en Madrid, un fin de semana libre, en el bar de copas en el que por entonces ella trabajaba de camarera. Estábamos en primavera, detalle intranscendente, pues a las historias de amor cualquier estación les sienta bien. En cierto modo todo comenzó allí. La piel, las canciones, los tiros. El mundo, mi vida.
Todo.
Fue en 1988…”.
El texto fue creciendo, y el resultado es el que ya está en las librerías.
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Autor: Martín Casariego. Título: Yo fumo para olvidar que tú bebes. Editorial: Siruela (Colección Nuevos Tiempos 460). Venta: Todostuslibros y Amazon
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