—Quién lo hubiera dicho. Un japonés leyendo el Quijote.
—¿Usted lo ha leído?
—Me temo que no.
—Vaya —respondió Shinobu—. Quién lo hubiera dicho. Un español que no lo ha leído.
Los autores siempre estamos a la caza de ideas. Nos aferramos a cada sensación, cada movimiento del aire en busca de una nueva historia que contar, una nueva oportunidad de buscar un contexto para hablar de aquello que nos interesa. Yo pasé mucho tiempo sin darme cuenta de que llevaba la historia de El japonés del Quijote en la mochila. Que la llevaba desde hacía más de diez años. Y así, sin saberlo, fue creciendo en mi interior, y cuando al fin emergió, lo hizo de un tirón, ya completa y madura.
Nos reímos, hicimos bromas y comentamos la anécdota, pero no pasó de allí. O eso creía yo.
Pasaron más de diez años sin volver a pensar en aquella anécdota. Publiqué otros libros, fui traducido a otros idiomas, pasé tardes y tardes buscando nuevas historias que contar. Y cuando terminé mi anterior novela, Libro de familia, me encontré sin un nuevo objetivo claro al que dirigirme. Por supuesto tenía ideas, apuntes, pero no había habido ninguna que me hubiera llamado tanto la atención como para sentarme a escribir. Hasta que de pronto, un día, recordé esta anécdota.
Me imaginé a un japonés en la Mancha, viajando para tratar de comprender el Quijote, nuestra novela más universal. La novela, que, desgraciadamente, muchos españoles no han leído. La misma novela que yo leía una y otra vez mientras escribía el libro, tratando de hacérsela comprender a nuestro protagonista.
¿Cómo vendría? ¿Qué haría aquí? ¿Con quién se hospedaría? ¿Cómo reaccionaría la gente del pueblo al ver a un pez así fuera del agua? No tenía mucho tiempo. Mi primer hijo iba a nacer en unos meses y yo sabía que lo que no escribiera antes de su nacimiento se postergaría al menos un par de años. El deadline definitivo.
Así que me lancé a escribir. Y la historia fue desgranándose fácilmente, las escenas fluían de mi cabeza a la pantalla del ordenador como si llevasen allí diez años. Y así era. Y mientras Toshio Shinobu comenzaba a recorrer los caminos de Mataranvilla, el pueblo manchego ficticio que había creado a tal efecto, yo estaba ahí con él. Pasando calor, sudando la camisa, oliendo ese aire reseco tan diferente del aire húmedo japonés, hablando con sus gentes y con él, comprendiendo el Quijote.
Porque no puedes comprender algo que no has leído. Ahora lo entiendo. Y cuando mi hijo tenga la edad suficiente, se lo explicaré a él, como Toshio Shinobu me lo explicó a mí.
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Autor: Santiago Pajares. Título: El japonés del Quijote. Editorial: B. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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