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Con Amin Maalouf en El Cairo

Con Amin Maalouf en El Cairo

Fue poco antes de llegar a El Cairo cuando me enteré de que el escritor Amin Maalouf pasó allí los primeros tres años de su vida. Luego, su familia tuvo que trasladase al Líbano huyendo de lo que se avecinaba. Él no conserva recuerdo alguno de Egipto, claro, pero creció oyendo hablar a sus padres y abuelos sobre lo que había sido y en lo que se convirtió en pocas décadas, mientras arrastraba con su declive a ese Levante luminoso y a un mundo árabe cuyo brillo ha ido extinguiéndose hasta casi desaparecer. Y ya sabemos lo que ocurre cuando deja de existir esa guía de convivencia que viene adjunta a la claridad cultural e intelectual. Lo llevamos viendo más de medio siglo. La situación actual de la zona es otro pico en una escalada, el más devastador hasta la fecha, que no sabemos dónde terminará.

Lo cierto es que el año pasado viajamos, subidos a la ola que lo puso de moda en España, al país de los templos y de las pirámides y no al Egipto actual, pero inevitablemente nos dimos de bruces con él. Todo lo que caía fuera de los puntos turísticos era desolador. El guía nos dijo que no se pagan impuestos sobre las viviendas hasta que no se terminan, y así quedaban todas a medio hacer, con pilares apuntando al cielo, a ladrillo visto y sin pintar. Os podéis imaginar cómo estaba el resto. El crucero por el Nilo fue un agradable paréntesis porque los núcleos urbanos quedaban lejos y sólo se veía la inmensa flora de palmeras y juncos que bordeaban el río. Me llevé La roca de Tanios, una de las novelas que más me ha gustado de Amin Maalouf y que me acompañó durante todo el viaje, y los atardeceres de lectura mientras el sol caía sobre el Nilo, junto a la belleza de los muchos templos que se conservan —no en todos los países de la zona ha pasado igual— y que pudimos visitar hicieron que, sin duda alguna, el viaje fuese espectacular. Los restos de aquella milenaria civilización son perlas que hay que contemplar una vez en la vida.

"El Cairo fue el faro intelectual que impulsó en los países árabes un movimiento literario, político y social sin parangón que duró hasta el último tercio del siglo XX"

Pero, como decía, la realidad del país también nos golpeó de lleno y eso algunos no lo habíamos anticipado. Al menos, semanas antes había estado investigando un poco y me llevé en el ebook un ensayo también de Amin Maalouf para conocer mejor la situación de la zona: El Naufragio de las civilizaciones. Empecé a alternarlo con La roca de Tanios la última tarde que pasamos en Luxor, previo vuelo a El Cario, y me gustó encontrarme en sus primeras páginas unas pinceladas de lo que había sido Egipto para Levante, Medio Oriente y Europa a principios y mediados del pasado siglo. Así que empecé a buscar vestigios de todo aquello en el terreno. Ni en Asuán ni en Luxor encontré nada, a excepción de los edificios que en esta última circundaban las ruinas de la antigua Tebas y el hotel Old Winter Palace, donde se alojó Agatha Christie durante su periplo por el Nilo. Pero seguía teniendo fe en El Cairo. Aunque, sinceramente, ni siquiera sabía lo que buscaba. Aterricé en la capital egipcia expectante por ver las pirámides e intentando encontrar allí alguna huella o reemplazo de esos artistas que, según contaba Maalouf, florecieron hacía tan poco y que alumbraron tanto al mundo árabe como al resto del globo: la divina Umm Kalzum cantando los rubaiyat del poeta Omar Jayam, a quien me había encontrado en otra magnífica novela suya, Samarcanda; la emigrante siria Asmaham celebrando Las dulces noches de Viena; la cantante judía Leila Mourad haciendo vibrar las salas con Mi único guía es mi corazón o la letra de la canción que escribió Claude François, un francés egipcio, y que adaptó al inglés Paul Anka antes de ser cantada por Frank Sinatra: My way. La época dorada del cine en Egipto entre los años 20 y 60 también arrastró consigo a la danza y sobre todo a la música. Osama Asal, crítico egipcio de cine y escritor, dijo que «Egipto es donde el mundo árabe entero se dirigía para transformarse en una estrella y construirse una carrera». El Cairo fue el faro intelectual que impulsó en los países árabes un movimiento literario, político y social sin parangón que duró hasta el último tercio del siglo XX.

Maalouf es un escritor que está considerado como puente entre dos mundos, por eso lamenta la oportunidad perdida. Su obra profundiza en la mezcla de culturas y religiones y en la convivencia de esa Montaña libanesa que vale para todo Medio Oriente, donde muestra la vida de las gentes bajo el mando de señores que respondían tanto a caudillos de la zona como a gobernantes extranjeros. Sus títulos más sonados son León el Africano (que fue con el que descubrí al autor, recomendado por mi librero de cabecera Manolo Calero, dueño y guardián de la magnífica librería Alejandría de Azuaga, Badajoz. Gracias, gracias), Las escalas de Levante, Las Cruzadas vistas por los árabes, Samarcanda, El viaje de Baldassare o Los jardines de la luz. Me quedan algunos por leer, pero la belleza con la que escribe, lo insondable de sus personajes, a los que ves y sientes y crees que entiendes pero cuyas acciones no eres capaz de anticipar, y el engranaje en perfecto funcionamiento de unos diálogos y descripciones donde lo poético se funde con lo realista me han acercado a un mundo árabe que siempre consideré fascinante, pero lejano y desconocido. Que se ceñía, hasta entonces, a nuestro Al-Ándalus, con el que el Líbano ha tenido múltiples similitudes como tierra de confluencia cristiana, judía y musulmana. Y cuánto me gusta encontrármelas.

"El último día en El Cairo dimos un largo paseo en el que nos alejamos bastante del hotel. Más allá de los bares turísticos no vi anuncios de musicales, teatros o eventos"

Durante su infancia, el escritor se fijaba en «lo alegres y orgullosos que se mostraban sus padres cuando mencionaban a amigos muy allegados que profesaban otras religiones o pertenecían a otros países». Por eso prometió rechazar todo lo que amenazase esa tolerancia. Es imposible resumir con acierto en estas pocas líneas cómo se fue todo al traste, pero hay muchos libros por ahí además del de Maalouf. Mencionaré tres episodios: la pequeña mecha que prendió la revolución de 1952, ingleses mediante, en la que El Cairo acabó ardiendo (y tras la cual la familia del escritor escapó a Beirut), aunque aquello diese paso a Gamal Abdel Nasser, quien gobernó durante quince años y dio esperanza a Oriente Medio; la Guerra de los Seis Días contra el Estado de Israel en 1967, cuya derrota noqueó al mundo árabe de tal forma que no pudo recuperarse; y la Revolución Islámica de 1979 del ayatolá Jomeiní junto a otros movimientos conservadores globales, anglosajones sobre todo, que, como siempre, tuvieron un gran efecto en la zona (abierta y clandestinamente).

El último día en El Cairo dimos un largo paseo en el que nos alejamos bastante del hotel. Más allá de los bares turísticos no vi anuncios de musicales, teatros o eventos. Quizás hiciesen algo en los museos, no lo sé. O tal vez no supe mirar bien. Todo era un caos de bocinazos, gritos, falta de luz en las avenidas y miles de tiendas que conformaban ese interminable mercadillo que es Oriente y Asia entera. La gente parecía feliz, pero las personas casi siempre parecen felices cuando están en la calle. Sinceramente, no fui capaz de calibrar cuál era el sentimiento general, como sí me pasó en Cuba años antes (estaban tristes y apagados, aunque bailasen para olvidarlo). Logré que no me atropellasen y me senté en una terraza antes de que llegara mi familia, abrí La roca de Tanios y hui con el protagonista desde la montaña libanesa hasta Chipre navegando por el mediterráneo levantino. Amin resalta lo dificultoso de definir el Levante tanto histórica como geográficamente: ese «archipiélago de ciudades mercantiles, a menudo costeras, aunque no siempre, que va de Alejandría a Beirut, Trípoli, Alepo o Esmirna y de Bagdad a Mosul, Constantinopla o Salónica y llega hasta Odesa o Sarajevo; Levante, vocablo obsoleto que designa el conjunto de lugares donde las antiguas culturas de Oriente mediterráneo se codearon con las más jóvenes de Occidente, una intimidad de la que estuvo a punto de nacer, para todos los hombres, un porvenir diferente». Maalouf está convencido de que ese oscurantismo que surgió del fracaso árabe afectó y sigue mermando al mundo entero y, como llevo también escuchando un tiempo a Arturo Pérez-Reverte, habla del iceberg que va a ser tan difícil esquivar cuando compara Occidente con un «transatlántico moderno, reluciente, seguro de sí mismo y considerado insumergible, como el Titanic, que lleva a bordo una muchedumbre de pasajeros de todos los países y de todas las clases y avanza con pompa hacia su pérdida».

Antes de volver al hotel vimos a un niño sentado en la acera. Tendría siete u ocho años. Vendía pulseras, pero eso es poco significativo porque como él había miles. Lo que nos dejó allí plantados mirándolo fue que mientras trabajaba hacía sus deberes. Tenía un cuadernillo abierto y no paraba de escribir en él. Rellenaba frases, ojeaba mapas de la zona, hacía cálculos. Entonces crucé los dedos y deseé que llegara a donde quisiera llegar, aunque observando lo que había alrededor supe que le iba a costar mucho, cuando antes le hubiera costado menos. Porque de eso trata el asunto. De derechos, libertades y oportunidades. Le compramos una pulsera cada uno, le dimos algunos dólares extra y nos fuimos.

Terminaré con otra anécdota que recoge Amin Maalouf en El naufragio de las civilizaciones y que refleja esto a la perfección. A mediados de 1960, el presidente Nasser estaba en un auditorio explicando los encontronazos que empezaba a tener con los Hermanos Musulmanes, una organización islamista. «¿Sabéis lo que me pidió el guía supremo?» dijo Nasser. «¡Que impusiera el velo en Egipto y que todas las mujeres que salieran a la calle llevasen la cabeza cubierta!». Una tremenda carcajada retumbó en la sala. Nasser siguió contando lo que le contestó al guía supremo: «¿Quieres devolvernos a los tiempos del califa al-Hakam, que ordenó a la gente que sólo saliese a la calle de noche y se encerrase en casa por el día?». Más risas.

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