Con la Administración hemos topado. Así podría definirse la experiencia de Pili, protagonista de Solo quería bailar (Tránsito, 2023), la primera novela de la autora sevillana Greta García. Si con el advenimiento de los trámites en línea nos libramos del “vuelva usted mañana” del funcionario jurásico casi por completo, la Administración nunca ha dejado de ser una odisea: ahora una en la que los vientos de los clics nos hacen bifurcar constantemente, las corrientes de los motores de búsqueda nos pueden llevar al naufragio, las autofirmas y claves digitales defectuosas nos hacen querer tirarnos por la borda y los documentos subidos acaban en alguna esquina infranqueable del universo virtual, probablemente la esquina contigua a aquella en la que acaban volando en órbita los currículum de los portales de trabajo. En efecto, la burocracia, tenga el aspecto que tenga, aniquila el alma.
Algún intento de deselitizar el mundo del ballet es fácil de detectar en la decisión narrativa de la autora al crear un personaje que es bailarina (o proyecto de) y que a la vez pertenece a la clase social más baja de Andalucía, aquella cuyos miembros probablemente pasen horas en la cola del SEPE para renovar el paro. Así, se producen cruces extremos, cuya acidez acabamos por encontrar dulce, incluso quienes no somos particularmente devotos de lo obsceno o de lo escatológico: lo aséptico de términos como relevé, derrière o développé, se contamina con el desparpajo comiquísimo del vulgo y su combinación con expresiones como mojino mojino clávame un pino, por el culo joé mierda, mierda esparcía, el maiyó en mi raja. El efecto es similar a que nos sirvieran una pierna de ternasco con una lata de aceitunas de supermercado, o de perrear y hacer twerking con El Cascanueces de Tchaikovsky. Tal vez, a mucha menor escala y salvando las distancias, el efecto sea parecido a aquel que tuvieron las primeras películas de Almodóvar y sus repugnantes escenas de lluvias doradas en una España todavía profundamente mojigata y adormecida. Y todo lo digo como algo absolutamente positivo: es en las zonas de no confort donde no nos aplasta la trivialidad ni nos devora la nada.
Todo este contraste se potencia todavía más con un aspecto del lenguaje: la oralidad andaluza llevada al último término, aspecto no del todo novedoso si pensamos que ya algunas muestras de literatura iberoamericana actual han conseguido magistralmente crear obras literarias de altísima calidad descansando en la oralidad como elemento principal y constructor de la narrativa. A la admirada Fernanda Melchor me remito con su Temporada de Huracanes (Random House, 2017). Si este fenómeno había saltado a tierras de Cervantes con ejemplos como el de Panza de burro (Barrett, 2020) de la escritora canaria Andrea Abreu, obra que aupó la oralidad canaria en el panorama literario actual, todavía no había habido un caso igual con la oralidad andaluza. Y es ahí donde Greta García aprovecha un vacío e irrumpe en el mercado con la firme idea de que el habla popular, sobre todo una tan particular como la andaluza, también puede crear literatura. Y lo auténticamente novedoso está en trasladar la fonética en su estado más puro y nada pulido a la página y construir la narrativa desde esas zonas de periferia verbal, aunque es precisamente esto lo que puede acabar haciéndola impenetrable para hablantes demasiado desconectados de la idiosincrasia del andaluz:
—Aro, shosho, ¿no tah dao cuenta? Ehtáh empaná, Pili, llegó una tanda hace poquillo, mira, la que eh doh mil peheta vieha, esa eh Hertrudi, esa mató al marío con una sopa de lehía, la que eh mah negra que yo, esa eh Dana, esa eh otra de la droga, y a ve, que no veo bien, hay mah…Mira, la rubia bote que ehtá al lao de Belinda, esa eh María, no pinta que vaya a ehtá mucho por aquí, intentó atracá un chino con una pihtola mentira.
Independientemente de las preferencias del lector en cuanto a este tipo de literatura, y más allá del debate de si este tipo de decisiones narrativas hacen que las obras envejezcan bien o mal, a Greta García se le debe reconocer el hecho de haber logrado algo novedoso y fresco, además de haber arremetido contra las insensateces de las administraciones desde la parodia y el humor, y de hablar de las brechas digitales que hacen que aquellos quienes no saben navegar el ecosistema de la administración y su lenguaje legal siempre anden rezagados y cercanos a la marginalidad, todo ello a través de un personaje divertido y que, no pudiendo evitar barrer para casa aquí, tiene esa difícil e innata capacidad que suelen tener los andaluces, sobre todo gaditanos, de enfrentarse a las adversidades de la vida con ingenio y humor, de transformar las tragedias en comedias y, de a pesar de todo, reír, reír, reír.
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Autora: Greta García. Título: Solo quería bailar. Editorial: Tránsito. Venta: Todostuslibros.
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Critica magnífica.