Esta es una crítica de Rey Blanco. Una crítica que, les anticipo, es imposible de hacer.
Si leyó el amable lector mi crítica de Loba Negra, se percatará de que la frase inicial es exactamente la misma. Esto responde a dos motivos. El primero es sencillo: es la verdad. El segundo, algo más sutil, tiene que ver con el propio estilo del autor, que ha repetido los sintagmas e incluso frases completas en los inicios de las tres novelas. Este recurso estilístico, apreciado y apreciable por cualquier lector avezado, no se lo ha inventado él. Otros antes que él lo han usado con acierto. Borges, y sobre todo Cortázar, entendieron que la repetición no era una herramienta exclusiva de la poesía.
La repetición y sus variantes (anáfora, anadiplosis, epífora y pleonasmo, por citar unas pocas), recurso tan cultivado por los poetas castellanos, es mucho más complejo de implementar en la novela, por una cuestión de tamaño. Borges y Cortázar lo cultivaron, cada uno a su manera, siendo conscientes de lo poco conscientes que serían sus lectores.
Si es usted cinéfilo coja, por contra, Memento, de Christopher Nolan (o la más reciente Tenet), y dispóngase usted a ver retratados, uno por uno, todos los recursos de la repetición. No en vano es fan declarado el londinense de Borges y Cortázar. No digamos ya en su fabulosa Inception, la que, para el que les escribe, sigue siendo su obra cumbre.
La cuestión, nada baladí, es si esto puede hacerse en un thriller literario, etiqueta que, me consta, Gómez-Jurado odia con todas sus fuerzas. Se esfuerza mucho en subrayar, cada vez que tiene ocasión, que sus novelas no tienen otro propósito que entretener, al igual que se esfuerzan él y sus compañeros de Todopoderosos en recalcar que su programa no tiene otro propósito que hacer reír.
A estas alturas del partido, ya ha dejado de colar.
Decía en la crítica de Reina Roja que Gómez-Jurado le pone una vela a Dios y otra al Diablo. Imagino el choque que se da en la cabeza del escritor entre su lógica y su arte. Imagino a Gómez Scott luchar contra Jurado Gutiérrez, sin éxito. Una y otra vez. Imagino el momento clave en el que comprende que es imposible separarse de sí mismo. Que él es el único que se abre, se extirpa, se cierra y se cose de nuevo.
Todo eso, que antes imaginábamos, ya no puede ser ocultado más. Es imposible. Pero podemos intentar comprender las razones del autor para hacerlo.
Reina Roja es el libro más exitoso de la última década. Cincuenta ediciones, ciento diez semanas seguidas en el top de los más vendidos, un millón de lectores cuando escribo esto. Llegará al doble de esa cifra.
No hay campaña de marketing capaz de fabricar algo semejante (de lo contrario ocurriría a menudo, y sólo ha pasado con tres autores en lo que va de siglo).
Simplemente ocurre, no sabemos por qué.
Un fenómeno de este calibre sucede al margen de las intenciones del escritor, de sus propósitos ocultos.
Y créanme, los tiene.
A partir de aquí, SPOILERS. Ruego al lector encarecidamente que deje de leer si no ha leído, al menos, las dos últimas novelas del autor, Reina Roja y Loba Negra. Hágame caso, es por su bien.
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La historia que voy a contarles comienza el día en el que conocí personalmente a Gómez-Jurado. Habíamos mantenido contactos por redes y por mail más o menos frecuentes pero nuestro primer encuentro fue en la Librería Cámara, en Bilbao. Estaba presentando su libro Cicatriz. Era noviembre de 2015. Éramos ocho personas. Una presentación de libros al uso de la que no se podía extraer ningún presagio sobre lo que vendría después.
Corte a: noviembre de 2018. Lugar: Aula de Cultura de El Correo. Presenta Reina Roja.
Éramos ciento quince personas. Mucha gente. Se estaba gestando algo. No sabíamos lo que era, pero se notaba en el ambiente. Reina Roja despertaba y Juan no sabía lo que se le venía encima. Recordábamos que la primera presentación de Espía de Dios, el primer libro de Gómez-Jurado, fue en Bilbao y la atmósfera que había aquel día le traía recuerdos. Le ponía nervioso.
Si el salto le parece grande, sólo decir que en la presentación de Loba Negra en 2019, en la Biblioteca de Bidebarrieta, había más de cuatrocientas. Juan ya era Indiana corriendo delante de la bola de piedra. No obstante, no corramos. Volvamos atrás.
Gómez-Jurado no es de cometer errores, pero el desliz que cometió después de la firma de 2018 sólo puede explicarlo una cosa, al menos eso creo. Juan estaba muy cansado, después de firmar libros y encadenar dos viajes. Y, a la salida de la firma (cerca de la una de la mañana), una persona digamos, sin todas las piezas en la cabeza, le estaba esperando. Yo le acompañaba al hotel tras fracasar en el intento de encontrar algo abierto para cenar, y esa persona nos siguió durante un rato, hasta que le abordó. Nos lo quitamos de encima como pudimos, pero Juan se quedó visiblemente nervioso, creo que incluso asustado. Le duró un rato.
Así que estaba con la guardia baja cuando le pregunté por un detalle crucial del final de Reina Roja, que todos los lectores que hayan leído conocerán.
No es la primera vez que le hago una pregunta de este estilo. Me sé de memoria sus respuestas habituales: guiño, encogimiento de hombros, ya veremos o, simplemente, una mentira descarada y manifiesta.
Esta vez, sin embargo, entre los nervios y el cansancio, me respondió.
Estábamos a la puerta del Hotel Ercilla. Nos fumábamos un cigarrillo antes de que él entrase y nos despidiéramos. La pregunta coincidió con el momento en que lo apagaba en el cenicero de la foto.
Confirmé que le había pillado con la guardia baja, porque no me echó el balón fuera.
Lo que hizo fue coger la colilla del cigarro y dibujar un esquema en la arena. Un esquema sencillo. Un quiasmo con forma de W.
Yo me quedé mirando al esquema, y luego le miré a él. Volví a mirar el cenicero. Mi apreciación literaria la resumí con enorme profesionalidad en una frase que, creo, podría haber firmado Jon Gutiérrez:
—Vete a tomar por culo. Me estás tomando el pelo.
Que Bilbao es Bilbao, y los críticos literarios somos críticos literarios.
Él se encogió de hombros, y se puso a hablar de otras cosas. De tortilla de patatas, si mal no recuerdo. Es un apasionado, y sostiene la teoría de que aquí en Bilbao hacemos la mejor del mundo, teoría que no tengo demasiado reparo en refrendar.
Dos años después, escribo estas líneas. La foto se quedó guardada en mi móvil, esperando este momento. Le prometí que la publicaría.
Si usted ha llegado al final de Rey Blanco, ya comprenderá el esquema que dibujó Gómez-Jurado en aquella fría noche de noviembre con la colilla de su cigarro. Todo, absolutamente todo, estaba en su cabeza —y en los miles y miles de notas que hace antes de escribir, y que jamás veremos—.
No hay casualidad en lo que ha pasado con Reina Roja, con Antonia Scott y Jon Gutiérrez. Eso el lector ya lo sabrá. Si alguna aspiración me queda, al finalizar esta reseña imposible, es que usted relea los libros. Que observe cómo lo que va haciendo Gómez-Jurado roza la locura. Cómo infinidad de párrafos de la novela van recuperando situaciones y sintagmas, semánticas y símiles de sus novelas anteriores. Amplificando, multiplicando, reescribiendo y resignificando lo visto. Repitiendo, en algunas ocasiones, frases de otros libros que, recolocadas, adquieren un valor completamente distinto.
Nota aclaratoria: si alguien cree que repetir una frase empleada con anterioridad es autoplagio o indicativo de falta de ideas, le suplico que reconsidere muy seriamente esa opinión superficial y desinformada.
El esfuerzo necesario para hacer algo como esta saga —cualquiera que se haya puesto delante de un manuscrito lo sabe— es titánico. Ridículo, sobre todo porque creo que nadie, absolutamente nadie, se dará cuenta de ello.
El 99% de los lectores de Rey Blanco se limitarán a disfrutar una novela entretenidísima, que te vuela en las manos, cuya trama te hace estallar la cabeza, y cerrarla sin más al concluir, con una sonrisa.
Nadie valorará por qué las maravillosas ilustraciones de Fran Ferriz (uno de los mejores ilustradores de este país) son las que son, qué significado tienen y por qué se han colocado en las páginas en las que están.
Nadie valorará por qué Gómez-Jurado aborda un misterio de habitación cerrada al revés. Comenzando por el culpable y culminando en la habitación (algo que creo que no se ha hecho nunca anteriormente).
Nadie valorará por qué la disposición temática de los capítulos de Rey Blanco es la que es, una imagen especular de Reina Roja, a la inversa, desde el título del primero, “UN FINAL”, hasta el título del epílogo.
Nadie valorará que mientras se comenta cómo el autor salpica el texto con versos de Sabina o La Oreja de Van Gogh, realmente las está utilizando para hacer su juego de trilero con las decenas de referencias a grandes novelas, escenas históricas de la literatura y significados ocultos en objetos puestos en la escena aparentemente como atrezzo.
Eso sería complejo en una sola novela. Sería ambicioso en una novela literaria. Hacerlo en un thriller, en más de uno, dedicando una década, es un esfuerzo inconcebible e inédito. Y los riesgos, la incomprensión que afrontaba, las posibilidades de que saliese mal, eran demasiado altas.
De hecho, a todos los efectos, teniendo en cuenta el escaso número de personas que van a percibir el resultado y apreciar el esfuerzo literario escondido dentro del entretenimiento, ha salido mal.
Supongo que a él le da igual. Me explico.
El lector principal de Juan Gómez-Jurado entenderá por qué lo ha hecho. Ese lector no somos ni usted ni yo. El propio autor nos ha dicho, una y otra vez, que él escribe para una sola persona: para él mismo. Así que sólo nos queda agradecer que su principal lector sea un obseso perfeccionista rayano en el paroxismo.
Y recordar, la próxima vez que Gómez-Jurado diga que su único propósito es entretener, que este cabrón sin escrúpulos es un mentiroso profesional de la peor especie.
De la especie Mary Poppins.
De los que con un poco de azúcar te engañan lo bastante para que más de un millón de españoles (hasta la fecha) se metan entre pecho y espalda literatura de alto octanaje.
Por favor, no dejéis de comprarle sus mentiras. Salimos todos ganando.
Sed buenos.
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Autor: Juan Gómez-Jurado. Título: Rey Blanco. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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