Memorias descarnadas
Entré en las memorias de Concha de Marco con reducidas expectativas y, a decir verdad, con mayor interés por lo que pudiera decir de su marido, el escritor, historiador y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño, que por su misma personalidad. Poeta olvidada, ensayista ocasional y traductora, no suponía en ella un mundo mental tan denso, una capacidad de observación tan fina ni una memoria tan detallista y puntual. El resultado ha sido descubrir una escritura franca, con todos los riesgos que esto entraña, un montaje memorialístico de intencionada construcción, no un simple dejarse llevar por los vaivenes del recuerdo, y un desnudamiento interior impresionante por el modo de escarbar en las zonas secretas del corazón. Además de todo ello, el minucioso repaso autobiográfico se lleva a cabo con una reconocida voluntad de estilo. Salta a la vista en una prosa personal que evita las rutinas morfosintácticas académicas, aunque en ocasiones se deba a la condición del original de manuscrito conservado en unos cuadernos y no revisado por la autora para su publicación, lo cual explica también las repeticiones casi literales de páginas y páginas que quien ha transcrito el autógrafo con admirable dedicación, el profesor José María Martínez Laseca, no ha sometido a ninguna revisión textual por un exceso de escrúpulo.
Aparte de desnudar sin tapujos su intimidad («me estoy confesando a corazón abierto»), Concha de Marco habla tanto de ella como de Gaya Nuño, por lo que el libro vale a la vez por las memorias que el pionero e influyente crítico no quiso hacer. La voz de la mujer es también la del marido por la simbiosis que existió entre ambos; fusión en el modo de existir proscrito en la España franquista, en la agresividad con que afrontaron con razón la continuada injusticia de la dictadura, en un temperamento agrio y en una independencia por encima de todas las conveniencias.
Concha de Marco tuvo una existencia muy dura, dramática. Niña de la oscura España de provincias (nació en Soria en 1916), quedó a los dos años huérfana y vivió sometida a una tía y madrasta implacable. Estudió Ciencias Naturales en la universidad de Madrid y en un viaje a la ciudad natal conoció al que sería su pareja para siempre en 1936, el mismo año en que el padre del crítico fue ejecutado por los rebeldes y en que Gaya Nuño se incorporó voluntario al Batallón Numancia del ejército republicano en el frente de Guadalajara. En un permiso por una herida la poeta y el crítico se casaron por lo civil. Acabada la guerra y fiándose Gaya Nuño de la promesa franquista de que no habría represalias contra quienes carecieran de delitos de sangre, Gaya se entregó a los vencedores, pero fue condenado a veinte años de cárcel por, ya se sabe el ignominioso sarcasmo, auxilio a la rebelión.
Aquí empezó el viacrucis de la pareja. Internamiento de Gaya en sucesivos penales y trabajo de Concha de Marco en un colegio de Castuera, en Badajoz, donde la poeta tuvo una apasionada relación amorosa que cortó por seguir unida al historiador, con quien casó sacramentalmente en 1943, poco después de que el reo consiguiera la libertad condicional. Y a continuación la vida en un estricto exilio interior, ninguneado el matrimonio por el Régimen, impedido por las bravas el acceso de Gaya a la enseñanza universitaria (el ministro Ruiz-Jiménez, «sí, el líder demócrata-cristiano de la oposición actual», no le permitió opositar a una cátedra en 1954, ya cancelada la condena) y la dura supervivencia de unos desafectos que mal que bien fueron sobreviviendo con trabajos ocasionales.
Gaya murió en 1976 y De Marco en 1989. En noviembre de 1974 Concha de Marco comienza la redacción de sus cuadernos memorialísticos que ocupan cerca de quinientas páginas impresas. Tan considerable extensión conviene para acoger los distintos frentes sobre los que se proyectan los recuerdos: el sentir íntimo de la autora, la convivencia marital, las miserias morales y materiales de la España de posguerra y un largo censo de personajes de la época, algún político y muchos artistas y literatos.
Concha de Marco entra en su intimidad sin veladuras. Manifiesta rabia, rencor, ánimo justiciero, deseo puro y duro de venganza. Se subleva ante el propósito ajeno de ningunearla, a ella y a su marido. Da nombres concretos y el vocabulario no se para en corrección política alguna: «Son unos desgraciados, ignorantes, miedosos y cabrones». Es la furia de quien paga un precio enorme por la fidelidad insobornable a unos principios éticos y a una rectitud intransigente. Conmueve el sufrimiento de esta mujer firme y acorralada. Su escritura descarnada restalla como latigazos. E impresiona la relación con el marido.
Concha de Marco asume una sumisión completa respecto de Gaya Nuño. Pero no se trata de una entrega servil a la explotación del hombre tiránico sino algo mucho más complejo, una admiración que lleva a consagrar su vida al ser que considera excepcional. Y lo hace consciente, feliz en cierto modo de ese vasallaje que le rinde una persona lista y perspicaz. El sometimiento de la mujer al hombre entre matrimonios de escritores o intelectuales es un capítulo de la historia que necesita un buen estudio, sin reduccionismos, que vaya más allá del abuso de género, donde entrarían los casos conocidos de autores que firmaron con su nombre obras escritas por la esposa (Gregorio Martínez Sierra y María Lejárraga), las reticencias del hombre hacia la creatividad de su mujer que obstaculizarán su desarrollo y algo mucho más sutil que estas memorias explican con pormenor. De Marco se ofrenda conscientemente al marido para que el trabajo de éste fructifique, lo sacrifica todo, aficiones y gustos (ella inclinada a la música, él insensible; ella refractaria al campo, él entusiasta del vagabundeo rural), incluso el espacio vital en el modesto piso familiar, y se adjudica el papel de ama de casa común con dedicación absoluta a las labores domésticas (revelador el relato del aprendizaje de la costura para confeccionarle a él, y en segundo lugar a ella, prendas aparentes con trapillos). Las confesiones de De Marco aportarán a ese análisis histórico un material de altísimo valor.
La patria de otros —buen título, la patria usurpada por los vencedores, tomado del encabezamiento de uno de los cuadernos— es también un amplio documento de la España de posguerra, del vivir clandestino de los derrotados, de su estado de temor esterilizante, del sentimiento de humillación, de la precariedad económica, de la pobreza, del estraperlo… Todo ello se ha contado ya muchas veces, y si la autora no añade nada no sabido, sí lo recrea con una exposición vivaz y gráfica que se beneficia de la decantación de la propia experiencia. Lo que ya no resulta tan común en este orden testimonial son las referencias a personajes de época evocados con su nombre propio.
Concha de Marco hace un repaso puntilloso del mundillo artístico, creativo e intelectual durante la dictadura bajo la estela del oportunismo, la venalidad y la miseria moral. La lista amplísima de artistas plásticos y escritores refleja la corrupción de los creadores bajo el franquismo, con intrigas y sectarismos sin cuento. De Marco aborda tanto los hechos biográficos como la obra. Hace juicios de valor artístico de los pintores vanguardistas, de muchos de los cuales Gaya Nuño fue su promotor inicial. Menciona componendas de la crítica y la universidad. Abunda en datos indiscretos y en informaciones demoledoras. A Antonio Bonet Correa le hace un MeToo: el profesor y académico quiso abusar de ella con artimañas en una ocasión en que la poeta le invitó a su casa y más tarde corroboró que «metía mano a toda aquella que podía».
El mismo criterio sigue con los escritores. Con riesgo y radicalidad en sus valoraciones. Pone la poesía de Paca Aguirre (hace unos días reconocida con el Premio Nacional de las Letras) por encima de la de su marido, Félix Grande, a quien presenta en maquinaciones con Luis Rosales, y sobre éste recoge una de las especies sobre su relación con el asesinato de García Lorca: «El detalle es el siguiente […]: «Luis iba todas las noches desde el frente a dormir a su casa. La noche que se llevaron a Federico no fue»». Esta y otras muchas noticias solo se sostienen en la palabra de Concha de Marco, y nunca se podrán contrastar con la versión de los afectados o damnificados. En la nómina de más o menos malparados figuran en selección aleatoria José Luis Abellán, Aleixandre, José María Azcárate, Juan Barjola, Ramón Barce, Buero Vallejo, Camón Aznar, Cela, Cirlot, Pancho Cossío, Hierro, Julián Marías, Moreno Galván o Tierno Galván.
Los cuadernos donde dejó Concha de Marco sus recuerdos no llevan título. El editor ha agregado un subtítulo afortunado, Memorias de una mujer libre, pero que se queda corto. No solo libre, también ariscada, vehemente, deslenguada y visceral. Lo más molesto del libro es la empecinada manía de mostrar la peor cara del prójimo —todo el mundo es muy malo, con nada más dos o tres solitarias excepciones—, y la reiteración en presentarse ella y su marido como los buenos, víctimas de una confabulación. Tiene derecho a no olvidar ni perdonar, porque el matrimonio pagó carísima su lealtad republicana, pero la monotonía del rencor empaña la rotunda vivencia de un tiempo de silencio. Con todo, la memorialista hace un retrato de interiores a trozos impactante.
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Autora: Concha de Marco. Título: La patria de otros: Memorias de una mujer libre. Editorial: Cálamo. Venta: Amazon
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