Empezaba el verano de 2001. Yo había publicado mi primer libro, Umbral: vida, obra y pecados, en abril de ese año, el 23 de abril de 2001 para ser exactos, el Día del Libro. Pensé que era buena idea ponerme a escribir mi primera novela larga.
Creo que la verdadera dimensión de las cosas se revela, se nos revela, cuando pasan los años, a veces muchos años. Hacía tiempo que a mí me había llamado la atención, cerca de Mugardos, precioso pueblo muy próximo a Ferrol, el castillo de la Palma, en la misma ría de Ferrol, castillo que era famoso porque había custodiado a Tejero, en tiempos.
Ese castillo, en la otra orilla del castillo de San Felipe, lo vi al principio desde el mar, desde el barco de mi tío Carlos —lo recuerdo muy bien—, y luego en coche, con amigos. Desde que supe su existencia me llamó la atención y cuando me puse a escribir esta novela pronto tendría su papel, muy pronto, un papel de mucho protagonismo.
Le cambié el nombre, de La Palma a San Carlos, y lo convertí en ficción. Aparte de esto, lo transformé en una prisión con bastantes comodidades, una cárcel que lo peor que tenía era que privaba de la libertad. En esto no era diferente de la peor de las prisiones.
Un sacerdote muy querido para mí me dio libros propios de su ministerio. Creo recordar que me dio un pequeño manual para la confesión. Ahora tengo cerca de mí el Misal completo de la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), que también me regaló, y que me fue muy útil, porque en la novela hay por lo menos una misa completa, si no recuerdo mal. También hay, por supuesto, una confesión.
Compré Las sandalias del pescador, de Morris West, que creo que no tiene nada que ver con mi novela, pero que yo pensé, al tratar de la Iglesia, que me serviría para entrar en materia. Es una novela preciosa.
La mía la escribí en un verano, el de 2001, y algunos meses más, quizá hasta Navidades. Yo estaba todavía haciendo mi tesis doctoral, pero encontraba tiempo y ganas para trabajar en mi novela. Para mí era algo importante. Recuerdo que, como reza la dedicatoria, las primeras personas que lo leyeron fueron Luis Cabranes Gago y Sara Lucena Díaz, muy amigos míos. Luis Cabranes me hizo algunas recomendaciones sobre el texto, que creo recordar que seguí, al menos una de ellas, más importante.
Aquel verano fui visitando los lugares fundamentales de mi novela, para ambientarla, lugares de Pontedeume, el pueblo de mi padre, alrededores de toda aquella zona, y de la ría. Ahora recuerdo, por ejemplo, de asistir a la Cucaña de aquel año, en Pontedeume, para recrearla con fidelidad en mi novela. Ésa fue mi intención.
Decidí no escribir el nombre del pueblo protagonista de mi libro para darle más importancia literaria, para universalizarlo, si se me permite decirlo.
Ahora que echo la mirada atrás pienso que no tengo conciencia de haberla escrito con un gran esfuerzo, aunque sí con disciplina. Me salió un libro largo, pero sin querer, sin pretenderlo. Nunca pensé que estaba saliendo tan largo. Yo sólo escribí el principio, ese arranque tan espectacular, y luego me limité a seguir a los personajes allá donde me llevaron.
Este libro es de los que más han gustado entre los míos. Antes de publicarlo por primera vez en 2018 lo leí entero, y me gustó. Había dormido el sueño de los justos durante 17 años, si no llevo mal las cuentas. Decidí publicarlo porque me gustó en aquel momento; de lo contrario no lo hubiera hecho.
Creo que conserva, en su historia, que no tiene que ver especialmente conmigo, mucho de mi juventud, de mi mundo y de mi querida tierra gallega.
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Autor: Eduardo Martínez Rico. Título: Confesión. Editorial: Imágica.
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