En Confesiones de una mosca, libro de relatos breves de Julia Otxoa publicado por Menoscuarto, puede adivinarse un rasgo kafkiano, una herencia esperpéntica, destellos surrealistas y un humor satírico que nos aproximan a la literatura del absurdo. Ofrecemos el prólogo de la obra, de Luis Mateo Díez, y dos relatos de Julia Otxoa.
Prólogo, por Luis Mateo Díez
Fabulaciones actuales
A la soledad, que parece más una inducción que una opción, conduce una sociedad multicomunicada, en la que todos los artefactos tecnológicos contribuyen a la invasión permanente, a que no tengamos sosiego. La soledad puede ser ahora un límite del extravío, no una situación bienhechora, el acicate de una retirada del mundo que parece fruto de una derrota. Es una de las muchas cuestiones con que podemos enfrentarnos, no sé si una más. ¿Estamos más solos que nunca, más requeridos y contrariados y más ajenos a las cosas fundamentales mientras atendemos la inocuas llamadas, lo efímero de cada suceso e instante, la banalidad de la existencia?
En Las confesiones de una mosca que nos ofrece Julia Otxoa, una de las propuestas narrativas más inquietantes y sugerentes que he leído en mucho tiempo, los relatos, las fábulas, inciden en la dislocación y la extrañeza de este mundo invasor que nos ha tocado vivir. Este mundo que nos deja tan solos.
Y lo hacen en la clave simbólica que por la vía imaginativa, también fantástica, nos muestra algo parecido al otro lado del espejo, donde lo extraño y misterioso se hace tan turbador como asombroso, de modo que la ficción revierte en otro grado de conocimiento y percepción, en lo oculto y alarmante de ese mundo en que vivimos, de este tiempo de soledades arruinadas y desasosiegos inminentes.
Engaños, simulacros, farsas, extravíos, tienen mucho que ver en estas fabulaciones en las que desde lo real se deriva a lo irreal, en las que las percepciones convencionales, lo que es el día a día de nuestras rutinas y visiones, se precipitan hacia un caos sorprendente que sería como el revés de las mismas, lo que nos aguarda entre la evanescencia y el delirio.
Un mundo inquietante, una realidad menos consistente de lo que pudiéramos pensar, por muchos que sean los artilugios tecnológicos y las disipaciones posibles en tantos sueños o ensueños engañosos.
Los relatos de Julia Otxoa, en los que puede adivinarse un rasgo kafkiano, una herencia esperpéntica y, algo más allá, en su fértil imaginación, destellos surrealistas y un humor satírico que hasta puede llevarnos a la literatura del absurdo, como en el variado tamiz de algunas tradiciones narrativas entrecruzadas y que derivan en la escritura de la autora con renovada modernidad.
Las fábulas siempre abogan por una opción moral y los relatos fabulísticos de Julia Otxoa van dejando en el lector ese poso, que a veces alcanza alguna inesperada línea reflexiva, donde la conciencia de la escritura nunca está por encima del poder de la misma, pero sí es una conciencia enriquecedora, que ahonda el sentido de lo narrado, que nos conmueve pero también nos conmociona.
Corren tiempos de contradicciones y contrariedades, de exaltaciones y desánimos, de convulsiones y banalidades, y los relatos de este libro están a la altura de estos tiempos, quiero decir que son un modo de verlos, compulsarlos, reinventarlos para poder comprenderlos, que siempre será una manera más piadosa de padecerlos.
O de percibir la lucidez, tantas veces desazonadora, con que la ficción nos enfrenta con la realidad, con la vida. Una contribución brillante y gozosa, en su lectura, para que la soledad sea más llevadera.
Luis Mateo Díez, verano 2017
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El Escalado
Por Julia Otxoa
El escalador asciende sin cuerdas por la pared de roca, está solo, únicamente ayudado por sus manos que arañan cada mínimo punto de apoyo para seguir hacia lo alto. Es joven pero al cabo de una hora de duro esfuerzo la fatiga comienza a presentarse en una debilidad creciente en sus brazos, en los cada vez más frecuentes calambres de sus piernas que le ponen al borde de una caída que podría ser mortal desde esa altura y él lo sabe, pero sigue ascendiendo, aunque sus manos se equivoquen y se sujeten a puntos de apoyo que no lo son y las piedras soltándose de pronto le recuerden que está en el límite de sus fuerzas y que no fue buena idea venir sin cuerdas. Mira hacia lo alto, le quedan escasos metros para llegar, allí en el borde del despeñadero, asomados, esperando que caiga como antes lo hicieron otros escaladores, expectantes le observan una veintena de buitres, en sus fijas miradas ansiosas la espera del festín.
El escalador sabe que no hay esperanza, el próximo intento puede ser la caída, siente que las fuerzas le han abandonado y ahora ni siquiera tiene ánimos para seguir, tan sólo puede permanecer así sujeto en la pared vertical, agarrado a la roca hasta que los músculos aguanten. Bajar es imposible, ascender también. Entonces se acuerda de lo que tantas veces su padre le contó sobre la guerra en aquel lugar, de cómo en 1936 falangistas y requetés arrojaban, desde lo alto de este mismo Nacedero del Urederra en el que se encuentra ahora, a todos aquellos denunciados por “ rojos”.
Sí, él ha visto mientras ascendía los huesos de todas aquellas personas desperdigados por todas partes, mezclados con las piedras de las torrenteras, enredados entre las ramas de los árboles que surgen de la pared rocosa, cráneos, tibias, manos…. huellas blancas como actas notariales de un tiempo atroz.
Pronto sus huesos se mezclarán con todos ellos –piensa el escalador– tan sólo un instante antes de despertar convertido en buitre esperando ansioso junto con sus compañeros que ese diminuto escalador caiga al fin de una santa vez.
Oficina de empleo
Por Julia Otxoa
El hombre tras la ventanilla suplicaba trabajo.
Desde el otro lado le contestaron con cajas destempladas:
—A ver ¡Trabajo! ¡Trabajo! ¿Pero qué ofrece usted a cambio?
—El hombre suplicante era todo ojos.
—¡Mi tiempo! ¡El sudor de mi frente!
—No es suficiente, eso lo ofrecen todos… a ver qué más ofrece.
El hombre en busca de trabajo temblaba como un pequeño pájaro en medio de la nieve, pero sacó fuerzas de su necesidad y adoptando un gesto de dignidad, respondió:
—Tengo dos pulmones, puedo ofrecer uno a quien me dé trabajo.
—Bueno… eso ya es otra cosa …a ver, estudiaremos su caso… ahora a esperar la carta, la recibirá en breve, y apártese que hay mucha gente a la que debo atender ¡Que pase el siguiente!
Este tipo de cosas hizo que las oficinas de empleo pronto se convirtieran en un lugar insalubre, densas nubes de moscardones merodeaban constantemente entre las bolsas en las que se guardaban vísceras, ojos, piernas….de todos aquellos que buscaban trabajo.
Llegó hasta tal punto el caos, que ningún empleado era capaz de encontrar expediente alguno en el infecto desorden de carpetas, ficheros y restos humanos. Así que que a la Administración no le quedó otro recurso que adiestrar a perros olfateadores de expedientes y órganos humanos para agilizar las solicitudes de los parados.
Claro que los perros a veces se equivocaban y mordían con furia los órganos de los espantados funcionarios, con gran regocijo de los solicitantes de trabajo que al otro lado de las ventanillas eran legión de desdentados, tuertos, cojos, mancos y hasta desorejados.
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Autora: Julia Otxoa. Título: Confesiones de una mosca. Editorial: Menoscuarto. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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