Provocar. Escandalizar. Llamar la atención y captar el interés del lector desde las primeras líneas. ¿Hay algo que hoy pueda escandalizarnos? ¿No está todo suficientemente visto en la literatura y en la vida? ¿Qué mayor escándalo que las atrocidades cometidas por los nazis en el Holocausto? En el campo erótico nuestros maestros del siglo XX, Nabokov y Henry Miller, encontraron fórmulas en su tiempo, que incluso hoy en día provocan escándalo. Aun así, cuando terminé de escribir mi penúltima versión de La pasión de Alma, sabía que debía escribir un primer capítulo que consiguiera que el lector quedara atrapado por mi novela, por la novela de un dramaturgo con muchas obras estrenadas (más de veinte originales y más de veinte adaptaciones) y novel en la novela (salvo por una novela para niños publicada a finales del siglo pasado). Así que el primer capítulo lo escribí el último y comenzaba con un intercambio de wasaps casi a las dos de la madrugada entre un profesor y su alumna:
—Nati: 1.43: ¿Nunca te has acostado con una alumna?
—Javier: 1:45: No, por supuesto que no.
—Nati: 1:47: ¿Te doy morbo?
Por supuesto que llamaba la atención. Todavía hay asuntos y temáticas que pueden captar nuestro interés. Comencé a escribir la novela en un momento de profunda crisis personal. Necesitaba reinventar la vida, sentirme un pequeño dios creador de un universo erótico y amoroso, a la vez. De ahí que deliberadamente construyera dos historias paralelas que suceden en tiempos diferentes y que acaban confluyendo. Por un lado, una historia romántica (pero muy erótica a la vez) y de inmenso dolor por la ruptura, situada en los años de la movida madrileña, en torno al 23-F, entre un profesor maduro de universidad y su alumna de veinte años. Esta parte la escribí en tercera persona, con distanciamiento, y con un lenguaje formal, en el que evité expresiones malsonantes propias del encuentro sexual. La otra historia la situé en nuestros días, entre un profesor maduro de instituto y dos alumnas de dieciocho y diecinueve años, respectivamente, de segundo de bachillerato (esto tiene morbo porque he dado clases de Literatura de instituto durante bastantes años). Aquí el romanticismo apenas existe, es mucho más actual, pragmática, erótica y dura. Esta historia la narro en primera persona, aunque no soy el protagonista, para provocar proximidad con el lector. Me permito el lujo de convertirme en personaje de la novela en el presente. Además incorporo como personajes episódicos a amigos míos del mundo de la cultura, como el humorista gráfico José Gallego (la mitad de Gallego y Rey) y otros muchos…
Poco a poco la historia fue creciendo con la ayuda de varios amigos lectores, que tuvieron la paciencia de leer las diferentes versiones que fui escribiendo. Todos me hicieron críticas, que me ayudaron a mejorar. Lucía, una ex alumna mía del instituto, leyó la penúltima versión. Y me dijo: “Le falta un capítulo de sexo sucio”. “¿Qué quieres decir?” Le pregunté. “Sexo sucio, duro, fuerte, sin pudor en el lenguaje”. Escribí ese capítulo en la historia del presente. Pero no le acababa de parecer lo suficientemente sucio. Hasta que en un tercer intento superó la prueba de Lucía (con la que no he tenido relación alguna, por si alguien lo pensara). Gracias, Lucía. Es el capítulo 13 (“La fruta prohibida”). Sin su ayuda, no existiría ese capítulo. Una chica joven me enseñó y me guió. Una lección de humildad. Soy una persona positiva y cabezota, creo que nada hay imposible. Me propuse escribir mi primera novela, el sueño de mi vida, sobre todo de mi vocación juvenil y universitaria. Estudié Filología Hispánica y Periodismo para aprender a escribir novelas. Pero la vida me fue llevando, como a Charlot en Tiempos modernos, por otros derroteros sin yo quererlo. Empleé cuatro años, escribiendo casi todas las noches tres horas y dejando reposar la novela entre versión y versión un par de meses…
¿Qué hay de autobiográfico? Me han preguntado familiares y amigos. Ni yo mismo lo sé ni lo contaría de saberlo. Creo que mi vida carece de interés, pero la vida de mis personajes tal vez pueda aportar ilusiones, frustraciones, deseos, miedos, convalecencias, angustias… Decía Dámaso Alonso, en su poemario Hijos de la ira, como justificación a su criatura poética: “Tenía que escribir para sanarme”. Yo también tuve que escribir esta novela para sanarme. La escritura, la lectura, el teatro, la música, el cine, la pintura, las artes sanan el alma y nos ayudan a vivir de una manera más reconfortante nuestras vidas. Escribir para sanarme. Confieso que he vivido y que en mis obras puede leerse cuanto sé de mí, si es que realmente sé algo de la vida.
———————————
Autor: Eduardo Galán. Título: La pasión de Alma. Editorial: Éride ediciones. Venta: Todostuslibros y Amazon
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: