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Confieso que leo best sellers

Confieso que leo best sellers

En los años setenta me crié en una biblioteca casera hegemónica en libros de historia en la que no faltaban clásicos de la literatura, narrativa histórica ni tampoco novelas de autores como Frederick Forsyth, John le Carré, Agatha Christie, Vicki Baum, Pearl S. Buck, Dominique Lapierre y tantos otros. Autores de best sellers, claro. Mis padres los leían con fruición, sabedores de que una dieta literaria variada era fuente de salud intelectual, no empachaba y reportaba largas horas de placer a la luz de una lamparita. Durante mi adolescencia pillé cuelgues con los libros en rústica de Sven Hassel, Vázquez Figueroa, Mika Waltari, Julio Verne, Torcuato Luca de Tena y Robert Louis Stevenson. Crecí, al contrario que Oscar Matzerath (el protagonista de El tambor de hojalata), e incubé un largo desdén hacia los best sellers del que sólo amnistiaba a la novela histórica. Pero hace ya años, escaldado por el tiempo de disfrute perdido y expurgado de prejuicios, experimenté mi particular «retorno a Brideshead» y volví a meterme best sellers entre pecho y espalda. He disfrutado tanto que debe ser pecaminoso pasar horas embebido en ese tiempo sin relojes. Y es que no sólo de Anagrama vive el hombre.

"Atrás han quedado los años en los que algunos suplementos culturales solían acercarse a este tipo de literatura como los médicos de la peste en la Edad Media: con una máscara de pájaro."

Levantar un muro de Berlín entre alta literatura y literatura popular (la baja, la choni, dirían algunos) es una memez. El ninguneo del mercado y el desprecio del gusto mayoritario de los lectores es en la actualidad un anacronismo sostenido por el búnker de una intelligentsia residual. Considerar que el best seller nace con el pecado original de ser un libro de usar y tirar —como los pañuelos de papel—, es ya una concepción paleoliteraria. Sólo existe la buena y mala literatura. Un best seller puede colocarse perfectamente en el anaquel de los libros de calidad, aunque, claro está, hay best sellers etiqueta negra y otros de garrafón. Vayamos por partes.

Atrás han quedado los años en los que algunos suplementos culturales solían acercarse a este tipo de literatura como los médicos de la peste en la Edad Media: con una máscara de pájaro, un sobretodo de cuero y una vara de avellano para examinar a prudencial distancia. No ocupaban sus portadas ni eran objeto de números monográficos. Hoy los tiempos han cambiado y el gusto popular es objeto de habituales reseñas, aunque no menudean los análisis de calado. Por ello, merecen destacarse las reposadas reflexiones que en Zenda hizo Gorka Rojo: Los bestseller, ¿un placer culpable? y que, bajo el título La paradoja de Verne, continúa haciendo sobre esta narrativa.

Sergio Vila–Sanjuán. Foto: Jeosm

El mundo universitario español, al contrario que el de otros países, se ha desentendido tradicionalmente de este tipo de literatura, aunque en los últimos años alguna universidad la estudia sin complejos. Ahora bien, casi no existen estudios de rigor que analicen estos libros. Aun así, hay dos ensayos que merecen destacarse: El enigma best-seller (Ariel, 2009), de David Viñas Piquer, y Código best seller (Temas de Hoy, 2011), de Sergio Vila-Sanjuán.

"Sergio Vila-Sanjuán, lejos de concebir estos libros como un subproducto, un artefacto o mera pirotecnia literaria, empatiza con ellos."

David Viñas, profesor en la Universidad de Barcelona, con un estilo libérrimo, libre de corsés academicistas, se acerca a los best sellers tratando de desentrañar su misterio: qué los hace funcionar como cohetes en las listas de ventas. Elige un puñado de títulos y ofrece un listado de compuestos activos, como si los escritores, cual boticarios, cogiesen de los albarelos un poco de aquí y de allá para elaborar un medicamento universal curalotodo, o uno de esos linimentos milagrosos que vendían los charlatanes de feria. Viñas acomete su estudio como un científico que vivisecciona los best sellers, luego sutura y, con media sonrisa de suficiencia, anota lo que ve. El subtítulo de su ensayo es elocuente: Fenómenos extraños en el campo literario. Es como si esos librejos fuesen unos ovnis que abdujesen las mentes de las gentes sencillas o peor aún, de personas cultivadas.

Mejor armado intelectualmente es el trabajo de Vila-Sanjuán, cuyo subtítulo asimismo es una declaración de intenciones: Las lecturas apasionantes que han marcado nuestra vida. El autor (premio Nadal en 2013), debido a su sólida carrera como periodista cultural y escritor de novelas de éxito, no sólo conoce como nadie los entresijos del mundo editorial, sino que su ensayo es una introspección en el género del best seller realizada con un academicismo de una frescura desacostumbrada en los pagos hispánicos. Sergio Vila-Sanjuán, lejos de concebir estos libros como un subproducto, un artefacto o mera pirotecnia literaria, empatiza con ellos, tiene la habilidad de estudiarlos con perspectiva histórica y situarlos en sus respectivos contextos sociales y políticos, lo que ayuda a entender la trazabilidad de su éxito. Es una obra imprescindible para entender el mecanismo de relojería de esta literatura y para descargar la conciencia del sentimiento de culpa por leerla con fruición. Del vicio de deglutirla.


Definir qué es un best seller más allá de la archisabida etiqueta de libro más vendido no resulta fácil. Hay escritores especializados en ellos y otros que hacen incursiones en el género para probar fortuna pues, gozando previamente del apoyo de la crítica más ortodoxa, buscan vender más libros. Los lectores avezados, al husmear en las mesas de novedades de una librería, tienen un radar para detectar los best sellers. La sinopsis es crucial en dicho avistamiento. Leer las dos primeras páginas suele confirmar si están ante uno de ellos y si es de calidad o de medio pelo. Pues meter en el mismo saco conceptual a El nombre de la rosa y Las sombras de Grey o a Dan Brown y Stephen King es confundir el culo con las témporas.

"La prueba del carbono 14 para certificar que una novela no es un best seller es que se concentre en una escritura literaria y desdeñe contar una historia, que se desinterese de la construcción canónica del argumento."

El arquetipo de best seller es un tipo de libro que se lee con fluidez y que busca hipnotizar con una historia bien contada. Respondería a una de las inquietudes mejor ancladas en nuestra psicología: sentarnos alrededor del fuego y escuchar una narración que nos atrape desde el comienzo. Sería algo así como el reseteo literario de los narradores orales. Creo que su éxito y vigencia radica en ello, y que las técnicas para generar suspense, los artificios, las subtramas y la estructura más o menos clásica son algo accesorio.

La prueba del carbono 14 para certificar que una novela no es un best seller es que se concentre en una escritura literaria y desdeñe contar una historia, que se desinterese de la construcción canónica del argumento (planteamiento, nudo y desenlace) por considerar que es algo caduco, propio de escritores mediocres, anclados en los tiempos del daguerrotipo. Lo cual no quiere decir que no haya muchísimos best sellers de extraordinaria calidad literaria, por ejemplo Matar a un ruiseñor, El nombre de la rosa, la obra de Donna Tartt o muchas de las novelas de Simenon o Dennis Lehane (esta aparente paradoja descoloca a los puristas de la literatura). La simbiosis de una historia contada a la usanza tradicional y una bella escritura ya la consiguió, por ejemplo, Charles Dickens, escritor que gozó de masivo respaldo popular y que ha logrado el elogio de la crítica transgeneracional, convirtiéndose en un clásico muy vivo (los hay momificados) y demostrando que, en literatura, es posible la cuadratura del círculo. Por algo el creador de Oliver Twist es uno de los padres de esta literatura.

"Esta escritura en cinemascope facilita no sólo que estas novelas sean adaptadas al cine, sino que el lector esté acostumbrado a interiorizar las escenas literarias como si fuesen secuencias de una película."

Otra característica de los best sellers es su escritura visual: una narración cinematográfica que permite que el lector se monte su propia película conforme lee. Proyecta la cinta en su imaginación. Y ello por la indisimulada influencia fílmica en los escritores, los cuales normalmente piensan en imágenes a la hora de traducirlas en palabras. Esta escritura en cinemascope facilita no sólo que estas novelas sean adaptadas al cine, sino que el lector, al vivir desde hace décadas en una iconosfera, esté acostumbrado a interiorizar las escenas literarias como si fuesen secuencias de una película. Este proceso mental favorece de manera inconsciente la velocidad y comprensión lectora. Y en gran medida garantiza la satisfacción al terminar el libro. Cine y literatura se retroalimentan, son dulces caníbales recíprocos.

César Pérez Gellida. Foto: Jeosm

El ritmo trepidante, de clímax perpetrador de taquicardia, es uno de sus rasgos. Raro es el best seller en el que una parte sustancial de sus capítulos no alcanza velocidad de crucero lectora. La novela policial y negra y los thrillers históricos marcan hitos en este sentido: a veces su cadencia es de ametralladora. Basta con citar a la producción de Frederick Forsyth, John le Carré, Raymond Chandler, César Pérez Gellida o Santiago Posteguillo. En sus páginas hay una metabolización de las técnicas narrativas visuales de las películas de serie B de los años cuarenta y cincuenta y del esplendoroso cine negro hollywoodiense.

Los historiadores anglosajones suelen dedicar en sus libros un largo capítulo de agradecimientos en el que incluyen a los colegas que, a lo largo de varios años, han enriquecido el texto mediante el intercambio de pareceres, sugerencias o debates académicos. Asimismo, estos historiadores mencionan un largo listado de colaboradores, archiveros, documentalistas, estudiantes de doctorado y diferentes especialistas que les facilitaron datos a lo largo del tiempo y en distintas universidades y centros de investigación. Me encanta leer esos párrafos impregnados de pasión y amor por la profesión, pues además de traslucir el arduo trabajo investigador, dejan claro que en el texto final han colaborado en diferente medida muchas personas. No pocos autores de best sellers, para conseguir mayor verosimilitud, hacen algo similar, sobre todo los de trama histórica: consignan en los agradecimientos a quienes, en diverso grado, les ayudaron a solventar problemas técnicos o les aportaron valiosa documentación. Resulta curioso que estos escritores a veces sean criticados por esto, aduciendo que hacen acopio de información histórica, periodística o policial para sus obras, lo cual al parecer les resta autenticidad creadora…

A los best sellers se les suele achacar el facilón recurso a trucos para engatusar al lector y atraparlo: anagnórisis, personajes arquetípicos, dosificación del suspense, empleo del mito del viaje del héroe, omnipresencia de la intriga, búsqueda constante del entretenimiento y resaltar los aspectos positivos de la existencia humana a través de la lucha frente a la adversidad. ¿Y? Repito, ¿y qué pasa? ¿Acaso es malo, se comete algún pecado contra el intelecto o un delito de lesa literatura? Son herramientas artesanales propias de quienes dominan el oficio. Los autores de tragedias griegas fueron los primeros en recurrir a técnicas que incidían en los sentimientos codificándolas literariamente. Dickens, Alejandro Dumas o Víctor Hugo eran maestros en la dosificación de muchos de los recursos apuntados, y sus obras siguen enganchando a los lectores del s. XXI. Enganchar, verbo de connotaciones peyorativas para algunos en el mundillo literario pero que es el más conjugado por la comunidad lectora.

"Los best sellers nos proporcionan un entretenimiento de alto octanaje, vampirizan nuestra atención y perdemos la noción del tiempo al leer."

En el territorio de la ficción me pirran autores de escritura densa cuya lectura requiere lentitud, como si paseásemos tranquilos por verdes colinas. Paul Auster, Roth, Richard Ford, Colm Tóibín, Carrère, Echenoz o James Salter serían una gavilla entre ellos. Pero después de embaularme algo de John Banville necesito desengrasar con Benjamin Black, y como el escritor es una especie de «doctor Jekyll y mr. Hyde» todo queda en casa, pues compenso la apabullante intensidad literaria de Banville con la sugestiva prosa de Black y sus neblinosos ambientes dublineses. Así, los best sellers nos proporcionan un entretenimiento de alto octanaje, vampirizan nuestra atención y perdemos la noción del tiempo al leer. Esa placentera sensación la encuentro con Fred Vargas, Reyes Monforte, Patricia Highsmith, Philip Kerr, Petros Márkaris o el Ken Follett anterior a Los pilares de la Tierra (sus novelones del tamaño de sillares no me interesan). Con esos libros experimento un entretenimiento en estado puro, desacomplejado, y vuelvo a Ítaca, la gozosa patria literaria en la que vivíamos cuando éramos jóvenes y desprejuiciados.

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