Pasamos la vida soñando con que llegaremos al paraíso, y resulta que este está a nuestro alcance sin apenas alejarnos. El paraíso nos lo hacemos. En este caso, Olivia Laing (Chalfont St. Peter, 1977) nos expone que podemos construirlo formalmente, y que al irlo desarrollando es posible irse reconociendo uno mismo. El jardín contra el tiempo comienza hablando acerca de las dudas que uno tiene sobre sí mismo, sobre qué es lo que le construye, sobre qué es lo que uno construye, y termina convenciéndonos de lo importante que sigue siendo guiarse por utopías. Lo que cuenta es el grado de humanidad que uno pone en las actuaciones, tanto en la jardinería como en la escritura. Laing escribe con amor sobre lo que la enamora, y ese espíritu sobrenada constantemente el texto, que transmite una pasión que raramente se encuentra en la literatura.
Hay un proverbio chino que dicta algo así como que si quieres ser feliz un día puedes emborracharte, si quieres ser feliz un año puedes casarte, pero si quieres ser feliz toda la vida debes hacerte jardinero. En la jardinería, y en su hermano mellizo, la horticultura, Laing descubre el equilibrio en la soledad. La soledad, ya nos había advertido, es personal y es también política. Este ensayo afectará, por tanto, tanto a lo psicológico como al ser social que somos. Nos ayuda a caminar por la persecución del bienestar individual sin olvidarnos de la relación con los demás, donde se demuestra la bondad, donde se demuestra la solidaridad. El paraíso, al que intentan emular los jardines, es «un lugar perdido donde todas las necesidades estaban satisfechas y el dolor aún no se había inventado». Ese rasgo es el definitivo: uno sabe que está en el paraíso porque no siente dolor. Esa necesidad es personal y es universal, lo cual nos indica lo necesario que es este libro que nos anima a crear la relación apropiada entre seres de especies distintas.
Por el camino, Laing se adentra tanto en la historia de creadores de jardines y huertos como en las lecturas. Es cierto que la elaboración de estos paraísos obedece a necesidades, pero también a criterios estéticos. En realidad, lo que busca Laing es el sentido poético, la faceta ética y moral del arte. Se trata de entregarse a una actividad que nos ayuda a ser mejores. Esta actividad afecta al paisaje, y es en ese sentido en el que ella entiende el arte que, como en cualquier otra de sus expresiones, representa una terapia contra la fragilidad de lo real. Lo que será necesario es resolver esa dualidad que supone el cuidado de la naturaleza con su domesticación, que merecerá la pena, porque esa domesticación supone traer a la naturaleza hasta el hogar. Pero las inquietudes de Laing, como en toda su obra anterior, atañen también a la evolución del orden social. La evolución de las explotaciones agrícolas en los cinturones urbanos servirá para hablar sobre la formación de la clase obrera, por ejemplo. Hemos utilizado la palabra “evolución”, que es una de las claves de este hermosísimo ensayo. El jardín es un hogar, un encuentro de especies, y por lo tanto está vivo, está en constante cambio, está en gestión e impone el concepto de adaptación. Será la sensibilidad el termómetro que ella vaya aplicando a medida que penetra en el estudio de esta utopía: la creación o reelaboración del paraíso. Este libro nos demuestra que es posible la intromisión poética en el género del ensayo y, lo que resulta más inusitado todavía, que en los libros que se supone se han construido sobre todo con el pensamiento cabe la bondad.
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Autora: Olivia Laing. Título: El jardín contra el tiempo. Traducción: Lucía Barahona. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todostuslibros.
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