Hace una década, sin campaña mediática y pasando casi inadvertida, irrumpía en la bibliografía Contra Armada, del profesor Luis Gorrochategui (La Coruña 1960). Hoy está considerada una de las obras de mayor impacto historiográfico, al haber significado un antes y un después en el estudio de la Historia Moderna europea y haberse convertido en argumentario de peso en la valoración del poderío de la monarquía hispánica.
Cuando los historiadores hablamos de “obra definitiva”, consideramos como tal aquella que aporta todo lo que se debe saber y la investigación más puntera sobre determinado capítulo histórico. Y Contra Armada es, sin lugar a dudas, la “obra definitiva” sobre esta gran ofensiva marítima perpetrada por Inglaterra. Pero es más: el libro es también la gran “obra de referencia”, al haber sido la obra pionera y la que abrió la caja de los truenos de un falso relato tan consolidado. De hecho, todos los investigadores que a posteriori han escrito sobre el tema beben de forma ineludible del libro de Gorrochategui.
Agotada la primera entrega, tras ser traducida al inglés, la Editorial Crítica ha publicado estos días una cuidada segunda edición mejorada, corregida y aumentada. Los deslumbrantes elementos que entretejen esta obra despiertan controversia, pero tal vez lo más fascinante es que consiguen que un ensayo rigurosamente histórico se lea con el mismo magnetismo que la más apasionante novela de aventuras con resabios revertianos.
Las razones de la guerra angloespañola
Para situar Contra Armada, debemos contextualizarla en el desarrollo general de la guerra anglohispana de 1585 a 1604. Serían muchas y muy justificadas las razones por las que Felipe II, apodado El Prudente, soberano del Imperio donde no se ponía el sol, decidió invadir Inglaterra. Isabel I, “La Reina Virgen”, sentía amenazado su inestable trono por el gran poderío hispano y no escatimó en impulsar toda causa que pudiese menoscabar el dominio del rey español. Financió y envió tropas a los rebeldes holandeses y promovió tanto las incursiones piráticas contra las flotas de Indias como los ataques a los indefensos asentamientos españoles en las costas americanas. Asimismo, alentó la pretensión del prior de Crato al trono de Portugal, entonces en manos de la corona española.
Dentro de su país, la fuerza policial de Isabel perseguía cualquier atisbo de catolicismo, hasta el extremo de llevar al cadalso y decapitar a la católica María Estuardo, algo contra natura, dada su condición de reina. Las propias costas españolas sufrían ataques ingleses, y en sus violentas incursiones profanaban templos católicos y asolaban poblaciones.
Esta poliédrica tesitura espolearía a la monarquía hispánica a organizar un ataque masivo con una Gran Armada, Grande y Felicísima Armada, una gran operación naval y anfibia contra Inglaterra: la pérfida Albión. Su fin: derrocar a la reina Isabel. Felipe II jamás se planteó ningún tipo de dominio territorial, ni de conquista anexionista. El objetivo era político y geoestratégico: sustituir a la reina protestante por otra católica. Contaba para ello con el apoyo de la numerosa población inglesa que —hostigada— seguía profesando el catolicismo en una peligrosa clandestinidad.
Felipe II decidió que la expedición de castigo partiría de Lisboa rumbo a los Países Bajos, donde recogería a los Tercios españoles, que desembarcarían en las costas inglesas y emprenderían el ataque. Aunque bien diseñado, un cúmulo de factores hará que el plan fracase: la ambición y mala planificación del proyecto, la deficiente comunicación entre ambos jefes, Medina-Sidonia y Farnesio, la ausencia de adecuados puertos de embarque en las costas flamencas y las azarosas condiciones meteorológicas propias de una pequeña Edad de Hielo, contribuyeron a desorganizar la escuadra. La Gran Armada deberá retornar a la península bordeando las islas británicas. Pese a las grandes dificultades de la travesía, la mayoría de barcos y hombres lograrían regresar.
Era 1588. Aunque hoy se considere un episodio apócrifo, no deja de impresionar el contraste entre el pánico de los emisarios que transmitieron la noticia y la templanza del rey más poderoso del mundo, al encajarla con la implacable sentencia “no envié mis naves a luchar contra los elementos”. En el profundo convencimiento de haber sido escogido para llevar a cabo una misión providencial, Felipe siempre vería el designio divino en derrotas y en victorias, algo que le haría sobreponerse a los fracasos, y no pecar de soberbia al asumir los triunfos como propios.
Un año después de la invasión fallida, los barcos retornados del accidentado regreso de Inglaterra estaban siendo reparados en Santander. La reina Isabel decide aprovechar esta transitoria debilidad de la Marina española y pasar de inmediato a la ofensiva. Lord Burghley, su consejero, diseña un golpe cuya genialidad está fuera de toda duda: lanzar un gran contraataque con una enorme flota: la Contra Armada.
Este contraataque a Santander desencadenaría cual fichas de dominó un brillante plan que de haberse logrado hubiera cambiado el rumbo de la Historia Moderna.
a) Destruir de las naves españolas en su puerto de reparación.
b) España, ya sin flota en el Atlántico dejaría el mar expedito para conquistar Lisboa.
c) Portugal se convertiría entonces en el país satélite de una Inglaterra que, con esta nación bajo su dominio, desde las Azores podría capturar la flota de las Indias.
d) Inglaterra se convertiría en la nueva dueña del Atlántico, se prepararía para la usurpación de las rutas oceánicas abiertas por España, y se produciría el colapso del imperio.
Luis Gorrochategui estructura su argumentación dividiendo el libro en tres partes temáticas que exhiben distintos atractivos. Por un lado, manejar información desvelada por primera vez y por otro, incluir una extraordinaria reflexión final sobre lo que suponen los acontecimientos en el relato histórico de la nación.
La Gran Armada
La primera parte del libro desmonta documentalmente el mito y relato oficial de la «Invencible». Ni se hundió en aguas escocesas e irlandesas —solo perdió el 15% de sus barcos de guerra— ni la magnitud de la batalla de Gravelinas fue tanta. Los españoles sólo lamentaron un barco hundido y tres inutilizados, y no más del 7-8% de sus hombres resultaron muertos o heridos sumando todos los encuentros en el canal, y los ingleses, por su parte, vieron parte de su flota acribillada y desparejada. También sentencia que esta empresa no significaría en absoluto el comienzo del declive de la Monarquía Hispánica y el auge de Londres en el panorama internacional.
En relación con este apartado, al margen del exhaustivo detalle de las distintas operaciones en el Canal, ya tratadas en obras de otros autores, Gorrochategui resulta especialmente brillante al desvelar algunos aspectos desconocidos, como la percepción inglesa de que la Gran Armada era una fuerza tan formidable que Isabel, aconsejada por sus marinos, decidiera mantener movilizada a su flota, temerosa de que la Invencible, aún prácticamente intacta, atacase Inglaterra desde el norte. De hecho, la reina inglesa instó a las tripulaciones a que no volvieran a puerto hasta comprobar fehacientemente que estaban fuera de peligro.
El forzado enclaustramiento a bordo tendría consecuencias desastrosas, y los hombres, confinados en barcos sucios y malolientes, caerían víctimas de una peste virulenta. Los capitanes suplicaban una desmovilización, que sería desoída por Isabel y que llevaría a la muerte a más de ocho mil ingleses en las propias naves, compensando así, ya en septiembre de 1588, a las bajas españolas causadas por los naufragios en el viaje de vuelta de la Gran Armada.
La Contra Armada inglesa
Es la parte más extensa e importante del libro. Luis Gorrochategui se centra en la Contra Armada y su singular periplo frente a las costas de La Coruña y Lisboa.
Isabel I, carente de recursos propios, se había visto obligada a aceptar financiación privada para levantar una armada de semejante envergadura. El liderazgo fue bicefálico: Drake, conocido corsario, sería el almirante de la flota, y Norris, el general del ejército de tierra, ambos comisionados para captar armadores de toda Inglaterra.
¿Cómo les pagaría la reina? Con el botín que se obtuviese y otorgando cuantiosos beneficios para los participantes. No difería mucho de una expedición pirática, pero a una escala jamás vista. El problema, como comprobaría Isabel, “es que los piratas nunca se han destacado por ceñirse a los mandatos reales”, afirma el autor.
La flota zarpó de Plymouth el 28 de abril de 1589. Más de 180 barcos y 27.667 hombres. Más grande que la propia Invencible. Pero Francis Drake, ignorando las órdenes de Isabel, y movido por los intereses de los armadores privados, decide paradójicamente renunciar al primer y fundamental objetivo de la expedición: la destrucción de la Gran Armada en reparación. El ataque a Santander, aunque fuera coronado por el éxito, reportaría muchos riesgos —dada la orografía de la bahía— y ningún beneficio inmediato. Lo que demandan los inversores es ir a saquear sin más la riquísima Lisboa. Pero saltarse a la torera las órdenes reales no parece aconsejable. Así que se decide una opción intermedia: el ataque a La Coruña, una pequeña parada para justificar ante la reina no haber desembarcado en Santander por haber sido desviados por los vientos, y de paso “hacer caja”. Algunos investigadores en este punto habrían apuntado que la reina sí conocía el plan coruñés, algo que no se sostiene, en cuanto que no tiene ningún sentido en el plan general.
La Coruña era una plaza más fácil de tomar, y ocho mil ingleses se lanzan a la ocupación de la ciudad, esperando hacerse con un fácil y sustancioso botín para abrir boca antes de llegar a la próspera Lisboa.
Pero el gran Felipe II había fortalecido la costa, siguiendo el más avanzado diseño de la época. Había construido frente a La Coruña el castillo de San Antón, con una plataforma artillera de largo alcance para proteger la bahía. También había reforzado la muralla medieval. Además, 700 soldados viejos habían recalado en la ciudad y guarnecían, según órdenes reales, la plaza gallega, que estaba muy bien pertrechada de mosquetes, arcabuces, picas, pólvora y munición. Por otro lado, la población, al ser de realengo, contaba con unas entrenadas milicias locales: 560 arcabuceros y piqueros. Un total de 1.200 hombres que organizan una encarnizada defensa de incierto desenlace.
Así, sobre una ciudad de apenas cuatro mil habitantes, cargó la mayor armada de la historia de Inglaterra. Tras unas horas iniciales de lucha encarnizada, muerte y saqueo en la zona de la Pescadería —barrio de pescadores junto al puerto—, los supervivientes se parapetaron tras las murallas de la ciudad alta.
El día 14 los ingleses, liderados por el general John Norris y el antiguo pirata investido ahora de almirante Francis Drake, lanzaron una gran ofensiva para reducir al fin a los resistentes coruñeses. Los cañoneos de su artillería lograron abrir una brecha en uno de los muros, y los soldados se lanzaron a la conquista de la ciudad. Con los cadáveres de los defensores españoles ya amontonados en las calles y la insuficiente intensidad de la arcabucería para contener el avance enemigo, las mujeres entraron en combate con picas y espadas y, sobre todo, con una intensa lluvia de pesados adoquines, extraídos de la sillería de las casas, que, arrojados desde siete metros de altura, “causaron tal indecible quebranto en los asaltantes que, literalmente, los descalabraron vivos, obligándoles a retirarse” —escribe Gorrochategui—. Al lector le resultará muy llamativo en este deslumbrante fresco histórico descubrir el protagonismo de las mujeres coruñesas, todo un «formidable cuerpo estratégico de defensa» en el que emerge la singular figura de María Mayor Fernández de la Cámara y Pita, “María Pita”, mujer de armas tomar, que se enfrentaría al único alférez inglés que logra traspasar la muralla y al que da muerte. Este hecho histórico simbolizará el heroísmo de un pueblo que con valentía y sacrificio lucha por su país y el devenir de sus vidas. Así, María Pita se convertirá en un personaje identitario en la ciudad, y cuyo tesón tendría una trascendencia hasta ahora desconocida, al imbricarse en la cadena de acontecimientos más apasionantes de la serie de los enfrentamientos navales de la Historia Moderna Europea, y que contribuiría a asegurar el magno imperio de ultramar.
Paralelamente, una pregunta escalofriante discurre por las páginas del libro. Es la hipótesis de que, si la plaza gallega hubiera sido conquistada, ¿se habrían lanzado los ingleses sobre Santiago de Compostela y saqueado las reliquias del apóstol, el mayor tesoro votivo de la Cristiandad?
Drake, como Gorrochategui explica con precisión, abandonó La Coruña rumbo a Lisboa habiendo perdido 1.500 hombres y con varios miles de heridos. El periplo lisboeta de la Contra Armada es una de las partes más novedosas y singulares del libro. Por vez primera se narra con detalle las diversas operaciones militares que allí acontecieron, de ingente interés para los amantes de los Tercios, que hoy son legión y que se “relamerán” con su lectura.
Antonio de Avís, prior de Crato e hijo bastardo del Infante Luis, hermano de Manuel III, aspiraba al trono y había ofrecido, si alcanzaba el poder, pagar a Inglaterra cinco millones de ducados y un tributo anual perpetuo de 300.000 ducados de oro. También permitiría al ejército doce días de saco de Lisboa y quince pagas. Además Inglaterra mantendría, a su costa, guarniciones en castillos del país y podría fletar en Portugal armadas contra España. Por otro lado, don Antonio había anunciado que, nada más desembarcar en Portugal, el país entero se uniría a las huestes inglesas en un paseo triunfal hasta Lisboa, donde degollarían a la guarnición española.
El plan previsto consistía en un ataque frontal al estuario del Tajo, aprovechando viento y marea. Los castillos costeros no tendrían tiempo material de infligir daños a una flota de 180 barcos. Pero aun así Norris no se atrevió y desembarcó el grueso del ejército a 70 kilómetros de Lisboa, en Peniche, iniciando una dura expedición terrestre. Mientras, Drake esperaría con la flota en Cascais. Previeron una sincronización del ataque naval con el terrestre a modo de tenaza, que sería apoyado en su marcha a Lisboa por el gran ejército luso que se les había prometido, un contingente que nunca llegó, porque los portugueses jamás aceptaron al prior de Crato como legítimo heredero.
La estrategia española consistió en no desguarnecer Lisboa, sobre la que pesaba la amenaza del ataque naval, y mantener extramuros un número de compañías. Además, en esta ocasión, los ingleses no se enfrentarían a 700 soldados viejos de infantería española, sino a 5.000. Con ellos hostigarían al ejército de Norris desde el mismo momento del desembarco y cortarían las comunicaciones con la flota.
La víspera del Corpus, día elegido para su entrada en Lisboa, el ejército inglés sufrió una espectacular encamisada —ataque nocturno en el campamento, en el que los españoles, para no matarse entre sí, se ponían camisas sobre sus petos—, lo que ocasionó centenares de degüellos, con el gran impacto emocional y desmoralizante entre el contingente inglés. Tres días después, con Norris fuertemente atrincherado extramuros de Lisboa, el archiduque Alberto, virrey de Portugal, pasó a la ofensiva, aplastando al regimiento del coronel Brett, que muere con sus capitanes. «Había 5.000 Alatristes«, dice Gorrochategui. «El mejor ejército del mundo los deshizo: los dejó acercarse sometiéndolos a un desgaste permanente y, cuando los tuvieron donde querían, los atacaron con la fuerza necesaria para aterrorizarlos y hacerlos huir”.
Este ataque a Lisboa fue también cuidadosamente ocultado por las fuentes inglesas y sería todo un punto de inflexión de la Contra Armada. A partir de ese momento, el objetivo fue el de escapar con vida de Portugal y volver a Inglaterra. Norris huye en desbandada abandonando heridos, enfermos y lentos, dejando un reguero de muertos a su paso, un paso en el que Sancho Bravo ganará dos banderas en combate, que Gorrochategui encontraría siglos después en sus investigaciones, “arrumbadas” en una esquina de la catedral de Sigüenza, sin conocerse el extraordinario valor que atesoraban —y que el lector puede contemplar en color en esta edición de Crítica—.
Una vez derrotada, la Contra Armada zarpará, pero será atacada por las galeras de Bazán y Padilla, que hundirán varios barcos y se producirá la dispersión de la flota.
En el difícil viaje de regreso, un brutal brote de peste les dio el golpe final. El tifus y el hambre alcanzan su paroxismo, dejando literalmente los barcos sin tripulación y sin los mínimos hombres imprescindibles para la gobernabilidad de los buques. La maltrecha flota inglesa deberá hacer una parada de emergencia a medio camino. Lo hacen en la ría de Vigo, donde tras el inicial saqueo se sucede un contraataque español y 200 ingleses acaban ahorcados a la vista de Drake.
La llegada a Inglaterra fue otro gran varapalo. Los supervivientes, muchos de ellos apestados, saltaron de los barcos y la epidemia de extendió. En dos semanas morirán en Plymouth 400 vecinos. Alarmada, la reina prohíbe que ningún participante viaje a Londres. Siete que lo hacen para solicitar la paga son ahorcados sin compasión.
La expedición inglesa había perdido más de 80 barcos y 20.000 hombres. Las bajas de la Invencible se estimarían en menos de la mitad: 11.000 muertos y 35 naves destruidas, unas abultadas cifras en las que según Gorrochategui coincidirían fuentes inglesas y españolas, y que convierten a esta aciaga y desconocida expedición en la mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra.
La propaganda antiespañola
La propaganda antiespañola es un hecho histórico de grandes dimensiones, que llega hasta hoy. Ningún otro imperio ha sido sometido a este proceso. “No somos capaces de hacer historia en la que seamos los buenos”, ha afirmado el autor. “Las acusaciones que se vierten contra el imperio son la tapadera de sus grandes logros”.
Y es que la sorprendente ocultación de este desastre arranca desde el mismo momento que se produce. Al arribar Drake y Norris a Plymouth, envían emisarios a Londres para engañar a la reina y convertir la derrota en victoria. Isabel descubre lo acontecido, pero los felicita en público por el triunfo y sólo en privado serán castigados.
En esta segunda parte, Gorrochategui también reflexiona sobre la utilización isabelina de la propaganda como potente arma de guerra que desfiguró de los hechos acontecidos en 1588 y 1589, una hábil estrategia que tendría su epicentro en Ámsterdam, donde libros, folletos y diatribas de toda índole se traducían, publicaban, y repartían a gran velocidad. Cualquier cosa valía con tal de atacar a la católica monarquía hispánica. Inglaterra lanzó una campaña de propaganda de grandes proporciones: panfletos, imágenes, canciones y poemas, cuadros, monedas, “hojas volanderas” repartidas por los agentes de la reina y los presbíteros anglicanos por toda Europa. Se catapultó —hasta hoy— el escarnioso epíteto de “la Armada Invencible” ideado por Burghley, y su poderoso legado no sólo fue hábilmente manipulado por Isabel I y su entorno, sino que lo seguiría siendo por sus sucesores, artistas, publicitarios e historiadores, y por políticos británicos durante los últimos cinco siglos.
El autor matiza la intencionalidad de la documentación. «El carácter de la documentación inglesa es laudatorio, exculpatorio, literario, exaltador de Inglaterra, de la Corona y de los protagonistas de cada jornada». En la documentación española, sin embargo, «prima la transmisión de información». Tan detallados y minuciosos son sus registros que siguen asombrando a día de hoy a los historiadores británicos.
La derrota de la «Armada Invencible se convertirá en el gran hito del nacionalismo inglés, que se extrapolará a todo el mundo anglosajón. De entonces hasta hoy, una pléyade de historiadores ingleses y una multitud de hispanistas desde Julian Corbett hasta Geoffrey Parker se han lanzado entusiastas a la glorificación nacional de un hecho asumido acríticamente como verdad indiscutible, una falsedad consolidada por el desconocimiento, la apatía y desinterés de los historiadores españoles y en el peor de los casos por la propia asunción de la Leyenda Negra en el ámbito universitario, literario y cinematográfico.
Las posibles consecuencias
Aparte de las bajas ya comentadas, la gran consecuencia de estos hechos sería su gran alcance estratégico: Isabel I perdió su momento histórico para forjar un imperio americano, y el tratado de Londres puso fin a la ayuda que prestaban a los rebeldes holandeses y a los ataques piráticos, muchos financiados por la propia Corona, que se abalanzaban sobre los territorios hispanos. Se vuelve al statu quo inicial: el poderío máximo de la monarquía hispánica.
A escala planetaria, y hasta nuestros días, se plantea por primera vez la transcendencia de la derrota de la Contra Armada. Su éxito hubiese hecho factible la penetración anglo-holandesa en los territorios americanos de Felipe II. A corto plazo, Brasil revertiría en manos inglesas, dadas las cláusulas firmadas entre el prior de Crato e Isabel. Se diluiría la herencia ibérica en Iberoamérica, y la poderosa realidad de las centenas de millones de personas que hoy hablan español.
Desarrollo ulterior y epílogo: la Batalla por el Relato
La tercera parte del libro trata del desarrollo ulterior de la guerra hasta la paz de 1604: la recuperación de la marina española y la consolidación de sus rutas oceánicas. Tras ella, Gorrochategui escribe un espectacular epílogo de gran altura intelectual donde reflexiona sobre el sorprendente hecho de que este episodio, imprescindible para comprender la presencia hispánica en el mundo, haya quedado oculto en la historia. También el autor saca a la palestra el presentismo como sombra que gravita en la historiografía.
Con un hábil juego de palabras Gorrochategui afirma: «La Historia en su origen es un relato. Así comienza Heródoto. El relato es intrínseco a la Historia”. Y el relato de la derrota de la Armada Invencible y la omisión de la Contra Armada es obra de la propaganda inglesa. «El que gana el relato, lo gana todo. Lo demás es irrelevante».
Y es que un monto colosal de tergiversaciones, informaciones ocultas o simples patrañas han oscurecido el empeño español, al mismo tiempo que se abrillantaba la esforzada actuación inglesa, construyendo una leyenda de orgullo nacional. Inglaterra se lanzó a construir su relato histórico sobre la victoria de 1588 porque lo requería, estaba naciendo. Un relato brillante, donde la verosimilitud es casi lo de menos. Lo importante es su impacto emocional. Por otro lado, se oculta el ingente fiasco de la Contra Armada, que cambia el signo de la guerra anglo-española. De ahí el ambicioso subtítulo del libro: La mayor victoria de España sobre Inglaterra.
Una prodigiosa aventura
Contra Armada no sólo tiene un gran valor historiográfico. Su argumento y atractivos personajes mantendrán atrapado al lector, que a la vez se verá recompensado con la inmersión rigurosamente histórica en una prodigiosa aventura que cambiaría el rumbo del mayor imperio de la Cristiandad. Asistirá a enfrentamientos y decisiones, y disfrutará de una extraordinaria epopeya que transcurre de Lisboa a Madrid, de Londres a La Coruña, de Plymouth a Compostela o de Sevilla a Vigo.
Felipe II e Isabel I, pasando por Alejandro Farnesio, Medina Sidonia, el prior de Crato, el bastardo felón, Essex, amante de la reina, arzobispos, maestres de campo, embajadores, capitanes, piratas y “alatristes”, entre otros muchos personajes, entretejen una atmósfera de incertidumbres y certezas, con deliciosos resabios de Dumas propios de la vibrante novela de capa y espada. Es una obra jalonada de datos fehacientes, pero tan dotados de aventura y pasión que parecen fruto de la elucubración. La trama se construye sobre un fascinante mosaico poliédrico compuesto por señores feudales gallegos y sus vasallos, mil aguerridas coruñesas que transforman murallas medievales en gigantescos parapetos para la artillería y que combaten con petos, picas o las espadas de sus maridos muertos, un sinfín de traiciones, engaños, ambiciones, espionajes, hogueras en la Torre de Hércules, barcos fantasma, saqueos, sangrientas «encamisadas» y pestes virulentas y un recuerdo-homenaje a las brillantes personalidades y soldados anónimos, tanto a los valerosos españoles que navegaron en la Gran Armada, como a los que lucharon en Galicia y Portugal por su rey y su Dios.
Afortunadamente, en los últimos tiempos, se está efectuando en Europa una revisión crítica de este capítulo histórico del que fue pionera la obra Contra Armada. Los conocimientos históricos en Gran Bretaña han estado controlados y utilizados por el poder, y por ello el estudio de Gorrochategui ha supuesto un gran varapalo para la conciencia histórica inglesa. Bloomsbury editaba The English Armada. The Greatest Naval Disaster in English History en 2018, y en 2020 la BBC filmaba en La Coruña el documental que confirmaba que cuatro siglos después la realidad de los hechos en torno a los dos fallidos episodios enterraba la versión impuesta por la propaganda isabelina y sus seguidores.
Además del revulsivo historiográfico, Contra Armada es un libro necesario, por su visión imparcial, documentada y antinegrolegendaria sobre nuestra historia y la historia del mundo. Son unos hechos que han construido la identidad anglosajona, pero que han tiznado tanto la perspectiva europea hacia España como nuestra propia autoestima como sociedad, un estigma que, sin duda, este libro contribuye a mitigar. Pero tal vez en la tesitura actual, el valor ético de Contra Armada es el de espolear la conciencia de que es imperioso recuperar para las generaciones venideras la realidad y el orgullo por nuestra Historia. Como sentencia Gorrochategui, “La batalla por el relato ha de ser nuestra nueva estrategia. ¿Nuestra gran aliada? La verdad histórica».
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Autor: Luis Gorrochategui. Título: Contra Armada. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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