Hace medio siglo defendía Juan Goytisolo con el ardor habitual en él que la picaresca era el genuino modo de nuestra narrativa. En contra se puso el sector más conservador de nuestra cultura, que sostuvo lo indeseable de enaltecer un modelo cercano al lumpen. En verdad, el esquema picaresco supone un modo muy valioso de acercarse al mundo y de recrear el difícil destino de los humanos. Más si, como ha solido hacerse, se atempera en el arquetipo la ganga sociológica que suele llamar la atención más que otros factores. Por eso la picaresca ha tenido presencia reiterada en nuestra narrativa. Y ese es el fondo, con las modulaciones que se quiera, sobre el que Santiago Lorenzo levanta Tostonazo.
Al servicio de esta ideación genérica pone Santiago Lorenzo sus buenas dotes imaginativas, que no tiran hacia el fantaseamiento sino hacia el testimonio, aprovechando, en parte al menos, su propia experiencia personal. Hombre del mundo del cine, del que ha renegado tras haber salido decepcionado de los intereses y martingalas que lo rodean, la primera ocupación que adjudica a su personaje es la de “meritorio de producción” en una película. Habiendo renegado Lorenzo de la vida urbanita y habiéndose refugiado en una aislada aldea segoviana, de donde salió su divertida y exitosa novela anterior, Los asquerosos, le coloca al protagonista, en su segundo y último curro, al cuidado de un anciano en una mortecina ciudad castellana.
Santiago Lorenzo es un narrador nato y le gusta contar historias. Por eso ambas sencillas peripecias tienen interés y mérito por sí mismas. El empleo del protagonista como chico para todo en la película bebe en una cualidad del autor vizcaíno, su buena mano para la sátira que ya demostró en Los huerfanitos. Incluso Tostonazo tiene bastante de reescritura de esa segunda novela. La sátira se centraba hace una década en el mundillo teatral, aunque el tono de farsa de la historia apelara más a la pura creatividad que al documento de las entretelas del arte de Talía, y ahora se vuelca en el séptimo arte. El desmontaje de las rutinas de la producción cinematográfica, desde los guiones hasta los aspectos técnicos y sin olvidar al director y a los actores, está lleno de ocurrencias, de burlas, de observaciones intencionadas, de gracia y desenfado, también de crítica en el límite de la denuncia. Supongo que algo hay, además, de relato en clave que los profanos nos perdemos, en perjuicio de disfrutar de denuncias incisivas. También, me parece, contiene la novela un homenaje al cine a través del sentimiento intenso del protagonista, que vive como una honda vocación. La buena disposición del chico se frustra y tiene que abandonar un proyecto vital ilusionante.
El recambio a ese empleo precario, forzado, está en atender, como ya he dicho, a un remoto pariente, anciano y cascarrabias, en Ávila. El tono narrativo conoce en esta segunda parte un gran cambio. El patetismo sustituye a la burla. La indagación intimista, no poco tributaria del análisis psicológico, desplaza a la visión un tanto exterior de la realidad. Y apenas se hallan gracias y episodios divertidos. No es menos interesante esta parte que la primera. Es distinta. Encontramos un retrato humano, el del viejo, muy atractivo y, dentro de su carácter esquemático degruñón irredento, no poco complejo.
Maneja Lorenzo Santiago dos historias muy diferentes, pero no monta con ellas un relato disperso y fracturado. Ambas tienen un sostén común, el rasgo que señala el título y que caracteriza a los respectivos personales principales, que son prepotentes, despectivos y metomentodo; un tostonazo de personas. En la primera parte, el pelma es un tal Sixto, entremetido que enmienda a todo el mundo en el proceso de la filmación, al director, a los guionistas y a los técnicos. Y siempre con adversos resultados. El autor retrata a un impertinente cabal, que, sin embargo, suscita cierta admiración en el narrador.
Un simple nexo conecta esta parte con la siguiente, aunque nada impida dar una impresión de relato separado. Sí hay una calculada graduación en los personajes. Se pasa del botarate al tipo borde. En Ávila se agregan situaciones cotidianas con el viejo, el (presunto) viudo Pacomio, y se explaya el carácter ofensivo de un reaccionario de cartilla. También se abre una puerta a la esperanza por el encuentro con un forastero. Fallido este proyecto de aires quiméricos, el narrador, cansado del viejo atrabiliario, marcha a Teruel y aquí se pone a redactar al libro que leemos.
El protagonista desarrolla, por tanto, un aprendizaje de la vida. Supone una resignada aceptación del fracaso (“Fracasar es una experiencia gourmet al alcance de todos los bolsillos”, escribe el narrador). Pero también un barojiano ejercicio de voluntad. El protagonista padece un complejo de inútil pero le contrapone la mística de la lucha por las ilusiones. Aquí está la propuesta del libro. En perseverar en los anhelos. En hacer realidad los sueños contra las propias inclinaciones.
Santiago Lorenzo trata este asunto con una mirada llena de comprensión sobre los personajes. No se ceba en ellos como haría un moralista. Inspiran piedad. El propio desenfado expresivo del relato y su prosa conversacional propician un acercamiento cordial. Sin falsas pretensiones filosóficas, y por medio de unas historias tan ocurrentes y amenas como tristes, invita a buscarle un lenitivo a las dificultades que plantea el mundo. Y parece que es posible encontrarlo. Una novela, pues, inusualmente positiva, optimista o esperanzada.
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Autor: Santiago Lorenzo. Título: Tostonazo. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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