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Contracorriente y otros versos cantineros

Contracorriente y otros versos cantineros
Contracorriente
Nos gusta pensar en contra
       en pies y manos cadenas.
Que nos zambullimos en aguas
       sin interesarnos hacia dónde llevan.
       Solo nadamos.
                     A contracorriente.
En contra de lo que dice la gente.
Mejor hundirse hasta el fondo,
          que entender las razones ajenas.
Que son muchas las nuestras
          y mucho más pesadas las penas.
         Solo nadamos.
                 A contracorriente.
Lo que importa es pensar diferente.
Sin aire en los pulmones,
            enterrados vivos en la arena.
Que es mejor morir ahogado
            que ser parte de la colmena.
            Solo nadamos.
                    A contracorriente.
Muy muertos pero muy inteligentes.
Platontónico
El amor a primera vista, qué estupidez.
No se sabe que es menos racional, enamorarse sin querer o enamorarse sin poder.
¿Qué clase de persona se enamora sin poder?
Los estúpidos, claro, porque hay nada que detenga a un estúpido enamorado.
Volvamos al principio, al comienzo del final, cuando me di cuenta de que todo había terminado sin comenzar.
Fue hace tanto tiempo que no hay nada que me impida recordar. Iba de visita, sin invitación, una cerveza, puede que fueran dos.
No había nadie enfrente, enfrente estaba dios. De mujer disfrazada, sonreía fácil, como si la paradoja no le costara.
No te lo he dicho, estaba detrás de una barra. Y yo al otro lado, tratando de que no se notara.
―Y tú, ¿qué tal? ―dijo.
―¿Qué tal si te raptara? ―pensaba yo.
Presa para siempre en mi cama. No quise, decencia bizarra, imaginármela desnuda,
        de piel encerrada en mis sábanas, queriéndome de frente dándome la espalda.
                No, no lo hice, no tuve arrojo, no fui tan valiente como para dejar de mirarla
                           furtivamente
                                   a los ojos.
Y yo, cazador de tesoros, esperando a que se hundiera aquel galeón de sonrisa perpetua y caducos…
              Caducos mis deseos y mis antojos.
              Mi angustioso amor plantontónico.
Lo siguiente fue el tiempo.
             El que tardé en empeñarme en olvidar qué habría pasado si no fuera como soy,
             un necio de vida somnolienta, cuestionando mis débiles latidos,
             mi moribunda hace mil años enterrada gallardía, y acorazarme frente a ella para decirle eso que sentía.
             El que invertí estando cerca, a millones de kilómetros de su cerca,
             cercado, pensando en que pasado mañana el destino me hiciera el favor de naufragar entre sus piernas.
Y aquí sigo, varado en mi estupidez.
                      Plácidamente.
Balanza
Cepillándote una y otra vez tu rubia y larga melena, vibrando al ritmo de consoladores con pilas nuevas,
bebiendo el sudor de los que caminan arrastrando cadenas, acariciando tu sexo bajo el influyo de la luna llena,
abriéndote paso a machetazos porque solo ves maleza, bañándote desnudo en piscinas de semen de ballena,
riéndote de tu padre cuando tu madre se empeña.

Así se vacían las almas

y los cuerpos se llenan.

Sonriendo como una zorra el día que llamaste zorra a tu mejor amiga,
haciendo creer a tus hijos que lo único importante es el día a día,
bebiendo Coca Cola como su fuera tu única fuente de energía,
justificando tus miserias en la miserable justicia divina,
admirando profundamente a los que siempre te ven pero nunca te miran,
confundiendo sus necesidades con las tuyas y las mías.
Así se llenan los cuerpos

y las almas se vacían.

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