Coriolano en el Cáucaso

Retrato de Alejandro Dumas (padre), de Gaspard-Félix Tournachon (Nadar).

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

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De manera sorprendente, este nuevo Coriolano trazó los planes más funestos para abalanzarse sobre su propia aldea, aquella en la que aún residía la que antaño fuera su familia. El propio renegado se adelanta horas antes del ataque para examinar las defensas de la aldea, allí encuentra a su esposa e hijos aún pequeños. Entonces se opera un abrupto cambio en su ánimo, ante la presencia suplicante y desamparada de los suyos, y al igual que si fuera el célebre caudillo romano comandando a todos los pueblos montañeses enemigos de su patria, ecuos volscos y hérnicos, de repente, confiesa todos los planes para el asalto de aquella minúscula Roma del Cáucaso, aborta su ataque y se entrega para ser juzgado no sin antes haber hecho pública confesión de sus crímenes y haber pedido perdón por ellos.

A mediados del siglo XIX Alejandro Dumas emprendió un viaje no exento de riesgos por “el Cáucaso salvaje”. Acompañado por un intérprete y un amigo artista, pasó entre los ríos Kuban y Térek adentrándose en los territorios irredentos que estaban en lucha siempre contra los rusos. Escoltado por cosacos gracias a los salvoconductos expedidos por las autoridades, entra en el mundo de clanes chechenos, bandidos armados, aldeas cosacas fortificadas y guarniciones rusas de avanzada en un entorno que al gran autor no deja de recordarle a la América salvaje de las novelas de Cooper.

Dumas no deja de escuchar historias extraordinarias de la vida en aquellos rincones que un día contemplaron los dolores de Prometeo. Sus interlocutores proceden del variado paisaje humano que sale a su encuentro, los habitantes de las guarniciones, los cosacos, los oficiales rusos y sus esposas. Con ellas, y precedido por la fama que gozaba el autor de El Conde de Montecristo y Los tres Mosqueteros, mantiene ilustrativas conversaciones sobre la vida en la frontera. Más allá de lo que le cuentan, no tarda él mismo en ser testigo de sucesos extraordinarios. Fuera del ambiente doméstico de las esposas de oficiales, el mundo de las mujeres cosacas es bien distinto, más cerca de las amazonas guerreras, como ocurre en una aldea fortificada asediada por bandas chechenas y defendida con éxito a sangre y fuego por madres y esposas ante la ausencia de sus maridos. En la misma aldea visitada por el autor tiene lugar, coincidiendo con su llegada, la ejecución de un renegado cosaco que se había pasado al enemigo, convertido en caudillo temido en la stanitsa, un jefe de armas importante y tanto más despiadado cuanto que había abandonado a los suyos por acaudillar bandas de montañeses y caer sobre las aldeas cosacas.

"Las autoridades de la aldea no pueden sino condenar a muerte a quien tanto sufrimiento y dolor había causado previamente, pero ante su heroico comportamiento le fue concedida una muerte digna, y antes de caer fusilado pudo recibir el reconocimiento de aquellos quienes desearon rendirle un último homenaje"

De manera sorprendente, este nuevo Coriolano trazó los planes más funestos para abalanzarse sobre su propia aldea, aquella en la que aún residía la que antaño fuera su familia. El propio renegado se adelanta horas antes del ataque para examinar las defensas de la aldea, allí encuentra a su esposa e hijos aún pequeños. Entonces se opera un abrupto cambio en su ánimo, ante la presencia suplicante y desamparada de los suyos, y al igual que si fuera el célebre caudillo romano comandando a todos los pueblos montañeses enemigos de su patria, ecuos volscos y hérnicos, de repente, confiesa todos los planes para el asalto de aquella minúscula y arcaica Roma del Cáucaso, aborta su ataque y se entrega para ser juzgado no sin antes haber hecho pública confesión de sus crímenes y haber pedido perdón por ellos.

Las autoridades de la aldea no pueden sino condenar a muerte a quien tanto sufrimiento y dolor había causado previamente, pero ante su heroico comportamiento le fue concedida una muerte digna, y antes de caer fusilado pudo recibir el reconocimiento de aquellos quienes desearon rendirle un último homenaje, entre ellos familiares de cosacos asesinados por el renegado, pronunciando ante él, ritualmente, la misma o parecida frase de perdón: “Mataste a mi hijo, a mi marido, robaste mis caballos, quemaste mi casa… pero como Dios te ha perdonado, así yo también te perdono”. Sobrecogido por esta presencia de ánimo, por esta virtud sacada de tiempos antiquísimos que brillaba tanto más cuanto que había nacido en un mundo sin piedad donde la vida humana valía poco, abandonó la stanitsa el célebre escritor para proseguir su camino por aquella tierra tan bella como inmisericorde y cuyas cumbres sirvieron de prisión al más poderoso de entre los titanes.

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