Lluís Alabern había escrito varios ensayos sobre su gran pasión: correr. Pero cuando alcanzó los cincuenta años destruyó todo ese material y empezó de cero. Como él mismo dice, decidió dejar de perseguir el sueño de convertirse en Ahab para aceptar que su auténtica identidad era la de Ismael, “el narrador que sobrevive”. Ahora, después de semejante proceso interior, publica Breviario del viejo corredor, un ensayo breve en el que reflexiona sobre el arte de correr, y también de dibujar, y de perderse, y en definitiva el arte de vivir.
En este making of Lluís Albern cuenta el proceso de construcción de Breviario del viejo corredor (Siruela).
***
Al poco de acabar los estudios de arte y arquitectura, a principios de los noventa, quería ser performer. Tenía mucho que ver con querer inmiscuir el cuerpo en lo circundante, en las estructuras, una forma de cuestionarlas desde dentro. Con el tiempo fui abandonando esa idea, y cambiándola por una apuesta por la invisibilidad. No se me ocurre mejor manera para acabar con cierto modelo de arte y sociedad que empezar por ir contra uno mismo. Fui performer por convicción, dibujante por vocación, corredor de caminos por inercia. Me dediqué a buscar la manera de hacer un arte leve que no dejara rastro.
Un anciano corredor de 60 años (es decir, diez años mayor que yo al escribir el ensayo) sigue corriendo a pesar de los achaques y reflexiona sobre sus periplos por los bosques, sobre su manera de hacer arte casi sin hacer nada. Escribe, con referentes como Thoreau, Gary Snyder, Ana Mendieta, Felicien Rops, una suerte de manual disruptivo mientras le reclama a los días la posibilidad de volver a ser salvaje. Un viejo libertario, que cree en las pequeñas comunidades que restablecen lazos con la naturaleza, que no quiere renunciar a cierta cuota de libertad, que ve envejecer su cuerpo nervudo.
*
Escribo tachando mucho, reduciendo los textos hasta que parezcan dibujos. Breviario del viejo corredor es una performance, un texto que palpita al ritmo del trote, un dibujo monocromo que resigna en blanco grandes áreas del papel.
Escribo y dibujo desde la infancia. Colaboré muchos años en prensa escrita (El Mundo, El País, Lateral, El Viejo Topo…). En paralelo, fui construyendo una carrera profesional vinculada a la arquitectura efímera de los museos. Todas las semanas salgo a trotar dos o tres veces por los bosques colindantes a las ciudades en las que vivo. Escribí un par de ensayos sobre todo esto. Pero al cumplir los cincuenta, asqueado por mis mediocridades, destruí los manuscritos. Me liberé. Quería ser nietzscheano, como el capitán Ahab, ser un artista desbordante capaz de llevar la pulsión hasta las últimas consecuencias. La ballena me derrotó.
Unos meses después de haber tomado la drástica decisión, volvió a mí el prurito narrativo. Casi de un tirón escribí, entonces, Breviario del viejo corredor. Entendí que no era Ahab, sino Ismael, el narrador que sobrevive.
Escribo casi en cualquier sitio. Siempre llevo encima cuadernos de notas y bocetos. Me agrada dejar que los aforismos me asalten en una cafetería, en el viaje en tren, entre conversaciones laborales, en cualquier tertulia con amigos. Luego expelo en el ordenador todo lo que se me ocurre a partir de esas notas. Casi nunca escribo con una estructura previa, pero sí viajando hacia un horizonte. Cuando tengo treinta o cuarenta páginas escritas, empiezan las relecturas y padecimientos. Puedo descubrir que lo escrito es infumable. En el mejor de los casos, media docena de frases me lanzan a seguir escribiendo. Si lo que he escrito no me hiere de alguna manera, sé que es pésimo y lo destruyo.
Taché muchos párrafos de Breviario del viejo corredor en una primera fase. Recuerdo que, con su sorna habitual, Josep Pla explicaba en una entrevista que el secreto de la escritura era: sujeto, verbo y predicado. Acólito como soy a las precisas crónicas de Pla, siempre tacho mucho. En Breviario del viejo corredor quería frases cortas que se fueran engarzando como pisadas de un trote constante. Una escritura ligera.
A medida que los capítulos iban brotando, la escritura se contaminaba no solo con nuevas lecturas y documentos. Cuando escribo un libro, vivo en modo libro, poroso al encuentro con la frase, con la idea, con el suceso que pueda aportar algo al texto. Durante el año que dediqué a escribir Breviario del viejo corredor, era todo el rato el personaje. Lo que me sucedía podía ser utilizado en potencia, pues entendía perfectamente el desaliento del que se resiste a ser domesticado, el que busca en el contacto con la naturaleza su razón de ser y acepta que su paso por la vida no dejará rastro alguno. Dibujé monigotes inspirados en el argumento, corrí por mil senderos, me bañé junto a acantilados, leí sobre caminantes y poetas de la hierba. Así, el texto se metamorfoseó hasta ir tomando su forma definitiva.
No sé muy bien cuándo acaba un libro. Decía Picasso que un cuadro no se acaba, se abandona. Quizás un libro se acaba cuando empieza a aparecer el siguiente.
—————————————
Autor: Lluís Alabern. Título: Breviario del viejo corredor. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: