Menfis, 257 a.C.
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Hierocles a Zenón, saludos.
Me gustaría que al recibo de la presente te encuentres con buena salud. Nosotros estamos bien. Me escribiste sobre Pirro. Que solo lo prepare para la competición si realmente estoy seguro de que él vencerá, que el dinero no es para tirarlo y que él no debe despistarse de sus estudios. Por supuesto, solo los dioses pueden predecir eso con seguridad, pero según su entrenador Ptolomeo, hasta lo que un hombre puede saber, ya supera el nivel de todos los que comenzaron a entrenar mucho antes que él. Pero es que aún tiene capacidad de mejora y en breve espera recoger grandes frutos a su esfuerzo. El chico no sólo alcanza este nivel en los entrenamientos sino también en el resto de sus estudios. En mis ruegos a los dioses siempre tengo presente que él consiga una corona para ti.
Por favor, envíale a Pirro cuanto antes un bañador de piel de cabra, y si esto no te es posible, al menos uno de piel de becerro. Por favor, envíale también un quitón y un himation y un colchón, y una funda de colchón y una almohada y miel.
Me escribiste que te extrañabas de que yo no entendiera que todo esto conllevaba una tasa impositiva. Lo sé, pero pienso que tú estás capacitado para enviarnos todo de la forma más segura.
Adiós.
Año 29. Día 3 del mes Xandiko.
Para Zenón.
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Se hace de nuevo el silencio. Enrolla el pliego y cierra los ojos. Siente una extraña presencia sobre su cabeza. Mira al techo. Es una mórbida salamanquesa que lo observa estática como si fuera de piedra. Aguarda a que coja el cálamo y comience de una vez a arañar el papiro. De repente, con una ágil sacudida, el reptil atrapa una pequeña polilla que rondaba la temblorosa llama del candil del escritorio. ¿Cómo se iban a convertir sus rutinas en el centro de atención del bicho? No obstante, las cosas no suceden así porque sí. Zenón se toma el lance como una señal inequívoca de que no puede demorarse más. No soporta los tachones. Un administrador del estado debe tener todo bajo control, no sólo las cuentas. Es parte de su trabajo. Si no fuera tan riguroso, no estaría tan bien considerado en la corte. Jamás le han tenido que llamar la atención por descuidar sus obligaciones. Al fin se inclina sobre la mesa blandiendo el punzón impregnado de tinta. Cuando está a punto de escribir el saludo inicial, da un súbito respingo del taburete como por un resorte. El mueble, ligero, emite una especie de gruñido de mimbre, como si se quejara del brusco movimiento, y cae al suelo como una hoja de higuera seca. Apenas hace ruido. No es la primera vez que, cuando le viene la inspiración, le invade esa extraña sensación de vértigo. Se le agolpan las ideas en la cabeza, pero es incapaz de plasmarlas ipso facto sobre el papiro. En estas circunstancias, es cuestión de poner en práctica su ritual particular, que no le suele fallar. Consiste en dar como mínimo dos vueltas a la habitación, siempre en el mismo sentido, como los perros que dan unas vueltas sobre sí mismos antes de enroscarse en su canasto. Ese breve merodeo, mental más que físico, racionaliza su impulso de escribir de forma automática. No es que le importe gastar cuatro o cinco rollos en bocetos antes de fijar una versión definitiva. Los materiales son caros, pero por su trabajo él puede disponer de rollos suficientes. La verdadera razón estriba en que considera la escritura como un acto sagrado y se resiste a mancillarlo. Guarda cuidadosamente la carta de Hierocles en su cofre de cedro. Después de no se sabe cuántos rodeos, al fin pone derecho el taburete. Lo hace decidido. Primero replicará la epístola de Hierocles y después escribirá a su hijo Pirro. Está muy orgulloso de él y siente la necesidad de decírselo, pero antes redactará la carta para su hombre de confianza. A ver si así consigue sosegar un poco su ánimo…
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Zenón a Hierocles, saludos. Si estáis bien tú y mi hijo, me alegro. Yo también me encuentro bien de salud.
Me escribiste pidiéndome que os envíe un bañador de piel de cabra, el colchón y una funda y una almohada. Envié a mi esclavo de confianza al mercado y no pudo encontrar todo lo que me pides. Un comerciante nos trajo por fin el bañador después de una semana de espera. El resto de cosas estaban ya preparadas. Lo envío todo junto a esta carta. Confío en que el envío esté ya en vuestro poder en una semana.
Me enorgullece saber que Pirro está aprovechando el tiempo. Ha sido una buena decisión enviarlo a Alejandría. En Menfis no podría nunca hacerse un hombre de provecho.
Adiós.
Año 29. Día 27 del mes Xandiko.
Para Hierocles
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Murmura lo recién escrito quedamente, como se lanza una jaculatoria a los daimones de los antepasados. Enrolla el papiro. Sin solución de continuidad, escoge un nuevo pliego, lo desenrolla, hunde el punzón en la tinta y escribe con fluidez…
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Zenón a Pirro, saludos. Si estás bien, me alegro. Yo también me encuentro bien de salud.
Espero que te venga bien el bañador que te envío. No ha sido fácil encontrarlo. ¿Te acuerdas de Sirio? No te lo vas a creer. Ha tenido cuatro cachorros, y ya han abierto los ojos. Te encantaría verlos. Quizás cuando regreses se habrán convertido en unos galgos hechos y derechos. Te alegrará saber que la gente no los maltrata, que no es poca cosa. Yo le pongo de beber todos los días, como hacías tú cuando era ella el cachorro. Amamantar a cuatro debe de dar mucha sed.
Me ha dicho Hierocles que aprendes mucho. En Alejandría tienes a los mejores maestros. Aprende de ellos y respétalos. Me consta que Calímaco está haciendo un trabajo extraordinario con la biblioteca. Los estudios son imprescindibles para ocupar un puesto en palacio. No todos pueden coronarse con la victoria en los juegos, aunque, por lo que me dice Zenón, estás destacando en los entrenamientos. Sigue así. Tu madre se sentiría muy orgullosa de ti. Yo ya lo estoy aunque no llegues a traerte el triunfo. Me gustaría tenerte a mi lado para abrazarte, pero sé que debes labrarte un futuro. Que estas letras al menos te abracen cuando las leas.
Te envío también un colchón con funda, la almohada y un tarro de miel de la tienda de Diótimo.
Te quiero. Adiós.
Año 29. Día 27 del mes Xandiko.
Para Pirro
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Lo ha escrito de un tirón. Para esta carta no ha sido preciso levantarse del taburete. Ni por un instante ha despegado los ojos del papiro. Tampoco se le pasa por la cabeza releerlo. Es mejor no retocar lo que brota desde dentro. Cae en la cuenta de que nunca antes le había dicho a su hijo que lo quiere. Él no es de dar abrazos. Cara a cara habría sido incapaz de demostrarle cuán orgulloso se siente de él. Toda la vida se ha escudado en que el halago debilita, aunque en el fondo lo que pasa es que no está preparado a verse tan expuesto. Siempre se ha mostrado pétreo, como un animal de sangre fría que observa todo con aparente indiferencia. Acepta que la distancia quizás lo ha ablandado. Enrolla el papiro. La luz sigue temblando en el candil, insegura, pero el corazón de la llama es transparente. Calienta un poco de cera y lacra el rollo. Llama a su criado. Las cartas deben salir mañana a primera hora junto al paquete del colchón, la miel y el bañador. No le han bajado las palpitaciones. Le va a costar coger el sueño y pronto rayará el alba.
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Referencias bibliográficas:
–Papiro de Zenón 59060, Papiros de El Cairo. La traducción del papiro original es propia y la imagen está tomada del Archivo fotográfico del Museo de El Cairo. Las dos réplicas son fruto de la ficción.
–MARROU, H-I, Historia de la educación en la Antigüedad, Akal 1985, pp. 156-177.
–MILLER, S.G., Arete, Greek Sports from Ancient Sources, University of California Press 2004.
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