“Cuénteme qué ve, qué tiene alrededor, cómo es su casa, su habitación, con quién habla, con quién se cruza por la calle…”, le pedía Virginia Woolf a Victoria Ocampo en una de las muchas cartas que se intercambiaron, hasta que Woolf decidió poner fin a su vida con sólo cincuenta y nueve años. Lo curioso de esta relación es que ambos nombres serían recordados, no sólo por la admiración y la curiosidad reflejada en su correspondencia, sino también porque dos hechos significativos sucedidos a finales de enero marcarían el destino de ambas: el nacimiento de la escritora británica, el 25 de enero de 1882, y el fallecimiento de la argentina, el 27 de enero… Pero de 1979. No obstante, casualidades aparte, tras su primer y único encuentro donde lo más reseñable fue el exotismo que Ocampo despertó en Woolf, lo cierto es que cuando se despidieron, ambas autoras quedaron en escribirse, en seguir sabiendo la una de la otra por medio de misivas que pusieron de relieve las diferencias entre ambas en vez de sus semejanzas. Tan fría una, tan pasional la otra; tan retraída una, tan extrovertida la otra. Así pues, mientras Woolf escribía entregada a ese característico individualismo que encierra a la persona y al escritor en sí mismo, en lugar de abrirse a otro, de compartir —y combatir— los propios temores en un intento por acallar las voces que se contradecían en su mente, Ocampo, por el contrario, además de escribir y reescribir en busca de su voz y de su estilo literario por medio de la crónica y del ensayo, con ese arrojo y tesón que la caracterizaba, creó y fundó en 1931 una de las revistas que más hizo por la cultura, el arte y las letras en Sudamérica, llamada Sur. Tal fue su empeñó en dedicar su vida a una causa más grande que no dudó en convertir su propia casa en la redacción, donde trabajaron Borges, Mallea u Oliver, al tiempo que llegaban colaboraciones extranjeras con firma de Ortega y Gasset, La Rochelle, Chéjov, Faulkner, Zambrano, Alberti, Greene o Sabato, entre otros. Y aun así, Ocampo seguía sin conformarse. Quería llevar a cabo un proyecto más ambicioso que permitiera la edición, traducción y difusión de grandes obras a pocos meses de ser publicadas. De modo que dos años más tarde, en 1933, creó la Editorial Sur, cuya primera publicación fue el Romancero gitano de García Lorca, a la que siguieron las novedades literarias de Huxley, Woolf, Onetti, Nabokov, Sartre, Camus, Kerouac… La lista se hizo interminable y los libros continuaron su expansión, llegando a cada rincón, sirviendo de brújula y guía a cada lector. De la misma manera que la lectura de Una habitación propia —escrito por Woolf—, marcó un rumbo para Victoria.
Hoy, sin embargo, ya no se escriben cartas. O al menos no como lo hicieron Ocampo y Woolf, Proust y Rivière, Camus y Renéchar, Kerouac y Ginsberg, o Hesse y Mann. Pero a veces las redes sociales, y más concretamente esa que tiene como símbolo un pajarito con las alas desplegadas y el pico ligeramente abierto, como si temiera pronunciarse sabedor —y testigo— de lo que se deja por escrito en su nido, sirven de intercambio y correspondencia; de promotor y difusor de nuevas ideas y nuevos proyectos que abogan por la cultura, la literatura y, sobre todo, por el respeto y la admiración entre los autores, sean estos periodistas o escritores. Y así pasa que cuando un usuario decide asomarse, en lugar de encontrar debates, diferencias, injurias o noticias falsas, no puede evitar sonreír ante el reconocimiento y las felicitaciones que se dedican unos y otros. Por ejemplo, cuando Irene Vallejo —autora de El infinito en un junco— felicita a Irene Martín Rodrigo por su reciente premio Nadal gracias a Las formas del querer; o cuando Karina Sainz Borgo (La hija de la española; El tercer País) reconoce cómo le ha “desollado el corazón” el último libro de Olga Merino, titulado Cinco inviernos; o cuando la iniciativa que ha dado nombre a la nueva firma editorial Zenda-Edhasa, cuyo objetivo es recuperar el género de aventura clásica con la esperanza de que el lector moderno se reconozca en sus páginas, es aplaudida y bien recibida en los medios de comunicación, nacionales e internacionales, siguiendo el ejemplo y la causa que promovió en su día personas como Victoria Ocampo desde su argentina. Y es que aunque pasen los años y cambien los tiempos, o las formas de comunicarse, siempre habrá parecidos razonables en cuestión de correspondencias, autores y proyectos editoriales.
Ciudad de México, 24 de Enero del 2022
Querido director:
Valga mi ésta epístola para agradecer que vuelvan las oscuras golondrinas.
Un saludo, con la rúbrica de mi epígrafe.
Cada nuevo proyecto editorial es una buena noticia. Conozco editoriales efímeras que contribuyeron con su granito de arena en las estanterías de muchos hogares, y otras que han perdurado pese a la reticencia de muchos a coger un libro. Enhorabuena y un brillante futuro por delante… ¡Ay esas cartas escritas a mano y esperadas con impaciencia durante días! Hay gente, joven sobre todo, que no han recibido una en su vida; que triste perderse tal experiencia.