Publicada por primera vez en 1986, la novela El año del francés acaba de ser reeditada por Cátedra en una colección en la que está recuperando obras de John Galsworthy, Rafael Azcona, André Maurois, Francisco Casavella, D.H. Lawrence…
La novela de Aparicio viene precedida de un sustancioso prólogo de la profesora Asunción Castro, que analiza la obra desde diversos parámetros: el escenario —la imaginaria ciudad de Lot, “una ciudad de provincias en los años 60”— aunque “la reflexión crítica que aborda no se limita una ciudad provinciana del tardofranquismo. Si la ciudad es traslación metafórica de la asfixia moral e ideológica de la España de los años sesenta, en la novela se presentan continuamente otras llamadas de atención, alusiones explícitas o comparaciones sobreentendidas con otros momentos de la historia de España…”.
Juan Pedro Aparicio es un escritor polifacético, como ha demostrado con la práctica feliz del artículo periodístico, del ensayo, del libro de viajes, del memorialismo, del cuento, del microrrelato —que él ha denominado cuento cuántico tras formular una interesante teoría sobre el género— y de la novela. En este campo, su ciclo de novelas, que tiene la referencia de esa ciudad del noroeste denominada Lot —que pudiera ser León—, comienza con la guerra civil, a la que sigue la perspectiva del franquismo en los llamados “25 años de paz”, y continúa con los primeros años de la democracia restaurada por la constitución de 1978, todo lo cual viene a concluir en un espacio atemporal y misterioso. El Lot de Aparicio se convierte así en un símbolo de lo que fue España desde los tiempos de la guerra fratricida a las postrimerías de la llamada “transición democrática”.
En la perspectiva del franquismo en los “25 años de paz” se centra precisamente El año del francés, dividida en treinta y un fragmentos que nos van ofreciendo la vida en la ciudad de Lot en los años del “desarrollismo”, cuando la falta de libertad, la represión sexual y la hipocresía eran signos característicos de lo cotidiano. La atmósfera de este ambiente sórdido —que podía quedar simbolizado en el arranque de un texto escrito por un poeta local: “Corrían tiempos oscuros en la puta ciudad”— está también magníficamente elaborada mediante la técnica fragmentaria, que organiza, a través de sucesivas facetas, una trama de encuentros y disimulos en la que tiene especial importancia la llegada a la ciudad de Lot de un francés que, aparte de lanzarse en paracaídas desde uno de los edificios más altos, escala la parte prominente de la catedral hasta su cúspide.
En la trama tienen singular relevancia las chicas francesas que vienen al curso de verano, y que ayudan a paliar la fuerte represión sexual, y un juego metaliterario que relaciona a un pretendido abad autor de un libro con un judío de nombre similar que podría haber sido el verdadero autor. En el juego de los comportamientos destacan, finamente presentadas, las obsesiones amorosas, los desengaños y hasta las venganzas, y el planteamiento de sustituciones que falsifican la realidad, además de la reaparición de ciertos personajes, cuyo comportamiento entre desarraigado y oportunista, en medio de una mediocridad cubierta de oropel, encuentra su razón de ser, o su sinrazón, en la dominación franquista.
Por otra parte, los personajes —como “acomodaticios” o “inadaptados” los clasifica la profesora Castro— están también eficazmente construidos y desarrollados, empezando por el misterioso paracaidista y escalador, Viollet-le Duc, el oscuro y frustrado poeta Álvaro Zarandona, que trabaja en una mercería familiar, Suero, escritor joven pero ya famoso y traducido, Valenty, la chica más atractiva de la ciudad, hija de Pedro Ochoa, presidente de la diputación, el padre Aulestia, y algunos golfos como Mariano el Andanas, hijo de la regente de un prostíbulo, o el Gicho, con otros jóvenes enardecidos como Belarmo, Falo, Tito, Tato, Doro… el pintor Vigil, o el ex alférez provisional y ahora comisario Bienzobas, obsesionado por las formas de Charo, la empleada del ambigú del cine Avenida —en la trama hay significativas referencias a películas— o el misterioso y metaliterario Reparador de Injusticias, que con el abad David, David Habad y Alfonsín Bermúdez urden una historia paralela desarrollada en el Medievo…
Ahora bien, y esto me interesa destacarlo, el realismo utilizado por Aparicio no se corresponde en absoluto con esa perspectiva comúnmente llamada “realista” en la que se reproducen, casi a modo de crónica, los episodios de lo cotidiano. En este caso se trata de un realismo impregnado de lo que me atreveré a llamar “neoexpresionismo”, por el énfasis significativo con que están tratados escenarios y personajes, y por la propia elaboración formal.
La complejidad del proyecto, el juego de la perspectiva realista potenciada por una voluntad de ahondar en determinados énfasis tanto colectivos como personales, se hace muy evidente, hasta alcanzar a menudo la dimensión esperpéntica, sin por ello limitar la verosimilitud. Desde el arranque, en que Mariano el Andanas acosa secretamente de forma pintoresca a Valenty —aunque su acoso lo convertirá en un curioso salvador de la joven—, abundan las escenas perfiladas con una voluntad grotesca.
A esto se une el citado juego metaliterario, hasta el punto de que El libro de los grillos del alma, del abad David/David Habad llega a entrar en el discurso de la novela, mediante la alusión a determinado manuscrito, para potenciar, entre otras cosas, los pensamientos y las acciones tanto del oscuro poeta Zarandona como del supuesto francés Viollet-le-Duc. Precisamente la profesora Castro, al hablar de los “modos de la narración”, resalta el juego temporal, que da origen a diferentes niveles narrativos, y que convierte el libro en una novela “polifónica y dialógica”.
El juego de apariencias, de falsedades, de disimulos, muestra los perfiles de una sociedad incapaz de integrarse en un proyecto común medianamente armónico. El determinismo fatal de algunas conductas, la irracionalidad de ciertas tradiciones, el ahogo de los espacios intelectualmente cerrados que se incorporan a la novela, tienen un alcance simbólico innegable.
Miembro de la generación a la que pertenezco, que tuvo que sufrir la presión del nacionalcatolicismo y del resto de la impostura franquista, y orientaciones literarias dogmáticas, tanto del entonces celebrado “realismo social” como de los defensores de “la destrucción del lenguaje”, Aparicio muestra en El año del francés un libro que no solo permanece vigente en lo narrativo, sino también como poderoso testimonio de un tiempo que no conviene olvidar.
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Autor: Juan Pedro Aparicio. Título: El año del francés. Editorial: Cátedra/Biblioteca Cátedra del siglo XX. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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