Hace 45 años, mientras realizaban unos trabajos de excavación para instalar un cableado subterráneo en pleno Zócalo de la Ciudad de México, un grupo de obreros de la Compañía de Luz y Fuerza dieron con un objeto contundente que los dejó perplejos: se trataba de un monolito de cantera de ocho toneladas de peso y poco más de tres metros de diámetro con forma de escudo, en el que estaba esculpido un ser descuartizado, con la cabeza, brazos y piernas separadas alrededor de su cuerpo, donde se distinguían pequeñas bolas de plumas de águila en el cabello, un símbolo en forma de campana sobre su mejilla y una pestaña con el símbolo mexica para la palabra «año» en su oreja. Atado a su cinturón tenía, además, un cráneo. Enseguida, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma (1940) se puso al frente de la excavación, comenzando así la recuperación de lo que se hoy conoce como Templo Mayor, uno de los conjuntos culturales prehispánicos más importantes del continente americano. Para conmemorar este hallazgo, un grupo de 20 autores coordinados por Matos Moctezuma y Patricia Ledesma —entre los que destacan Salvador Rueda Smithers, titular del Museo Nacional de Historia; Miguel Pastrana Flores, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México; o Manuel Hermann, profesor del centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social—, acaban de publicar el libro Coyolxauhqui, una obra en la que se reúnen, por un lado, las memorias de las actividades del Museo del Templo Mayor, creado para resguardar todo el patrimonio de las excavaciones de este maravilloso sitio, y por otro, una serie de artículos académicos y estudios sobre la propia diosa Coyolxauhqui, en el que se incluye una reedición de la hermosísima traducción al náhuatl del mito de la diosa lunar mexica, hecha por el historiador Alfredo López Austin (1936-2021), a quien se dedica el volumen, que se ha editado también como catálogo de la exposición temporal que en estos días se dedica al emblemático monolito azteca. Como ha declarado Matos Moctezuma, las excavaciones arqueológicas realizadas en esta área del Centro Histórico de la Ciudad de México han sentado las bases de un proyecto interdisciplinario que ha servido de ejemplo en muchos otros lugares de interés histórico, pues desde sus inicios se ha nutrido con el de otros especialistas en diversas áreas del conocimiento, de la biología a la química, pasando por la geología y la física, de manera que en este tiempo ha experimentado los cambios, tanto tecnológicos aplicados a las excavaciones, como teóricos, que han contribuido al mayor conocimiento de la sociedad mexica. Baste recordar que hasta hoy, en este sitio se han podido localizar, parcialmente, 45 de las 78 edificaciones que conformaron el centro neurálgico de la antigua Tenochtitlán, incluidas estructuras tan importantes como el Huei Tzompantli o el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, corazón de este fantástico espacio ceremonial. El mito mexica sobre el nacimiento de Huitzilopochtli, dios de la guerra, narra que Coyolxauhqui, furiosa al sospechar que su madre, Coatlicue, diosa de la fertilidad, estaba embarazada de un desconocido (la cual en realidad fue embarazada por una bola de plumas que cayó desde el cielo y guardó en su vientre), guió a sus hermanos (los 400 surianos) hacia el mítico cerro de Coatepec, donde se encontraba su progenitora, para matarla, y así redimir la ofensa. Al llegar los hijos a Coatepec, Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli, quien vestido de guerrero y armado, nació listo para defender a su madre. El dios venció a sus hermanos y decapitó a Coyolxauhqui, arrojando su cuerpo montaña abajo, por lo cual quedó desmembrada, y mandó su cabeza al cielo para que su madre pudiera verla cada noche. La mitología cuenta que Coyolxauhqui se convirtió así en la representación de la Luna y sus hermanos pasaron a representar a la estrellas; pero también recuerda cómo el propio Huitzilopochtli se convirtió en una representación del Sol que, cada día, vence a la Luna.
CONVERSACIONES REVELADORAS
Tras 40 años de amistad con el escritor chihuahuense Ignacio Solares —autor de novelas como La noche de Ángeles, Casas de encantamiento, Columbus o La invasión— y la lectura minuciosa de toda su obra, el divulgador científico José Gordon —autor de obras como Tocar lo invisible, El novelista miope y la poeta hindú o El inconcebible universo— decidió proponer a su amigo «abrirse al mundo y a los otros» para intercambiar percepciones, gustos literarios, emociones e ideas en una serie de conversaciones, las cuales conforman el volumen Novelista de lo invisible (Grijalbo), una especie de ensayo literario escrito a “dos voces”. Espoleadas por la curiosidad, la complicidad, la inteligencia y el corazón, estas charlas que ahora el lector puede compartir como un invitado especial, dan cuenta de una profunda exploración del mundo de Solares (Ciudad Juárez, 1945), en la que se trata de ver no solo qué hay detrás de su fachada, sino también lo que está detrás de un rostro, para mostrar un mundo a veces inquietante que revela el lado invisible de lo visible y lo que está detrás de cada pensamiento y deseo, esas zonas límite que la literatura aborda. Y es que como dice Gordon (Ciudad de México, 1953), la dimensión sagrada de la vida es una de las obsesiones de la obra del novelista y dramaturgo chihuahuense, «esa experiencia de océano en donde podemos fundirnos en una profunda comunión”, y los mundos internos que se abordan en sus novelas «tienen que ver con una sensación de angustia y limitación, pero también con el deseo de penetrar los universos invisibles de los sueños, de los fantasmas que persiguen sus personajes, del delirium tremens o de la búsqueda de lo sagrado”. Gordon destaca que en este libro Solares y él se han arriesgado a ser fieles a sus percepciones y a compartirlas, pues, en efecto, “siempre necesitamos miradas que nos permitan apreciarnos en una visión más amplia» para ver «la inmensidad que nos habita”.
SIGLO XXI EDITORES UNIFICA SUS FILIALES
Como parte de la reestructuración que Siglo XXI Editores comenzó hace dos años, su nuevo consejo de accionistas, encabezado por Hugo Sigman y Silvia Gold, ha decidido incorporar plenamente el catálogo de su filial española, que desde 1998 trabajaba de forma independiente, como parte de la reunificación de todas sus filiales. De esta forma, han dicho los empresarios, Siglo XXI México, Argentina y España tendrán un mismo objetivo común: «potenciar el trabajo conjunto bajo las desafiantes condiciones del mundo del libro y seguir apostando a la construcción de una editorial independiente y de calidad, que mira al futuro honrando su vasta historia y los valores que mantiene desde su fundación”. La incorporación de la filial española se formalizó el pasado 30 de mayo, cuando Siglo XXI México —que publica alrededor de 50 novedades y 200 reimpresiones anuales y en cuyo catálogo se encuentran autores como Eduardo Galeano, Jean Meyer, Julia Kristeva, Pierre Bourdieu, Roland Barthes, Alain Touraine o Michel Foucault— completó el proceso de adquisición de la editorial española, cuyas acciones habían sido adquiridas en 2010 por Editorial Akal. De esta forma, el grupo empresarial, del que también forman parte las marcas Clave Intelectual, Le Monde Diplomatique, y la productora de cine KyS, ha dejado a cargo del área editorial de todas sus empresas a José Natanson, hasta ahora director de Le Monde diplomatique, en tanto que Carlos Díaz, quien estaba al frente de la filial argentina, será el nuevo Director general de Siglo XXI en los tres países; por su parte, José María Castro se hará cargo de la Gerencia General, Paola Morán Leyva de la Dirección Editorial de México y Santiago Gerchunoff de España. Esperemos que este paso haga realidad la tan difícil y complicada circulación de títulos y autores que, aunque parezca inexplicable, existe entre países del ámbito hispanoamericano.
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