Crimen, novela de Agustín Espinosa (Puerto de la Cruz, 1897- Los Realejos, 1939), acaba de ser editada por Siruela. En palabras de Juan Cruz, «se publicó originariamente en 1934, y en seguida perseguida por pornográfica e irreverente por la Iglesia y por el fascismo que avanzaba en España, Crimen fue sepultada cuando empezó la guerra y el propio autor la ocultó. Catedrático de Lengua y Literatura, fue desposeído de su dignidad docente. Simuló su adscripción a la Falange para escapar de la muerte que sufrieron compañeros suyos, cuyo activismo se había reducido a su militancia surrealista.
Esta edición está preparada por Alexis Ravelo, autor también del prólogo del que Zenda publica un fragmento.
Prólogo
DEPURACIÓN
DON AGUSTÍN ESPINOSA GARCÍA. LENGUA Y LITERATURA. Izquierdista: autor de Crimen de Agustín, que dio motivo a la protesta de la Asociación de Padres de familia y una película inmoral y sacrílega que no consiguió representar en ningún cine de Las Palmas.
Estas son las acusaciones de las que informa el gobernador civil de Las Palmas a la Comisión Depuradora C de Instrucción Pública de la misma provincia, el 31 de marzo de 1937. A lo largo de los meses siguientes, conforme avanzaba su expediente de depuración, se iría mostrando la inexactitud, cuando no la clara falsedad, de dos de esas acusaciones a Agustín Espinosa, a la sazón profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria.
Para empezar, no sabemos con precisión dónde se situaba políticamente. Puede que fuese demócrata liberal, tal y como lo había descrito alguna vez la prensa, o incluso monárquico, como él mismo llegó a afirmar. En cualquier caso, tras la lectura de sus artículos durante la dictadura de Primo de Rivera y el periodo republicano, puede confirmarse que no era persona de izquierdas, aunque muchos de sus amigos y compañeros sí lo fueran. También cultivaba amistades en el otro extremo del arco político y, de hecho, editaba textos en La Gaceta Literaria, la revista que publicaba en Madrid Ernesto Giménez Caballero. Cierto es que en diciembre de 1936 se afilió a Falange, pero es más que probable que lo hiciese para favorecer una resolución positiva de ese expediente de depuración en curso y, sobre todo, para evitar una suerte similar a la que habían corrido algunos de sus compañeros, encarcelados, exiliados o desaparecidos.
En cuanto al tercer cargo, el de ser autor de «una película inmoral y sacrílega que no consiguió representar en ningún cine de Las Palmas», la película no había sido filmada por él, ni mucho menos. El filme en cuestión era La edad de oro, de Luis Buñuel. Sí es cierto que Espinosa había intentado proyectarlo en Las Palmas de Gran Canaria, como antes lo había hecho en Santa Cruz de Tenerife y en ambas ocasiones sin éxito. La edad de oro solo se exhibiría en Tenerife en una sesión matinal y privada en junio de 1936 y luego la copia viajaría a Las Palmas, donde según la leyenda sería enterrada en un solar tras el golpe militar del 18 de julio. Como digo, esto es una leyenda —y no la única, por cierto, en torno a la vida de Espinosa—, pero es tan triste como hermoso pensar que bajo los cimientos de algún edificio de esa ciudad existe aún una lata que contiene una copia de esta película escandalosa e inolvidable.
La segunda acusación es la que se acerca más a la verdad, si bien contiene también un error: la obra que Agustín Espinosa García escribió no se titulaba Crimen de Agustín, sino, sencillamente, Crimen, y él mismo la denominó una «novela surrealista». Su aparición provocó el escándalo en 1934, y dos años más tarde, mientras se llevaba a cabo la depuración de su autor, es probable que sus últimos ejemplares estuviesen escondidos en un hotel tinerfeño. Otra leyenda afirma que habrían sido quemados. Esto también me parece interesante, porque siempre han despertado mi simpatía los libros amenazados por el fuego. Crimen pudo haber desaparecido así, en un secreto auto de fe, o bajo un montón de tierra y cemento, como se ha dicho que pasó con la mencionada copia de La edad de oro y como podría haber ocurrido con la figura del propio Espinosa. Si no fue así, se debió únicamente al esfuerzo de una serie de personas que amaban su obra. Justo por los mismos motivos, porque una serie de personas aman la obra de Espinosa, hoy, más de ochenta años después de su aparición, tiene usted en las manos un ejemplar de Crimen.
Pero es muy probable que para usted Agustín Espinosa sea aún un desconocido. Conseguir que deje de serlo es el motivo de estas páginas, que podría saltarse si ya tiene cierta familiaridad con el autor tinerfeño o es de esos lectores no del todo equivocados que se saltan los prólogos o únicamente los leen después de haber disfrutado del texto. En caso contrario, mi propuesta es simple: un mero acercamiento a la figura y la obra de este escritor singular, contradictorio y valioso que fue injustamente olvidado durante tanto tiempo, como si la historia de las letras españolas hubiese decidido someterlo a otro largo expediente de depuración, que prolongase durante décadas el que sufrió en su cátedra de profesor, pero acaso más terrible, pues su castigo no sería el traslado y la inhabilitación, sino el silencio.
LOS CRÍMENES DE AGUSTÍN ESPINOSA
Al margen de los que se le achacaban en aquel expediente de depuración académica, Agustín Espinosa sí cometió varios crímenes. Hablo, claro está, metafóricamente: en su vida personal debió de ser hombre recto, amable, bienhumorado. Quienes lo conocieron hablan de su serenidad, su tendencia a la sonrisa, la grata conversación y el gesto amable. Hay fotografías que lo retratan posando con amigos en torno a una mesa en la que hay fiesta, vino y una guitarra; otra lo muestra como un adolescente flaco cuya postura desgarbada tiene algo de un Humphrey Bogart con cara de buena gente; aparece en otras imágenes posando con André Breton y Benjamin Péret o en grupos en los que también está Rafael Alberti. Hay una última foto, realizada por Eduardo Westerdahl, que siempre me ha llamado la atención: en ella bromea, fingiendo ahorcarse con una manguera. Espinosa tiene en esa foto treinta y ocho años —no llegó a cumplir cuarenta y dos— y es ya padre de familia, catedrático de instituto, presidente del Ateneo de Santa Cruz de Tenerife. En suma, esa foto muestra a un señor respetable que vive en la capital de provincia más alejada de la metrópoli, haciendo el gamberro con un gesto irreverente que oscila entre lo desafiante y lo pueril. Si me preguntaran cuál de las imágenes que he visto de él lo define mejor, diría que es justo esa: la de un profesor bien vestido y perfectamente peinado, haciendo el golfo ante la cámara de uno de sus buenos amigos.
Sin embargo, aunque solo sea metafóricamente, Agustín Espinosa cometió diversos crímenes. El primero debió de ser nacer antes de tiempo, en 1897, y en Puerto de la Cruz, una ciudad ni siquiera capitalina de la provincia de Tenerife, en el archipiélago canario. El último, morir también antes de lo que le tocaba: en enero de 1939, depurado de su cátedra, alejado de muchos de sus amigos y camaradas intelectuales, intentando salvar el pellejo y reincorporarse a su empleo para poder continuar manteniendo a su familia.
Entre estos dos delitos, hubo muchos otros: viajar fuera de su isla —a Granada, a Madrid, a París, a Bucarest— y entender que soplaban nuevos aires creativos; sumarse a la orgía vanguardista en la que diferentes ismos se entremezclaban hasta dar como resultado, en su caso, una obra final de honda raíz surrealista; organizar en aquella provinciana Santa Cruz de Tenerife —también antes de tiempo, también donde no tocaba— la primera exposición surrealista celebrada en territorio español. Crímenes no menores fueron su incesante activismo cultural y su posición de corresponsal en ese territorio excéntrico de figuras como Óscar Domínguez, Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca; su diálogo con las obras de Clavijo y Fajardo, Walter Scott, Lautrémont o Lope de Vega, y con sus contemporáneos D’Ors, Unamuno u Ortega. Y, por supuesto, la difícil adscripción de sus obras mayores a un género concreto, la amplitud inabarcable de sus intereses y estudios. Los que cronológicamente son sus últimos crímenes puede que sean también los de más graves consecuencias: haber contemplado con escepticismo el advenimiento de la Segunda República, no acabar en un campo de concentración, en una cuneta o en el exilio tras el golpe de Estado de 1936 y, lo que es peor, ponerse la camisa azul para intentar escapar a cualquiera de esas suertes, pero hacerlo de manera tan poco convencida como poco convincente, pese a que llegara al punto de abjurar de su obra capital para salvar el pellejo.
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Autor: Agustín Espinosa. Título: Crimen. Editorial: Siruela. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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