Deja las frases suspendidas en el aire, con puntos invisibles flotando. No es que ignore cómo terminarlas, sino que cuenta con la complicidad de quien la escucha desgranar ideas con voz suave. La gira de promoción del premio Planeta acaba de comenzar y Cristina López Barrio, la finalista de este año, ya adolece de falta de sueño. El frío ha llegado a Madrid y mientras apura un cigarrillo a las puertas de un céntrico hotel, la autora reconoce estar aún en un “extraño estado emocional álgido”. Elegante y serena, la autora de Niebla en Tánger nos habla de cine y arquetipos, de miedos y jaulas, de Ítaca y Camelot, del poder libertador de las palabras.
Cristina López Barrio (1970) es abogada especialista en propiedad intelectual. Se inició en el mundo de la novela con El hombre que se mareaba con la rotación de la tierra (2009), destinado al público juvenil. Le seguiría La casa de los amores imposibles, en la que cristalizan influencias como el realismo mágico de Gabriel García Márquez y la prosa castellana de Miguel Delibes, para narrar la historia de una familia de mujeres malditas durante siglos por el veneno del odio. Publicada en 2010, ha sido traducida a quince lenguas y publicada en más de una veintena de países, además de suponer un antes y un después en la vida de la autora madrileña. Tras el éxito de esta novela dio un salto al vacío y abandonó el mundo del derecho para dedicarse a jornada completa a lo que siempre quiso hacer: escribir.
Seguirían un libro de relatos, El reloj del mundo (2012), y El cielo en un infierno cabe (2013), que nos traslada a un lugar donde mística y exorcismos, magia y religión, sensualidad y brujería, triángulos amorosos y hermandades secretas conviven en la España del siglo XVII. Por último, Tierra de brumas (2015) nos lleva a las profundidades de los bosques gallegos para narrar más historias envueltas dentro de otras historias sobre una dinastía de mujeres.
Y es que hay varias constantes en la obra de Cristina López Barrio. La más evidente son las mujeres fuertes, contracorriente. Pobres o ricas, rurales o urbanitas, soñadoras o realistas… Entre sus personajes brillan las féminas luchadoras a quienes no queda otra que pelear contra todo –incluyendo sus propias contradicciones– y en las que, si sobreviven o triunfan, siempre queda un poso de tristeza, una marca. Otra es su estilo personal de narrar, engañosamente sencillo, depurado —se confiesa adicta a la poesía— y que esconde una cuidada elaboración. El resultado son líneas que saltan del libro para clavarse en el lector o deslumbrarle con breves fogonazos. Por último, no parecen faltarle las ideas ni darle miedo las estructuras complejas. Cuando no juega con múltiples narradores y puntos de vista se dedica a encerrar historias dentro de historias que esconden, ¿lo adivinan?, más historias. Al estilo de las muñecas rusas.
De su obsesión durante años por Continuidad en los parques, un complejo cuento de Cortázar, nacería la idea de llevar esa estructura perfecta a la novela. Así, Niebla en Tánger es una metanovela circular que narra un viaje de búsqueda dentro de otra ficción —una novela dentro de la novela— y hacia dentro de la protagonista. Si a esto sumamos la influencia de las tragedias y viajes de héroes clásicos, y la idea que Oscar Wilde desarrolla en La decadencia de la mentira —la creación literaria como generadora de vida propia— y lo ambientamos en un Tánger soñado, tendremos la receta de Niebla en Tánger, la novela que le ha valido convertirse en finalista de uno de los premios más suculentos del panorama nacional, el Planeta.
Flora, la protagonista de Niebla en Tánger, viaja a esta ciudad marroquí en busca de un hombre desaparecido y de una misteriosa novela. Allí debe superar pruebas, enfrentarse al villano, asomarse al interior de sí misma y encontrar el valor necesario para salir de su zona de confort y arriesgarse a llevar la vida que realmente quiere. Siguiendo la estructura de viaje iniciático del héroe clásico, el texto reivindica la importancia de la libertad frente a la seguridad, de enfrentarse a una rutina que adormece el espíritu, la necesidad de empezar a vivir frente a una existencia vacía —ya lo dijo Wilde, “lo menos frecuente en este mundo es vivir, la mayoría de la gente sólo existe”— y el valor de las historias como bien de primera necesidad, como herramienta indispensable para mitigar la angustia de estar vivos. Al fondo, el viento muta en personaje gracias a unas descripciones más que vívidas.
–En el libro ganador del Planeta de este año, de Javier Sierra, todo gira en torno a la importancia de las palabras. Tú planteas la misma cuestión de distinta forma. Una madre que se acerca a su hija adoptiva contando cuentos. Una joven que se enamora de su compañero de lecturas.
–Es un homenaje a todo lo que a mí me remueve como persona y escritora. A todo lo que a mí me gusta de la literatura. Yo creo en el poder absoluto de las historias. Son nuestra primera forma, porque empezamos a organizar el mundo con los cuentos infantiles. Ya el hombre primitivo, alrededor del fuego, necesitaba las historias para poder mitigar la angustia de estar vivo. Soportamos la vida gracias a las historias. Todos somos contadores de historias, todos somos narradores. Toda buena historia tiene que contar algo sobre la existencia, sobre quién eres. Y esta novela cuenta el poder de las historias, cómo pueden llegar a remover, a salvar vidas y a cambiarlas. Empezando por el ejemplo mítico de la narradora, Sherezade en Las mil y una noches, ese poder libertador de las historias y las palabras, de la literatura, está imbricado en nuestra propia esencia, en la propia naturaleza humana.
–Hay muchas referencias en tu libro a la obra de Oscar Wilde. ¿La vida debe imitar al arte, o a la inversa?
–Mmm…, o el arte a la vida, eso da para todo un debate. El ensayo de Oscar Wilde es muy interesante, habla de tomar la vida propia como materia bruta, modelarla con belleza, imaginación y fantasía. De ahí nace el arte. Él pone ejemplos como La vida del joven Werther. De ahí salen arquetipos como el del hombre romántico que sufre mal de amores y acaba quitándose la vida, que fue tan imitado. Es un tema confuso. Parece que el arte tiene que recrear la vida. Y yo creo que Wilde, y también Ramón Gaya o Stefan Zweig, que también tiene un ensayo sobre El misterio de la creación artística, hablan del arte –sea música, literatura, pintura– como generador de vida propia. Esto es lo que utilizo en la novela como juego para resolver el misterio de la desaparición de un hombre. Las historias tienen su propia vida. Cuando creas de verdad una buena historia, una buena trama y unos buenos personajes, creas vida, creas algo que tiene la materia bruta de la vida. Gaya hablaba del alma de la creación y Oscar Wilde de la idea de que el arte no debe ser una mera mímesis de la vida, sino una creación nueva. Estoy de acuerdo en que no hay que copiar la vida, no hay que hacer una mímesis, sino una creación nueva.
–»Las únicas personas de verdad son las que nunca existieron».
–Los personajes. Las personas muchas veces se convierten en arquetipos, incluso los propios escritores. Con el tiempo lo que nos llega de ese ser que existió es un arquetipo, y lo que pervive a lo largo de los años es su obra. Es una idea muy extremista, pero me servía muy bien para la novela, jugar con la cuestión de hasta qué punto puede cobrar vida un personaje.
–Recuerda al tema de Niebla, de Miguel de Unamuno, pero sobre todo es algo muy quijotesco.
–Sí.
–Siguiendo con el símil, entonces, Deidé sería nuestro Sancho Panza. Una psicóloga argentina predicando sensatez a distancia.
–Sí, necesitaba un contrapunto para alguien que fuera demasiado fantasioso, y necesitaba ese Sancho , ese punto de realidad pero que a veces se deja arrastrar por la fantasía de Flora, la fantasiosa que se deja llevar por un libro y creyéndose una investigadora como la de los libros de la señorita Marvel. La novela al final es un viaje, he utilizado la estructura típica del viaje del héroe que tanto hemos visto tanto en literatura como en cine.
–Lo planteas ya en la introducción, con esa cita de Constantino Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo…”.
–Sí, Flora emprende un viaje. Ítaca en este caso sería Paul Dinkle; es la excusa, el detonante para salir de su mundo ordinario y rutinario, el misterio. Al final te das cuenta de que cuando llegas al final del viaje, Ítaca no importa, lo que importa es el viaje. Ítaca es un ideal al que todos muchas veces nos agarramos. Nos aferramos a una fantasía como la propia lectura cuando huimos de una realidad que no sabemos afrontar.
–Niebla en Tánger tiene mucho de eso, de reivindicación de la literatura como vía de escape y como refugio.
–Sí, bueno, una de las funciones básicas de la literatura ha sido la evasión, tanto del lector como del escritor, ¿no? Tánger además es como un arquetipo de ciudad inspiradora de artistas. Matisse, Delacroix, la generación Beat, Saint-Exupéry… buscaron inspiración en ella. Yo veo la literatura como impulso a la aventura y a salir del letargo. La emoción lleva a la idea. Y es lo que nos mueve a los humanos, las emociones. Nos mueve lo emocional, lo estamos viendo en todo esto que estamos viviendo ahora con el tema catalán, que tiene mucha más parte de emocional que racional. La literatura genera una serie de emociones y empatías, es un reflejo en el que te puedes ver, y tiene ese poder: las palabras tienen el poder de impulsar a la aventura, a pensar, a reaccionar. ¿Por qué ha habido tanta censura si no? Me gusta la idea de la literatura como algo peligroso, como algo que está vivo, como algo que puede generar, y de hecho ha generado, cambios. Como poder de crítica de la sociedad, como herramienta con la que dibujar una sociedad utópica a la que aspirar. Es un arma. Bueno, o mejor un bien de primera necesidad: el agua, el pan y el libro.
–Tánger aquí encarna ciertos ideales, es una ciudad un tanto etérea, la Camelot soñada, además de ser un lugar que parece atraer a quienes se han perdido.
–Tánger es un espacio mítico. Me he dado cuenta de que cada uno tiene su Tánger. He conocido a mucha gente –se me olvidan los nombres en este estado emocional tan álgido– que pasó allí su infancia o juventud, y es como que cada uno ha adaptado su idea, su recuerdo. Está el Tánger de las películas con espías y contrabandistas, y el de las tres culturas que convivían, hinduistas también, ese estatuto especial… No solía haber matrimonios mixtos pero sí amistad. Tuve la oportunidad de estar con Rachel Muyal, de la Librairie Des Colonnes, que me dio una documentación emocional que no te da ningún libro. Ha llevado esa librería durante veintitantos años, y es una judía sefardí que me hizo un recorrido por todo Tánger y que me estuvo hablando de los años 40 y 50, de la época posterior a la diáspora, las leyes especiales que tenían… Tánger es un arquetipo en sí mismo –cada cual tiene el suyo–, es como el Camelot que cada uno construye con su fantasía, lo que lee y lo que sueña.
–Además de las referencias literarias —Cortázar, El Quijote, Zola, Balzac, Proust, Bécquer, Las mil y una noches, el mito de Camelot…— el cine juega un papel importante. Desde la época dorada de Hollywood a El príncipe de las mareas pasando por Rodolfo Valentino y Lo que el viento se llevó.
–Sí, el Tánger de la novela tiene todo lo que me fascina: los años 20, Rodolfo Valentino, Lo que el viento se llevó —me sé trozos enteros, a mi madre le encantaba, yo se la pongo a mi hija—… Era una de esas películas que veía una y otra vez. Me encanta el cine. Ese halo de Rodolfo Valentino… Está contado desde una perspectiva terriblemente machista, con esa mujer que se rinde al poder y los encantos del macho, pero para la época de mi protagonista me venía al pelo. Me fascina el cine de la Segunda Guerra Mundial. Además, leí El hombre rebelde, de Camus, que me impactó. Es otra obra que quería plasmar en el libro, cuando habla del crimen filosófico, y el crimen en Cumbres borrascosas. Con todo lo que está ocurriendo con el Estado Islámico, era un tema que me obsesionaba, el tema de matar por una ideología o…
–O con la excusa de un sentimiento.
–Exacto, por un sentimiento. Camus defendía que no puedes utilizar ninguna idea, religión o emoción para justificar el asesinato de una persona. El fin nunca puede justificar los medios. Cuando lees que gente joven occidental se apunta al ISIS te preguntas qué está ocurriendo en nuestra sociedad para que pase esto.
–En esta historia se mata por envidia o codicia, por apropiarse de la identidad del otro. Hay un constante juego con la conciencia de la propia existencia, del ser.
–De hecho, Flora es un personaje que no sabe quién es. Es una persona que está viviendo una vida que realmente no quiere vivir. Tiene un matrimonio rutinario, que no la hace feliz pero que no sabe cómo romper. Que le da comodidad y seguridad, pero entra en conflicto con la libertad. La sociedad actual muchas veces es una sociedad escaparate, nos dice demasiado lo que tenemos que hacer y muchas veces nos dejamos influir por una manera en la que tenemos que vivir. Estamos demasiado expuestos a toda esa publicidad y eso al final nos condiciona, nos empuja a vivir esa vida que se espera de nosotros y no la que ansiamos. También elementos de la educación, o de lo que los más cercanos esperan de nosotros.
–Frente a la abundancia de “vidas de callada desesperación”, aquí se recogen las historias de quienes luchan para salir de los límites de una vida predeterminada para jugar con el destino.
–Es una historia de tener el valor de romper. Siempre se puede romper, y yo quería contarlo. Todos tenemos responsabilidades económicas y familiares pero siempre se puede buscar tu libertad por todos los caminos. El mayor temor de Flora es que no ocurra nada. Toda la novela gira en torno a una persona que ya no sabe quién es y está buscando cómo romper esa barrera de seguridad más allá de los límites. A veces para ser tú mismo tienes que defraudar algo que otros, o incluso tú mismo, espera de ti. Es la búsqueda de una persona que se ha perdido y ya no sabe quién es. Necesita dar el salto para ser libre. Encuentra su identidad y el valor gracias al poder liberador, de salto, de la literatura y del poder soñar.
–Eso enlaza con uno de los elementos fantásticos de la historia: los huevos de astrogodón, un pájaro que renace de sus cenizas y tiene valor por su miedo a la pérdida.
–El astrogodón, sí, me lo inventé, aunque tiene mucho del ave fénix y del miedo a la pérdida que a veces te lleva a la inmovilidad. Es un libro que también habla de la maternidad frustrada. La protagonista en un momento dado tiene que elegir, porque acaba de cumplir los cuarenta, una etapa muy marcada por la recapitulación y el reloj biológico. Si quiere ser madre puede que no le dé tiempo a encontrar otra pareja, así que ella considera que su última oportunidad es quedarse en su matrimonio, tener un hijo y hacer feliz a su madre también, que quiere un nieto. Sin embargo, también es una mujer que vuelve a sentirse deseada. Ella es una mujer pasional que no sabe muy bien qué hacer con ese fuego.
–El otro elemento fantástico es la Axia Kandisha.
–Es que me encanta la fantasía. Cuando me cuentan una leyenda con un personaje mitológico, inmediatamente llama mi atención. Estaba leyendo La vida perra de Juanita Narboni y hasta ese momento no había leído nada de Ángel Vázquez –Premio Planeta en 1962 por Se enciende y se apaga una luz– . Fue como un bombazo, me impactó. Ahí encontré a la Axia. Es un personaje mitológico del folclore judío sefardí, una mujer con patas de cabra y torso de mujer –hay quien dice que con un rostro casi demoníaco, otros que de una belleza temible, al estilo súcubo–, y que en las noches de viento se lleva a un hombre, pero sólo si lo pide una mujer. Hoy podríamos decir que cuántas no pedirían que se llevasen a alguno, ¿no? (risas)
–Además, es un rito total y exclusivamente femenino.
–Sí, yo creo que a veces a la mujer no le quedaba más remedio que pedir ayuda a otra mujer…
–O estirar la confección del ajuar al modo de Penélope.
–Destejiendo el tapiz, exacto.
–Has hablado de cómo empezamos a organizar el mundo contando cuentos a los niños. Empezaste escribiendo novela juvenil con El hombre que se mareaba con la rotación de la tierra.
–Bueno, a mí me encanta la novela juvenil. Soy fan de El Señor de los Anillos, de Juego de tronos, soy friki total. Con esa novela me di campo libre para contar lo que yo quisiera. Hay una mujer que es mitad sirena mitad humana, por ejemplo. Cuando escribo para adultos o ciencia ficción tengo que atar mi fantasía. Yo creo que puedes abrir esa frontera entre realidad y fantasía, pero todo tiene que estar atado y bien atado. Disfruto mucho escribiendo novela juvenil, aunque también creo que es novela para público adulto, porque yo las sigo leyendo.
–¿Y el próximo proyecto?
–Pues tengo un proyecto en embrión que aún tengo que trabajar bastante. Estuve en Irlanda y me ha fascinado. Me encanta el romanticismo como época literaria, y Poe, Bram Stoker, Mary Shelley, su madre, El vampiro de Polidori… Recorrer Irlanda con esas ruinas medievales, esa naturaleza desbordante, pasional, esa cantidad de cuervos, cementerios, ruinas… Volví enamorada. Quiero escribir una novela ambientada allí. También me encantaría escribir teatro, que es otra de mis pasiones, quizá sobre la obra de Poe y el misterio de su muerte. Y tal vez un nuevo libro de cuentos. El año pasado hice un curso de escritura teatral, y ahí estoy, investigando proyectos que me encantaría desarrollar.
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