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Cristina Mittermeier: «No somos la especie superior»

Cristina Mittermeier: «No somos la especie superior»

Foto de portada: Cristina Mittermeier ©Anna Heupel

Cristina Mittermeier, o «Mitty», como todos la conocen, desprende una energía y una determinación magnética. Esta valiente luchadora de profundos ojos negros, despiertos y atentos, está en primera línea del conservacionismo medioambiental. Nacida en Ciudad de México, creció en Cuernavaca preguntándose que habría más allá, en ese mar que contemplaba cuando iba a visitar a sus abuelos a Tampico. Las lecturas de Salgari acentuaron su imaginación y su ansia de conocimiento, y al ir haciéndose adulta supo que no le bastaba con acomodarse en el rol tradicional de una vida familiar. Se licenció en una de las mejores universidades de México en Ingeniería Bioquímica en Ciencias del Mar, y siguió buscando ese “algo más” que parecía faltar, hasta que alguien le regaló una cámara. Fue entonces, precisamente a través de las ópticas, cuando dio con la clave de hacia dónde tenía que dirigirse.

«A menudo me sentía culpable por no ser un ama de casa dedicada exclusivamente a sus hijos. Pero pronto me di cuenta de que era crucial para mí tener algo que amara y que me aportara alegría fuera de la maternidad. Debes recordar que eres algo más que una madre. Eres una persona con unos intereses y un talento únicos, y es vital que cuides esos aspectos de ti misma»

Un tiempo después emigró a Estados Unidos, donde proseguirá su ya imparable carrera. Hoy en día, después de haber viajado por más de un centenar de países y retratado infinidad de culturas indígenas y ecosistemas oceánicos, Mitty es aclamada como una de las fotógrafas conservacionistas más influyentes de nuestro tiempo. Fundó la prestigiosa Liga Internacional de Fotógrafos de la Conservación, y ha publicado sus reportajes en National Geographic, entre otras reconocidas revistas. También ha recibido numerosos galardones internacionales y fue nombrada uno de los cien latinos más comprometidos con la acción por el clima. En 2018 fue elegida una de las Aventureras del Año de National Geographic, junto con su compañero Paul Nicklen. Con una personalidad profundamente artística, Mitty busca la luz, el contraste y el equilibro perfecto para contar una historia. Hay algo en sus imágenes que evoca un retorno a lo sencillo y primigenio, y que es conmovedor. Un reflejo, tal vez, de ese intenso sentimiento de pertenencia familiar en su México natal, proyectado hacia un todo mucho más amplio, bajo el absoluto convencimiento que somos uno, animales, humanos y Naturaleza. Solo desde el conocimiento y el respeto es posible ampliar la visión. El medioambiente lo enseña a diario desde hace milenios. Pero nosotros interpretamos ese mensaje a nuestra conveniencia, para desgracia de todos.

«Como inmigrante, era importante para mí sentirme comprendida. Y cuando las palabras fallaban, descubrí que las imágenes que tomaba hablaban por sí solas. La fotografía fue la llave que me abrió un mundo de posibilidades. Me dio el valor para conectar con los demás, compartir mi historia y perseguir mis sueños»

Mitty no descansa, ella reconoce que no hay tiempo para ello. El planeta se muere ante nuestros ojos. Desde la isla de Vancouver, donde vive actualmente, nos ha regalado para Zenda un intervalo entre los muchos viajes que demanda la organización SeaLegacy, que ella misma cofundó en 2014, y agradece la oportunidad de esta entrevista, por si lo que ella narra le puede llegar aunque sea sólo a una persona más.

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—Te cito: “Da el primer paso, por pequeño que sea, y mira adónde te lleva”. ¿Qué te llevó a dar el tuyo?

"Cuando levantas una cámara por primera vez no sabes si vas a tener esa habilidad"

—La certeza absoluta de que yo no podía trabajar en una oficina, ni tener un trabajo de nueve a cinco, ni estar encerrada en un edificio. Pensé que tal vez ser bióloga marina me iba a abrir las puertas para pasar más tiempo afuera, en la naturaleza. Cuando entré la universidad me di cuenta de que la ciencia demanda que te pases muchas horas, días, meses en los laboratorios, encerrada en un microscopio y que el lenguaje científico no es un lenguaje que le llegue a las emociones de las personas. Como mi intención, siempre, desde niña, era proteger el medio ambiente y lo que me movía era mi gran amor por la naturaleza y los animales, la ciencia tampoco resultó ser el paso correcto, pero fue un buen fundamento. En aquellos años todo el trabajo ambientalista se pagaba muy mal, suponía ganar muy poco por el privilegio de pasar tiempo en la naturaleza, pero así fue que poco a poco vas haciendo una hermandad entre tu pasión y la necesidad de ganarte la vida. Eso implica sacrificar algunas cosas, pero tuve muchísima suerte porque mi primer trabajo oficial fue con Conservación Internacional. Me tocó compartir espacio de oficina con un gran fotógrafo mexicano, Patricio Robles Gil. Con él llegó mi momento “¡Eureka!”, o sea, la fotografía, que para mí es un gran portal para hablar de temas ambientales con una audiencia mucho más grande. Así fue como empecé a hacer fotografía. Cuando levantas una cámara por primera vez no sabes si vas a tener esa habilidad, no sé cómo lo llaman en español… ese sentido de visión, pero gracias a Dios siempre he sido muy artística. Todo eso ayudó.

—Los inicios en la fotografía tampoco fueron fáciles. Imagino muchas bifurcaciones hasta dar con el camino adecuado.

—La fotografía, al igual que el trabajo medioambientalista, se paga muy mal. Para empezar a aprender a usar una cámara hice un pequeño negocito: hacía fotos de boda y fotos de retrato para que mi cámara trabajara y generara ingresos. Ese zigzag del que tú hablas, Susana, es algo que todos lo experimentamos. Son pocas las personas que llegan al trabajo ideal el primer día. Hay que tener una estrella al norte, un compás moral y ético, y esa idea de lo que te apasiona te lleva a tomar decisiones que a veces son sacrificios, pero que te van acercando poco a poco a este estado ideal.

©Paul Nicklen Paul Nicklen capturó esta foto mía en la humilde presencia de un cachalote. Dormía profundamente mientras me acercaba, arrullado por el suave balanceo de la corriente, con la aleta caudal hacia el suelo y el morro apuntando al cielo. Cada inmersión que hago por la superficie es un salto a lo desconocido y siempre puedo contar con Paul para compartir conmigo las mayores aventuras.

—¿La cámara se convirtió en algo así como tu pasaporte para llegar a los muchos lugares en los que has estado?

—La cámara para mí no es una herramienta para viajar. Odio viajar. Pasado mañana me toca subirme a un avión otra vez y ya lo estoy detestando. No me gusta viajar, no me gusta estar en hoteles. Creo que esa fue una pasión de juventud de querer ver el mundo. Pero para mí el objetivo no es llegar a los sitios, es hablar de los asuntos que me interesan, hablar de despertar la conciencia y la urgencia que estamos viviendo en nuestro planeta.

Tú creciste en Cuernavaca, en el estado de Morelos. Eso está lejos del mar.

"Fueron los libros y las aventuras de Jack Cousteau y National Geographic lo que primero me despertó esa curiosidad por el mar"

—Morelos es un estado muy chiquito en la República Mexicana. Está como a 70 kilómetros de la ciudad de México y está en las montañas. Es parte de lo que le llaman el cinturón volcánico del centro de México, y es lindísimo. Cuernavaca tiene un clima extraordinario, es la ciudad de la eterna primavera. Tuve una infancia muy privilegiada, con mucha naturaleza. Había grupos indígenas y una vida muy tradicional mexicana, que es hermosa; yo vivía feliz con todos mis hermanos. Y fueron los libros y las aventuras de Jack Cousteau y National Geographic lo que primero me despertó esa curiosidad por el mar. Los libros a veces hacen que nos decantemos hacia un sitio u otro. Para mí fueron una serie de libros que mi papá le regaló a mi hermano mayor, Fredy. Recuerdo que trajo un montón de libros enredados en periódico de un autor italiano, Emilio Salgari, que escribió Las aventuras de Sandokan y los piratas de Mompracem. En el jardín de mi casa había un árbol muy, muy grande y yo me subía hasta las ramas de arriba con mi libro. Me escondía para leer allí las aventuras de los piratas.

—Perdona el inciso, pero es que justamente ese libro de Los piratas de Mompracem que acabas de citar me lo han devuelto hoy en la sala infantil de la biblioteca en la que trabajo. Qué casualidad.

—¡No te creo! ¡Qué maravilla! Yo todavía los conservo. Cuando ya mi hermano fue a la universidad yo me llevé todos esos libros y los tengo en mi oficina. Y justo ayer estaba viendo El capitán Tormenta. Son libros lindísimos. Los estaba leyendo otra vez. Y claro, ya de adulto el lenguaje no es tan sofisticado. Pero esas aventuras fueron lo que primero me transformó y me transportó a estos sitios lejanos, a imaginar cómo serían los animales en el mar. A la aventura.

Shipwreck Dreams, Bahamas ©Cristina Mittermeier Siempre los primeros en llegar a un barco hundido, los «tiburones de naufragio» supervisan el crecimiento de todo un ecosistema marino que florece a partir de las ruinas del pasado. Son audaces investigadores del fondo marino y testigos vivos del talento de nuestro océano para aprovechar todo lo que perdemos o desechamos.

—¿Cómo fue tu primer contacto con el mar, qué sientes cuando te adentras?

Mi papá, que ya falleció, era de una ciudad costera en el Golfo de México, que tenía muchos manglares y lagunas interiores. Recuerdo una laguna muy linda, la laguna del Chairel. Y cuando íbamos a ver a mis abuelos a Tampico mi papá nos llevaba a la playa. El Golfo de México desde siempre ha tenido mucha contaminación por hidrocarburos, porque hay muchísimas refinerías. Me acuerdo que íbamos a la playa y mi mamá tenía que limpiarnos los pies porque salías con chapapote, y yo recuerdo la fascinación que me producía querer saber qué había bajo el agua. Me preguntaba si habría cocodrilos, tiburones… Adentrarme en el mar me encanta, siento el pulso acelerado… Es una emoción poderosa y nunca sabes qué vas a encontrar.

—Háblanos del poder del arte y la creatividad para cambiar el mundo.

"La fotografía es un medio un poco más efímero, pero hay imágenes que siempre se quedan como parte de la cultura de la humanidad"

—El arte siempre ha sido parte intrínseca de la humanidad desde que vivíamos en Cuevas. No es sólo decorativo, es parte de lo que informa, de la cultura, aunque ahora quizá estamos inundados por demasiado arte. Tiene una función muy importante también en la neuroplasticidad del cerebro humano, así que los medios artísticos pueden influenciar cultura, la moralidad, ese compás de la humanidad. Ahora mismo pienso en las pinturas de Goya, por ejemplo, que informaban de lo que estaba pasando al mundo y ello quedó plasmado para la posteridad. La fotografía es un medio un poco más efímero, pero hay imágenes que siempre se quedan como parte de la cultura de la humanidad. Si te digo “napalm, Vietnam”, tú sabes exactamente la fotografía que estoy mirando en mi mente. O la fotografía del Che Guevara, tú sabes la pose que este señor tomaba. Y esas fotografías son icónicas y forman parte de la conciencia colectiva de la humanidad. Tratar de hacer ese tipo de imágenes es el objetivo.

—Algo así como el “yo lo vi” de Goya.

—Exactamente. Es decir «esto sucedió, no fue un invento de la imaginación». Son lecciones que si no las visitamos de nuevo vuelven a ocurrir.

—Tienes una foto muy impactante de un oso famélico, creo que del 2016. ¿Es más poderosa una imagen como esa, que muestra el drama?

—Siento que los humanos tenemos este músculo que algunos de nosotros tenemos más desarrollado, es el músculo de la empatía. Ver a un animal muerto es triste, pero no es comparable con ver a un animal sufriendo y a punto de morir. Es algo para los que somos empáticos, es dificilísimo de ver. Lo que yo quería lograr con esa imagen no era asustar al mundo, era mostrar lo que les va a pasar cuando los científicos nos dicen que los osos polares se van a extinguir para el 2050. Se van a morir de hambre. Y así es como se ve un animal que está sufriendo. Algo impactante puede ser más efectivo en un momento dado.

Leap of Faith ©Cristina Mittermeier Utilizo la fotografía como medio para añadir dimensiones visuales y textuales a las cuestiones urgentes a las que se enfrenta la humanidad. Quiero que mis imágenes planteen la pregunta: «¿Cómo se las arreglarán los animales, como estos pingüinos Adelia que se amontonan unos contra otros en una cornisa helada, para hacer frente a un planeta que cambia rápidamente?». Evaluando cuidadosamente el agua para asegurarse de que no hay depredadores, el primer pingüino salta y los demás le siguen rápidamente, como fichas de dominó.

—Me interesa la búsqueda de la poesía a través de las imágenes. ¿En qué consiste para ti?

—Se necesita mucho coraje como fotógrafo para tener estos espacios abiertos, para dejar espacio en la imagen, y para que ese espacio lo pueda habitar tu imaginación de fotógrafo. Tú eres simplemente una membrana que está dejando una conversación entre el objeto que está siendo fotografiado y la persona que lo está mirando. Y mi trabajo es simplemente facilitar esa conversación. Si puedo eliminarse a mí de la imagen, entonces te dejo a ti sola con lo que estás mirando,

—¿Tienes miedo alguna vez?

"El miedo es una de las emociones más fuertes que tenemos los humanos. Si no lo tuviera, estaría demasiado cómoda"

—Sí, claro. El miedo es una de las emociones más fuertes que tenemos los humanos. Si no lo tuviera estaría demasiado cómoda. Tener un poquito de miedo me dice que estoy en el lugar correcto, que voy a ver algo extraordinario, y que voy a tener la oportunidad de capturar un momento. Hacer este tipo de trabajo, y desde luego ser buzo, es un contrato tácito con la muerte. Estás entrando en un medio que no es el tuyo y estás tomando un riesgo muy calculado. Y yo estoy completamente en paz. Si algo me pasa y ya no salgo, no pasa nada. Imagínate, voy a cumplir 57 años, ya viví más que muchos. Si algo me pasa no me asusta.

—¿Hay algún momento especial para fotografiar Naturaleza?

—Siempre muy temprano en la mañana y justo al ponerse el sol, es cuando los animales están más activos. En medio del día, cuando hace calor, la mayoría de los animales se esconden, pero bajo el agua es otra cosa. Bajo el agua la vida siempre está. Pero cuando apenas está habiendo luz los depredadores están activos.

Lady with the Goose ©Cristina Mittermeier El capricho y el humor son dos de las cualidades que busco en una imagen. Fotografié a esta mujer lisu, perteneciente a una de las minorías tibetanas de China, mientras sacaba a pasear a su ganso mascota en un mercadillo del suroeste del país. La imagen, tomada con una vieja cámara réflex Yashica, siempre me hace sonreír.

—¿Cómo lograste esa espectacular fotografía de la familia de orcas emergiendo de forma sincronizada del mar?

—Tuve muchísima suerte. Eso fue en el norte de Noruega. Hacía mucho, mucho frío e íbamos en una lancha abierta con un mar muy grande. La lancha iba botando y ahí es muy difícil enfocar con una lente larga. Pero a veces te toca la suerte y la cámara captura el enfoque. Estar listo para esos momentos requiere muchísima práctica. Fotografiar delfines o ballenas es dificilísimo, porque no sabes dónde van a salir. Pero a veces, como dice mi mamá, la gelatina cuaja.

—Cuéntanos cómo fue tu encuentro con los cachalotes en Dominica. Tu compañero Paul te sacó una foto espectacular en la que tú buceas muy cerca de ellas.

"¿Sabes lo que más me gusta de esos animales, Susana? Que son un matriarcado. La líder de la manada es siempre una hembra."

—¿Sabes lo que más me gusta de esos animales, Susana? Que son un matriarcado. La líder de la manada es siempre una hembra, las hembras forman esta hermandad. Mientras los cachalotes machos son jóvenes las acompañan, pero al alcanzar cierta edad son expulsados del grupo y éstos empiezan a vivir solos. La líder, que suele ser una hembra grande, es la que organiza la cacería. A veces estos animales se sumergen hasta una milla buscando los calamares gigantes, y esto lo hacen en la oscuridad. En el océano, una vez que pasas los cien metros, ya está todo oscuro… ¿Cómo localizan su presa? ¡No sabemos nada de la naturaleza! Me los imagino ahí, en la oscuridad de la profundidad, cazando calamares. Tienen una masa en la cabeza que se llama espermaceti, que es lo que se cree les permite sumergirse a esa presión y esa profundidad. Es una sustancia súper extraña. Mientras tanto las crías, que no tienen la habilidad de sumergirse tanto, se tienen que quedar en la superficie, donde son vulnerables a depredadores, como orcas y ballenas piloto. En esos momentos una nana, una hermana o una tía velan por ellas hasta que sus madres regresan exhaustas de las profundidades. Cuando los cachalotes descansan lo hacen en posición vertical. Son animales rarísimos. Y el cachalote es el carnívoro más grande de nuestro planeta. Parece mentira, ¿no?

—Sabemos poco todavía de nuestros compañeros de viaje.

—Cuando era niña, subida en ese árbol un árbol del pan, con todos mis libros allí arriba, me imaginaba que el planeta Tierra era como una nave espacial y que todos estos animales increíbles de los que Emilio Salgari hablaba eran nuestros copilotos. Ellos saben algunas cosas del planeta Tierra que nosotros no sabemos, porque nosotros no podemos sumergirnos una milla para andar por las profundidades, pero ellos sí. Y no hemos tenido la curiosidad de preguntarle a cada especie con la que compartimos el planeta cuál es la parte que ellos saben, de la que nos podríamos beneficiar todos en nuestro pequeño planeta. De ser así no nos creemos superiores a las otras especies. Se nos olvida que ellos están equipados con sentidos y con órganos sensoriales que nosotros no nos podemos ni imaginar. No somos la especie superior. Y nos necesitamos entre todos.

Big Shot ©Cristina Mittermeier Nada te prepara para la primera vez que ves el paisaje helado que es Groenlandia. A los inuit que llaman hogar a este lugar les encanta cuando hace frío y el océano se convierte en una autopista helada que pueden utilizar para viajar en sus trineos tirados por perros, sus «kamotik», para llegar al borde del hielo marino donde pueden cazar. En Groenlandia la disminución de la población de perros de trineo es otro ejemplo, quizá sorprendente, del impacto del cambio climático en el Ártico. A medida que el hielo marino se derrite en el Norte se hace más difícil cazar, más difícil encontrar comida, tanto para los perros como para los humanos. Viajé a través de temperaturas gélidas con estos hombres y sus perros para intentar captar la relación entre ellos. Para los perros de trineo la mentalidad de manada es fuerte. Son audaces e independientes y no escuchan a cualquiera. Necesitan un líder poderoso, alguien que se sienta tan a gusto en este mundo de hielo y nieve como ellos.

¿Alguna vez has sentido que esa línea que nos separa de los animales se diluye cuando ellos te permiten acercarte?

—Las especies silvestres te dejan acercarte en sus términos, y siempre es un comportamiento que está liderado por la curiosidad. Tienes que tener una disciplina de estar calmado, de quietud, y dejar que la curiosidad sea lo que atraiga a los animales cerca de ti, porque a ningún animal le gusta que lo persigan. Si tratas de perseguir a un tiburón o a una ballena, solo les vas a ver el polvo. Una vez que tienen esa curiosidad, entonces las preguntas que están en su mente es si somos comida o peligro. Tú tienes la opción de comportarte como presa o de comportarte como depredador, así que estar calmado es lo mejor. Cuando el animal ha tomado la decisión de si eres comida o depredador, ellos tienen sus propias agendas y continúan con su día. Nosotros siempre queremos hacerlo un poco antropogénico, en plan “oh, el delfín es mi amigo”. No: el delfín está buscando comida.

¿Cuál es la criatura más sorprendente que has fotografiado?

—Hay tantas… Pero nunca se me va olvidar un momento en el que, estando yo en el agua con muy poca visibilidad, unos cachalotes se vinieron directos hacia mí… Verlos surgir de repente te roba el aliento. Son animales muy, muy grandes. Pasaron a un metro de mí y me quedé pensando “quieta, quieta”, porque si chocaban entre ellas me hubieran aplastado y ahí se acabó todo. Verlas pasar a mi lado, ver esos ojos que sabes que te están mirando… Qué experiencia. Fue algo que nunca se me va a olvidar.

Alone Together, French Polynesia ©Cristina Mittermeier Mientras caminaba con cuidado por el fondo marino en las cálidas aguas poco profundas de la Polinesia Francesa, apenas podía distinguir dónde terminaba el niño y empezaba el mar. La raya rosa se abalanzó juguetona a su alrededor, y por un momento pude ver claramente el camino hacia la coexistencia entre la humanidad y todos los habitantes del mar.

Hablemos un poco de retrato, al que has dedicado gran parte de tu obra, y cómo logras que las personas se abran a ti para contar la historia que hay detrás de su mirada.

"Cuando voy a esas aldeas indígenas tienes que tener muchísima compasión y muchísima empatía, pero también muchísimo respeto"

—Creo que siempre he sido retratista. Me encanta la faz de la humanidad, y se me da porque tengo una facilidad para comunicarme con otras personas y porque me gusta la gente, me gusta platicar y conocer. Cuando voy a esas aldeas indígenas tienes que tener muchísima compasión y muchísima empatía, pero también muchísimo respeto, porque esa es la casa de alguien más. Tienes que ir con una agenda transparente de tus intenciones: “Estoy aquí para hacer esto”. Nunca me opongo a pagarle a la gente por su tiempo. Ellos no tienen la responsabilidad de entretenerme ni dejar de hacer lo que están haciendo para que yo lo retrate. A mí me gusta compensarles por su tiempo. Siempre es una conversación honesta y es la clave para tener éxito en el tipo de retrato que me gusta ser, que es un retrato muy cándido, muy auténtico, nada posado. Es una cuestión de tiempo. Necesitas pasar tiempo, hasta que la gente se aburre de ti. Al principio la gente está nerviosa con la cámara, pero si te queda suficiente tiempo se les olvida que estás ahí. Se les olvida que estás con la cámara, y ya puedes hacer tu trabajo y dejarlos que ellos hagan el suyo. Hay que desaparecer para lograr esos momentos íntimos que tenemos todos los humanos de miedo, de compasión, de relación…

En 2014 cofundaste SeaLegacy. En España creo que conocemos más Greenpeace, pero no tanto SeaLegacy. Háblanos de ella.

—Greenpeace fue el principio. Es una organización canadiense de mucho conflicto, de “nosotros contra ellos, nosotros contra la industria”, y para mí SeaLegacy era “nosotros por los animales, nosotros por el océano”. Trata de pintar una imagen inspiradora y llena de esperanza del futuro en el que queremos vivir. Martin Luther King no nos dijo que tenía una pesadilla, nos dijo que tenía un sueño. Pintar el sueño es importantísimo para llegar al destino. Recordemos que el océano es el motor que permite que haya vida en el planeta, que además es bellísimo, pero no sabemos apenas nada de cómo funciona. SeaLegacy empezó simplemente para contar historias, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en una verdadera agencia de mercadeo y comunicación para el mar. Somos la agencia de mercadeo para las especies, pero también para las muchísimas organizaciones de conservación que hay alrededor del mundo tratando de crear cambio para el mar, y que son invisibles. A ellos no los entrevistan, no salen en la tele. Nosotros les damos la oportunidad de que sean visibles.

©Cristina Mittermeier Músculos débiles, atrofiado por la inanición extrema, apenas capaz de sostenerse en pie, este demacrado oso polar busca comida en lo que debería ser el norte helado. Aunque no se sabe a ciencia cierta cuál es la causa directa del sufrimiento de este animal, una verdad permanece: debemos ocuparnos de la desaparición del hielo en el Ártico para evitar que surjan escenarios similares.

—En 2015, las Naciones Unidas fijó Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030. ¿Estamos a tiempo de cambiar las cosas?

—El objetivo de sostenibilidad número 14, que se refiere a los océanos, es el que menos fondos recibe de todos. Para SeaLegacy es fundamental que los gobiernos y corporaciones del mundo inviertan en proyectos de mar para mantenerlo vivo y para restaurar la salud. Creo que hay un movimiento que es casi invisible porque está como en silos, de innovación, de energía, de restauración, de regeneración, que me da esperanzas. Ojalá todos estos movimientos paralelos converjan en uno que sea más grande. Siento una urgencia tremenda, Susana, porque siento que se nos acaba el tiempo. Tenemos que hacer esto entre todos juntos. Por eso agradezco tanto estas entrevistas, porque nos permiten alcanzar nuevas audiencias. Aunque sea una persona más.

—¿Qué harías si volvieras atrás, qué le dirías a ese yo tuyo más joven que enseñaba las tortugas a los visitantes en Akumal?

—No sé si hubiera sido posible trabajar con más urgencia o más velocidad… Yo me casé tan jovencita, y sin preguntarme gran cosa, simplemente seguía el rol “me tengo que casar, tengo que tener hijos”. No me postulé si debería haber sido mamá o no, y aunque adoro a mis hijos y me dan tanta alegría, tal vez hubiera decidido no tener hijos para poder trabajar más. Yo me pasé 15 años de mamá, y en esos 15 años pude haber hecho mucho más. Aunque mis hijos son buenos, y gente responsable, creo que este planeta no necesita más humanos, así que cuando mis hijos me dicen que ellos no van a ser padres, yo les respondo que yo no necesito ser abuela. Siento un profundo respeto por la gente que decide no tener hijos. No es un requerimiento para ser buen humano.

The Hunter ©Cristina Mittermeier Nacidos entre el mar helado y la nieve, los cazadores inuit de Groenlandia llevan generaciones recorriendo el mismo camino traicionero hasta la orilla del océano para alimentar a sus familias. Su cultura y su propia identidad están ligadas al flujo y reflujo del hielo marino, el antiguo ritmo que sustenta toda la vida en el Ártico.

—Dices: Es esencial recordar que nunca es demasiado tarde para perseguir lo que te apasiona, estés donde estés en la vida”. ¿Qué pasa si no lo sabes?

—Lo tienes que encontrar. Creo que hacer listas es una gran manera de alcanzar objetivos. Para mí es importante. Por ejemplo, me encanta tanto cocinar, me gusta el jardín, me gusta sentarme a comer con mi familia, todas esas cosas. Y va bien preguntarse para qué soy buena. Hay muchísimas habilidades que tengo que a veces no se relacionan con el trabajo. Soy buena para la carpintería, ¿quién te lo hubiera dicho? Luego tienes que saber qué es lo que te paga. A mí no me da nada de miedo trabajar. Cuando me divorcié y no tenía manera de ganarme la vida, pensé: “Yo podría trabajar en una tienda, podría ser la chica de la caja. Y lo haría muy bien”. Tienes que ganarte la vida, ¿no? Al final te preguntas qué es bueno para el planeta y qué necesita la humanidad y el planeta para ser mejor. Es así como haces esas listas, para ver dónde están las intersecciones. Así es como encuentras tu pasión. Sabiendo para lo que eres bueno. Esa intersección es tu pasión para lo que eres bueno y lo que te paga, lo que es tu soporte económico. A través de esas listas vas clarificando, aclarando tu camino.

—Para terminar, hay una foto tuya que llama mucho la atención, “La señora de la oca”.

—¡A mí también me gusta!  Parece un cuadro, y regreso a tu pregunta inicial sobre el arte. Ser estudiante de arte es muy importante porque el arte es universal, y para mí Rembrandt siempre ha sido el maestro de la luz. Es fascinante poderme ir a parar en los museos de Ámsterdam a mirar esas pinturas, estudiar cómo trataba la luz. Te das cuenta de la importancia de los dos triángulos en la composición y la importancia de las líneas convergentes. Tener todo eso presente cuando estás creando una fotografía es lo que te permite entender cómo va a ser el contraste entre la oscuridad del fondo. En la imagen de la Señora de la Oca había una puerta abierta al fondo, era un día sombreado, un día de nubes, pero con bastante luz. Llevaba esa oca en la cabeza y la traía con un alambrito cogida de la pata. Y yo tomé tres fotos con una rolliflex. En la primera y la tercera la oca está enloquecida y fuera de foco. Y en la de en medio, la gelatina cuaja.

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